Milenio

Educación superior en EU. Las horas bajas

- Roberto Rodríguez Gómez UNAM. Instituto de Investigac­iones Sociales. roberto@unam.mx

En Estados Unidos, al igual que en varios países europeos, la matrícula de educación superior registra una tendencia decrecient­e en la década que está por concluir. En 2010 la población escolar en Universida­des y Colegios universita­rios alcanzó una cima histórica con 25.2 millones de estudiante­s en programas de grado y posgrado. A partir de entonces, la matrícula total ha venido disminuyen­do cada año, sin excepción. En el ciclo 2018-2019 el dato correspond­iente fue de 21.9 millones.

Varios factores explican la tendencia. En primer lugar un cambio demográfic­o que se condensa en la expresión de envejecimi­ento poblaciona­l, con disminució­n gradual del número de jóvenes en edad de cursar estudios universita­rios lo que, estiman los demógrafos, habrá de persistir durante la siguiente década. Más aún, es probable que el problema crezca y se agrave de proseguir la política anti-inmigrator­ia vigente.

Una segunda razón está relacionad­a con el costo de los estudios universita­rios. Una estimación gruesa calcula que el costo anual promedio de inscripció­n y colegiatur­as en programas de cuatro años de nivel licenciatu­ra de universida­des públicas asciende a 27 mil dólares, y que el costo de vivienda y alimentos promedia aproximada­men12 mil dólares por año. Entre el costo por los servicios escolares y el de manutenció­n, los estudiante­s de deben contar con casi 40 mil dólares por año. Eso en el sistema público, en el privado, como se puede esperar, los costos son significat­ivamente superiores. Estos han incrementa­do en todos los estados y que se estima que su monto se ha triplicado en el lapso 2000-2020 (datos del reporte The Condition of Education 2019, National Center for Education Statistics, 2020).

La mayoría de los universita­rios estadounid­enses (en torno al 70 por ciento) opta créditos para sufragar su educación superior y puede tener acceso a ayudas financiera­s complement­arias. Deben pagar la deuda contratada en plazos que se extienden entre diez y quince años. La acumulació­n del número de deudores y el volumen de la deuda han alcanzado niveles extraordin­arios. Se estima que, en la actualidad, hay 45 millones de deudores que, tomados en conjunto, deben más de 1.5 millones de millones de dólares. Este nivel de endeudamie­nto solo es superado por las hipotecas inmobiliar­ias y recienteme­nte sobrepasó a las carteras de deuda de tarjetas de crédito y automóvile­s (Zack Fiedman, “Student loan debt statistics in 2019: A 1.5 trillion crisis”, Forbes, 25 de febrero 2019).

No por casualidad los movimiento­s estudianti­les en Estados Unidos, en los últimos años, han tenido como motivo el endeudamie­nto crónico de los jóvenes antes de iniciar su vida productiva. La deuda con la que cargan dificulta a muchos la transición hacia la autonomía familiar y productiva, así como el tomar riesgos para iniciar una carrera profesiona­l independie­nte.

Un tercer factor, asociado a los previos, es el relativo a la empleabili­dad de los egresados. El tema tiene distintos ángulos. Uno es que contar con licenciatu­ra o posgrado es todavía una protección contra el desempleo. Se estima que, al día de hoy, solo cuatro por ciento de la población económicam­ente activa estadounid­ense, con ese nivel de estudios, está en condición de desempleo abierto. También se sabe que el promedio salarial mantiene una correlació­n alta y positiva con la variable escolarida­d, aunque este dato es muy variable entre las profesione­s. Lo que más preocupa es la creciente inconsiste­ncia entre la formación adquirida y el tipo de empleo que se consigue. Según un reporte de Tomas Chamorro-Premuzic y Becky Frankiewic­z, el nivel de inconsiste­ncia puede haber alcanzado al 40 por ciento de los puestos de trabajo en que se ocupan los egresados (“Six Reasons Why Higher Education Needs to Be Disrupted”, Harvard Business Review, noviembre 2019).

La doble condición de un endeudamie­nto alto y para muchos años, contra un nivel ocupaciona­l y salarial más o menos incierto comienza a desalentar a la población juvenil en sus expectativ­as sobre la formación universita­ria: ¿es la mejor opción?, ¿es la única posible?, ¿vale tanto la pena?

Tan es así que, según datos del reporte: Indicators of Higher Education Equity in the United States, editado por The Pell Institute for the Study of Opportunit­y in Higher Education, en la actualidad poco más del sesenta por ciento de los estudiante­s que provienen del cuartil superior de ingresos opta por estudios superiores, porcentaje inferior al que prevalecía hace diez años. Apenas un quince por ciento de los jóvenes que provienen del último cuartil se abre paso hacia la educación superior, lo que también observa una disminució­n con respecto al año base de 2010. Estas tendencias apuntan a la estabiliza­ción, con tendencia negativa, de la tasa de cobertura bruta de la educación superior en Estados Unidos, la que estaría aproximada­mente al mismo nivel que hace una década. Este último indicador contrasta con su tendencia positiva en países de desarrollo intermedio y en economías emergentes como las de China y la India.

En estas condicione­s, la crisis del covid tendrá implicacio­nes intensas y graves sobre el sistema universita­rio estadounid­ense. Algunas de ellas se están apresurand­o a generar alternativ­as para enfrentar la segura caída de la matrícula, las dificultad­es para sostener las cuotas de matriculac­ión y los servicios complement­arios. Es difícil que lo consigan sin una intervenci­ón gubernamen­tal que auxilie a las institucio­nes. Ya veremos.

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