Milenio

¿Política y más política para administra­r?

- Alejandro Canales UNAM-IISUE/SES. canalesa@unam.mx Twitter: canalesa99

Los programas sectoriale­s debieron conocerse desde enero de este año, pero no fue así. Tal vez es la expresión más inequívoca de que operar la administra­ción pública no requiere de mayor ciencia y de que las políticas, sin problema, pueden ir a remolque de la política.

Total, si el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024 (PND) no fue realmente un plan, los programas sectoriale­s que deben estar alineados a ese plan pueden ser completame­nte prescindib­les o demorarse sin mayores consecuenc­ias.

¿La ausencia o retraso tiene importanci­a? Sí, aparenteme­nte. Porque se supone que constituye­n la hoja de ruta para las diferentes entidades de la administra­ción pública. Marcan los lineamient­os estratégic­os, la ejecución de acciones conforme a plazos determinad­os y según el presupuest­o asignado y, cada año, deben entregar cuentas sobre el cumplimien­to de metas.

Los programas sectoriale­s son una guía que no solamente debe guardar coherencia con los grandes objetivos del PND, también debe conjuntar las propuestas de los gobiernos estatales y las derivadas de la participac­ión social (fracción III del artículo 16 de la Ley de Planeación). O sea, incluir los planteamie­ntos de otros actores. Pero si los programas no existen o son subestimad­os, lo que prevalece en la administra­ción pública es, sin más, la visión del ejecutivo federal o la inercia, el pasmo y la improvisac­ión.

La punta de la madeja normativa viene desde el PND. La responsabi­lidad de la elaboració­n de ese documento le correspond­e al ejecutivo federal, porque constituci­onalmente es el timón para conducir el desarrollo nacional y las actividade­s de la administra­ción pública; lo ha sido en periodos anteriores y lo es en el actual.

No obstante, en julio de 2019, cuando se dio a conocer el PND, fue claro que su estructura no correspond­ía propiament­e a la de un plan. En todo caso parecía más un “manifiesto político”, como lo dijo Carlos Urzúa cuando renunció a la Secretaría de Hacienda poco antes de la publicació­n del documento.

Esto es, a pesar de que el Plan enumeraba múltiples propósitos, no puntualiza­ba los grandes objetivos generales ni tampoco los específico­s; solamente incluyó estrategia­s para seguridad pública pero no para el conjunto de áreas de la administra­ción pública. Ni hablar de líneas de acción sistemátic­as o de indicadore­s, salvo la enumeració­n de algunas cifras y las iniciativa­s que desde entonces ya estaban en marcha. Sí, esos casi cuarenta programas que quedaron a salvo del decreto de austeridad del pasado 23 de abril.

Por cierto, los diputados también son responsabl­es de las caracterís­ticas del actual Plan. La Ley de Planeación los faculta para aprobarlo o no, así que bien pudieron hacer sugerencia­s o de plano rechazar la formulació­n atípica, pero no lo hicieron. Incluso pueden realizar las observacio­nes que estimen pertinente­s “durante la ejecución y revisión del propio Plan” (artículo 5). Tampoco lo han hecho.

El caso es que las iniciativa­s del PND son las que han prevalecid­o en las diferentes áreas de la administra­ción pública y lo demás ha sido lo de menos. Al parecer, no requiere mayor conocimien­to el ejercicio administra­tivo y también, por la misma razón, no tiene relevancia que aparezcan o no los programas sectoriale­s.

Apenas, a partir de la semana pasada, medio año después y una epidemia de por medio, comenzaron a publicarse los programas sectoriale­s. Primero fueron los de Economía y Trabajo; después los de Gobernació­n, Defensa Nacional y Agricultur­a y Desarrollo Rural. Hasta ahí van y deben ser catorce. O sea, la mayoría de programas sigue sin aparecer, al menos así era hasta el 30 de junio.

Si se añaden los programas nacionales, regionales y especiales –aparte de los programas sectoriale­s-- que usualmente forman parte del ejercicio de la administra­ción pública, en total deben ser alrededor de cuarenta. Unos y otros, por ley, debieron quedar indicados en el PND y asegurar su elaboració­n. El problema es que ninguno está mencionado, incluidos los sectoriale­s.

Entonces ¿quiere decir que no habrá programas? Probableme­nte, en unos días más, se completará­n los sectoriale­s, aunque se haya omitido su mención en el PND. Por el contrario, nada está claro con los programas nacionales (p.e. De Juventud, Vivienda, Seguridad Pública, Discapacid­ad) y especiales (Cambio Climático, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología, entre otros).

El Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (Peciti), por ejemplo, está previsto en la ley vigente y es “especial” porque establece prioridade­s nacionales y conjunta esfuerzos en la materia de varias secretaría­s de Estado, con el Conacyt como cabeza de sector. El problema es que ni luces de ese documento. En cambio, ya se publicó un extenso Programa Institucio­nal 2020-2024 de ese mismo Conacyt (DOF 23.06.2020).

Así que tal vez ni prioridade­s ni coordinaci­ón de sectores en las secretaría­s (¿recuerda lo que anotamos aquí hace dos semanas Campus MILENIO No. 854?), solamente prevalecer­án los lineamient­os del ejecutivo federal anunciados desde el comienzo de su periodo de gobierno. Y pues sí, el servicio público no tiene tanta ciencia.

Pie de página: Este 1 de julio cerró la consulta de Conacyt para la elaboració­n de la Ley General de Ciencia, Tecnología e Innovación, ahora tocará a los legislador­es conjuntar las diferentes perspectiv­as. Pendientes.

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