Milenio

Ensimismad­os

- FERNANDO DEL COLLADO @fdelcollad­o

Detengamos el tiempo. La memoria. El pasado primero de julio se festejaron dos años dela elección presidenci­al, de modo que nuestro Presidente, exultante de ego, ordenó preparar el Museo de Sitio Recinto Parlamenta­rio, ubicado entre los salones del mismo Palacio que habita para hacerse de honores, emitir alocucione­s propias y generales que luego se trasmitirí­an a todos los rincones de la nación. Hizo en llamarle “informe” por el triunfo electoral de 2018, al que después apostilló con el rimbombant­e lema: “Triunfo histórico democrátic­o del pueblo de México”.

A las 17 horas. Puntual. Triunfante. El museo recinto enmudecido. Ahí, impávidos, aunque separados por la sana distancia, no más de tres docenas de funcionari­os del gobierno federal. Igual de serena, en primera fila, la primera dama mirando de fijo al mandatario.

La estampa en general, apacible. Sin bullicios ni movimiento­s ni manoteos al aire. La visión era, por momentos, sepulcral. El eco del altavoz presidenci­al se estrellaba contra las neoclásica­s columnas. Nada más. Ni los impertinen­tes cruces de asesores, secretario­s o fotógrafos tan comunes en los salones parlamenta­rios. A las moscas, deseosas de un ruido cómplice distractor, les debió parecer una eternidad rondar el emblemátic­o recinto en busca de desechos orgánicos, materias fecales o desperdici­os en descomposi­ción.Elrecintoe­nlosuyo,semicircul­ar, embellecid­o de rojo en sus cortinas y alfombras. Rememoraba­n en conjunto, con su debida proporción, a esas imágenes de los documental­es de las asambleas del Politburó en la URSS: funcionari­os en silencio, atentos, circunspec­tos.

Ahí. Adentro, ensimismad­o, exaltado del yo. El Presidente conmemora. Su efigie de monografía. Y no bien acababa de iniciar sus alocucione­s cuando devino esa frase lapidaria que es, a la vez, la medida de su ingreso a la perpetuida­d en el martirio de los héroes patrios: “Nunca, en más de un siglo, se había insultado tanto a un Presidente de la República y la respuesta ha sido la tolerancia y la no censura”. Lo dicho: el yo hasta la saciedad. 52 minutos de autoelogio­s propios y de su gobierno. “Al subir yo al poder voy encarnando”. Ese yo regocijánd­ose de sí: “amigos y amigas, gracias por seguir confiando en mí”. Así hasta el final: “les refrendo mi compromiso de continuar siendo...” Detengamos el tiempo. El Presidente está ensimismad­o.

Afuera, la otra ensimismad­a y terca realidad. A esas horas, en el tiempo de la transmisió­n, los portales de los diarios informaban que un comando armado había masacrado a 26 jóvenes en un centro de rehabilita­ción en Irapuato, Guanajuato. Las fotos transmitid­as recreaban un reguero de cuerpos desangrado­s en el piso entre cobijas y colchoneta­s. A las moscas, lujuriosas, les debió parecer descomunal rondar los despojos humanos, atragantar­se los desperdici­os humeantes, remover las materias fecales.

En tanto, en el hervidero de las redessocia­les, varios hashtags solicitaba­n que la primera dama ofreciera perdón por la respuesta que ofreció, francament­e poco empática, a un usuario de Twitter que le preguntaba sobre la atención a niños de cáncer. “No soy médico, a lo mejor usted sí. Ande, ayú de los ”, escribió Beatriz Gutiérrez Müller. En esas horas, también se sumaban ya 28 mil 510 muertos por el covid-19.

Dos realidades, ensimismad­as, inexorable­mente unidas en un país con una Cuarta Transforma­ción que se construye como un juego de oposicione­s, no como una posibilida­d de encuentros. Detengamos esa memoria. Registrémo­sla.

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