Ensimismados
Detengamos el tiempo. La memoria. El pasado primero de julio se festejaron dos años dela elección presidencial, de modo que nuestro Presidente, exultante de ego, ordenó preparar el Museo de Sitio Recinto Parlamentario, ubicado entre los salones del mismo Palacio que habita para hacerse de honores, emitir alocuciones propias y generales que luego se trasmitirían a todos los rincones de la nación. Hizo en llamarle “informe” por el triunfo electoral de 2018, al que después apostilló con el rimbombante lema: “Triunfo histórico democrático del pueblo de México”.
A las 17 horas. Puntual. Triunfante. El museo recinto enmudecido. Ahí, impávidos, aunque separados por la sana distancia, no más de tres docenas de funcionarios del gobierno federal. Igual de serena, en primera fila, la primera dama mirando de fijo al mandatario.
La estampa en general, apacible. Sin bullicios ni movimientos ni manoteos al aire. La visión era, por momentos, sepulcral. El eco del altavoz presidencial se estrellaba contra las neoclásicas columnas. Nada más. Ni los impertinentes cruces de asesores, secretarios o fotógrafos tan comunes en los salones parlamentarios. A las moscas, deseosas de un ruido cómplice distractor, les debió parecer una eternidad rondar el emblemático recinto en busca de desechos orgánicos, materias fecales o desperdicios en descomposición.Elrecintoenlosuyo,semicircular, embellecido de rojo en sus cortinas y alfombras. Rememoraban en conjunto, con su debida proporción, a esas imágenes de los documentales de las asambleas del Politburó en la URSS: funcionarios en silencio, atentos, circunspectos.
Ahí. Adentro, ensimismado, exaltado del yo. El Presidente conmemora. Su efigie de monografía. Y no bien acababa de iniciar sus alocuciones cuando devino esa frase lapidaria que es, a la vez, la medida de su ingreso a la perpetuidad en el martirio de los héroes patrios: “Nunca, en más de un siglo, se había insultado tanto a un Presidente de la República y la respuesta ha sido la tolerancia y la no censura”. Lo dicho: el yo hasta la saciedad. 52 minutos de autoelogios propios y de su gobierno. “Al subir yo al poder voy encarnando”. Ese yo regocijándose de sí: “amigos y amigas, gracias por seguir confiando en mí”. Así hasta el final: “les refrendo mi compromiso de continuar siendo...” Detengamos el tiempo. El Presidente está ensimismado.
Afuera, la otra ensimismada y terca realidad. A esas horas, en el tiempo de la transmisión, los portales de los diarios informaban que un comando armado había masacrado a 26 jóvenes en un centro de rehabilitación en Irapuato, Guanajuato. Las fotos transmitidas recreaban un reguero de cuerpos desangrados en el piso entre cobijas y colchonetas. A las moscas, lujuriosas, les debió parecer descomunal rondar los despojos humanos, atragantarse los desperdicios humeantes, remover las materias fecales.
En tanto, en el hervidero de las redessociales, varios hashtags solicitaban que la primera dama ofreciera perdón por la respuesta que ofreció, francamente poco empática, a un usuario de Twitter que le preguntaba sobre la atención a niños de cáncer. “No soy médico, a lo mejor usted sí. Ande, ayú de los ”, escribió Beatriz Gutiérrez Müller. En esas horas, también se sumaban ya 28 mil 510 muertos por el covid-19.
Dos realidades, ensimismadas, inexorablemente unidas en un país con una Cuarta Transformación que se construye como un juego de oposiciones, no como una posibilidad de encuentros. Detengamos esa memoria. Registrémosla.