Milenio

Dos estatuas parlantes

- México, 2020 ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Con formato de guion teatral, Los libertador­es toman café (Grijalbo) recrea el encuentro que Agustín de Iturbide y José de San Martín sostuviero­n en el Royal Coffee de Regent Street, en Londres, el 10 de mayo de 1824. El primero estaba por volver a México para reinstaura­r la monarquía; el segundo se había resignado a vivir lejos del Perú. Se habían quedado sin dinero y hallaban consuelo en sus triunfos pasados.

Como lección de historia, la novela de José Manuel Villalpand­o tiene el mérito de la atención por los detalles y una celosa investigac­ión. La lucha entre los ideales republican­os y la nostalgia monárquica está suficiente­mente representa­da, lo mismo que Simón Bolívar, quien conspira desde las sombras. No falta asimismo la minucia biográfica y cierto color geográfico. Es decir: el propósito de divulgació­n podría dejar satisfecha a una clase aplicada de universita­rios.

La pretensión novelesca es otra cosa. Por el prurito de la veracidad, Villalpand­o hace hablar a sus personajes con la pompa de quienes ya se creían figuras de la historia americana. Y qué ocurre: parecen estatuas parlantes, con la frente en alto, montando su caballo y dirigiéndo­se a un público que debería escucharlo­s conteniend­o el aliento. El efecto es el mismo que provocaría el discurso de un político pueblerino frente a sus partidario­s: demasiado algodón carameliza­do saliendo de su boca. Por ejemplo: “Es sabido que usted participó denonadame­nte en la famosa batalla de Bailén”; “no de nada se llega a primer jefe de un ejército y a Libertador de una patria”; “¡si es necesario mi sacrificio, así será porque amo la patria donde he nacido y dejaré a mis hijos un glorioso nombre sacrificán­dome por ella!”

Imaginar el pasado, concebir una realidad posible siguiendo la lógica de los hechos, es una de las muchas tentacione­s a las que se entrega la literatura. Pensemos tan solo en el Santa Anna de Enrique Serna y en los conspirado­res independen­tistas de Jorge Ibargüengo­itia. Gracias a ellos, sabemos que la iluminació­n de la historia se vuelve a una vez un acto de fidelidad y una traición. Para eso, y aunque parezca una obviedad, no es necesario el celo del historiado­r sino la inteligenc­ia desconfiad­a del novelista..

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Los libertador­es toman café

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