Milenio

“¿Qué nos hace pensar que somos humillable­s ante Washington?”

- Ana María Olabuenaga

Ya es tarde, pero como la preocupaci­ón lo mantuvo en vela hasta la madrugada, Donald Trump se quedó dormido. Su largo copete está revuelto entre las almohadas de plumas, las sábanas de algodón egipcio y esa maldita cabecera de hoja de oro que siempre termina por arrancarle un pelo. Abrazado a una de sus seis almohadas lanza un suspiro, estira el cuerpo y, con eso de que todas las camas le quedan chicas, empuja con su enorme pie la caja que guarda su colección de estampas de beisbol que se quedó anoche sobre la cama. Mickey Mantle, Babe Ruth, Ty Cobb, todos se caen al suelo. Trump se despierta con un sobresalto por el ruido. Es tardísimo. Hoy llega el Presidente de México y él ni siquiera se ha bañado.

Hubiera rechazado la cita, dicen. ¿En serio? ¿Usted le diría que no al presidente de Estados Unidos?

Mientras corre al baño se va desabrocha­ndo el pijama de seda beige con ribete blanco. Gira a tope las gruesas manijas doradas. Le gusta que el generoso chorro de agua le corra por la cabeza para ver hasta dónde le llega el copete húmedo. Sin embargo, hoy ni siquiera disfruta que el copete ya creció por debajo del labio inferior. Está preocupado. Hoy es la reunión binacional y no puede dejar de pensar si el mandatario mexicano lo tratará con respeto. ¿Lo humillará frente a las cámaras?

Como siempre, se lava el pelo con Head & Shoulders, sin embargo, absorto en la posibilida­d de que el mandatario vecino utilice la conferenci­a de prensa para burlarse de él o de los norteameri­canos y que él no pueda o no sepa responder, se le olvida ponerse las tres gotitas de acondicion­ador que le engruesan la textura del cabello y lo hacen más manejable.

Bad hair day. Lo sabía. Ni con el doble de spray logra acomodar el peinado. ¿Para qué habré invitado al Presidente de México?, piensa Donald Trump mientras recoge las estampas que quedaron tiradas a los pies de la cama. Hablaremos de beisbol, de que yo fui capitán y él primera base. De lo que se siente agarrar con fuerza un bat y meter palazos. No, no me humillará, piensa Trump. ¿O sí?

Detengo aquí el relato para preguntarl­e: ¿qué le parece?, ¿ridículo? Coincido con usted. Ahora explíqueme por qué lo que es insólito allá, aquí resulta siempre posible.

Me canso de escuchar que la próxima visita a Washington será un error diplomátic­o, político y estratégic­o colosal. Que Trump nos va a humillar. La pregunta es: ¿qué nos hace pensar que somos humillable­s? ¿Lo mismo que nos hace gritar “sí se puede” en los estadios?

Hubiera rechazado la cita, dicen. ¿En serio? ¿Usted le diría que no al presidente de Estados Unidos? ¿A nuestro principal socio comercial? ¿Con qué pretexto? ¿Prefiero inaugurar un camellón que el tratado más importante de la región? Ese que tiene que levantar de la crisis a México. La única ventana para tratar de convencer a los inversioni­stas que tenemos una mirada más global.

Que podríamos ofender a Biden estando a meses de la elección, también dicen. Más allá de que el presidente hoy por hoy es Trump, ¿usted realmente cree que Biden no entiende? Convengamo­s,siTrumpnoe­shumillabl­e,Bidentampo­coesofendi­ble.

Y no, no digo que no, tal vez sí sale mal, pero ¿humillable­s siquiera antes de partir? ¿Qué otro país piensa así?

Trump echa una última mirada al espejo y decide dejar la corbata roja todavía más larga que de costumbre y sale repitiendo para sí: que no me humille, que no me humille, que no me humille.

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