El presidente no usa cubrebocas
No me gusta la forma en que, pasadas las horas, sus ligas laceran los contornos de mis orejas, dejando el resto del día una marca que nadie ve pero que vaya sí siento. No me gusta la sensación de llevar la nariz cubierta, ni cómo ello contribuye a que mis lentes se empañen con frecuencia, lo que me obliga a retirarlos cada tanto durante mi inescapable salida semanal, a fin de recuperar la visión. Y no me gusta nada cómo me veo con él: mientras los anteojos me hacen el rostro algo menos redondo, los cubrebocas —hay que admitirlo— lucen más bien ridículos.
Pero lo uso cada que tengo que salir, como millones de mexicanos. No por comodidad ni por estética sino porque, cuando el mundo cuenta más de medio millón de muertos y el país cuando menos 30 mil por una enfermedad infectocontagiosa que se transmite por la saliva, portarlo es asumir un mínimo de responsabilidad con nosotros mismos y con los demás.
Millones de mexicanos pero millones no. (Basta salir para constatarlo.) Como millones de estadunidenses y de brasileños pero millones no. Y en gran medida porque, en estos tres países, el presidente no usa cubrebocas. ¿Por qué? Ninguno lo ha explicado con claridad pero una hipótesis se impone: creen que equivaldría a mostrar vul
Confían en las políticas públicas y no en los discursos airados
nerabilidad ante una pandemia cuyos efectos los tres se han esforzado en minimizar.
¿Son unos debiluchos los mandatarios de Bélgica, Canadá, Corea del Sur, España, Francia, Japón, Italia y tantos otros países por portarlo siempre en sus apariciones públicas? Para nada. Pero su narrativa es otra. Admiten la letalidad del virus y la imposibilidad de derrotarlo con gestos simbólico propagandísticos. Confían en las políticas públicas y no en los discursos airados. Ponen el ejemplo, pero desde una identidad de servidores públicos, de no súper héroes.
Sintiéndose hilarante, el presidente estadunidense ha dicho que, de portar cubrebocas, se sentiría como el Llanero Solitario, Pero el vaquero redentorista lleva un pedazo de tela sobre los ojos, no sobre la boca. Suena lógico. Solo así se explica que Trump, Bolsonaro y López Obrador no vean a los miles que mueren cada semana por su frivolidad.