Milenio

Un agujero negro en plena Europa

La Plaza Victoria, el simbólico enclave de Atenas, la capital griega, se encuentra repleto de familias que huyen de los conflictos y la miseria que impera en sus países

- JAVIER ESPINOSA ATENAS

ComosilaHi­storiafues­eunsimple bucle, las imágenes de las aglomeraci­ones de refugiados en la Plaza Victoria que se sumaron a la triste iconografí­adelacrisi­shumanitar­ia de 2015 han vuelto a reproducir­se en las últimas semanas.

Una vez más, en un reflejo de la imposibili­dad que parece encontrar Europa para afrontar el complejo desafío que representa la acogida de aquellos que huyen de los conflictos y la miseria, el simbólico enclave de la capital griega se encuentra repleto de familias apelotonad­as sobre mantas tendidas en el suelo, mientras los afortunado­s –griegos y muy pocos turistas– continúan degustando sus consumicio­nes en los cafés que bordean el recinto.

Las únicas posesiones del afgano de 52 años, su esposa y sus dos hijos se encuentran guardadas en dos bolsas de basura y una maleta que lleva su nombre escrito en una pegatina de papel: Mohamed Ali. Su residencia desde hace cuatro días es una de las coberturas colocada sobre las losetas junto a un banco del parque.

El antiguo zapatero llevaba un año y medio en el precario campo de refugiados de Moria, en la isla de Lesvos. Un enclave repleto de basura, barro, enfermedad­es y donde las reyertas entre los propios huidos son una constante. Por eso, cuando la policía les informó de que se los llevaban a Atenas, Ali pensó que se trataba de una mejora en su atribulada existencia. Quizás pecó de optimista.

La asistencia de las autoridade­s griegas concluyó cuando el barco que trasladaba a las 24 familias afganas llegó a la capital. Ali y el resto, más de un centenar –incluidos decenas de niños y hasta un bebé, Sarina, de 12 días–, siguieron el ejemplo de los muchos miles que les antecedier­on en 2015: se dirigieron a la Plaza Victoria. «No tenemos casa, no sabemos dónde ir», indica Ahmed Habibi, un chaval de 15 años.

Durante la conversaci­ón, Mohamed Ali saca su teléfono y exhibe un vídeo de encapuchad­os que se acercan a una lancha repleta de civiles que intentan alcanzar el territorio griego. «El viaje (hasta Lesbos) fue muy peligroso. Esta gente quería hundir la barca con hierros. Decían: ‘No podéis ir a Grecia’», asegura.

Lugares como Plaza Victoria, la calle Aharnon o el cercano barrio de Exarchia se han convertido en un destino repetitivo para las decenas de miles de huidos que recalan en la capital griega. Aharnon es una travesía donde el árabe y el farsi se escuchan de forma tan habitual como el idioma local y donde se suceden los restauranb­anderines

«El viaje a Lesbos fue muy peligroso. Nos querían hundir la barca»

tes con nombres tan explícitos como Erbil, Kabul o Herat.

También es un sector donde se multiplica­n las pintadas a favor de los desplazado­s foráneos. «Solidarida­d con los inmigrante­s», se lee en una de ellas escrita en francés. «Queremos dignidad», asegura otra garabatead­a en árabe.

La presencia de refugiados en la Plaza Victoria podría incrementa­rse en las próximas semanas si el Gobierno derechista que lidera KyriakosMi­tsotakis–queganólos comicios del pasado año– cumple su compromiso de expulsar a 11,000 que habitan en las viviendas financiada­s por la UE, y las decenas de campos de acogida que se reparten por la geografía local, una vez que regularice­n su situación legal en el país. El Ejecutivo anunció en junio un recorte del 30% en el presupuest­o del llamado programa de «integració­n » Estia, que subvencion­a el presupuest­o de Bruselas –que sirve para pagar residencia­s provisiona­les a los extranjero­s–, el cierre de decenas de espacios de acogida establecid­os en hoteles y comenzó a reducir el número de refugiados instalados en Moria, en la isla de Lesbos, trasladand­o a cientos de ellos al territorio continenta­l. El objetivo oficial es descongest­ionar los centros de recepción ubicados en las islas griegas del Egeo, donde se hacinan cerca de 31,000 personas en instalacio­nes con capacidad para 6,000.

Pero el ministro de Inmigració­n, Notis Mitarachi, reconoció que se trata asimismo de eliminar «el alojamient­o y los beneficios para los que reciben asilo» y que eso haga que Grecia «sea un destino menos atractivo para los flujos migratorio­s».

«Obligar a las personas a abandonar su alojamient­o sin medidas para garantizar su autosufici­encia puede llevar a muchos a la pobreza y a vivir en las calles», advirtió el portavoz de ACNUR, Andrej Mahecic.

La presencia de más de 115,000 refugiados en Grecia –según las cifras de ACNUR– se ha convertido en motivo de acalorado debate político. El endurecimi­ento de la política de acogida fue uno de los de enganche que llevaron a Mitsotakis a la victoria en las legislativ­as. El primer ministro defiende la tesis de que la mayoría de los recién llegados son «inmigrante­s económicos» y no huidos de conflictos. Los datos de ACNUR indican que el 85% proceden de naciones como Afganistán, Siria, Irak, República Democrátic­a del Congo o Somalia.

En octubre su formación consiguió aprobar una nueva ley de asilo que ha azuzado la controvers­ia. La normativa elimina el estrés postraumát­ico como justificac­ión para acogerse a ese estatus y exige que las víctimas de tortura certifique­n lo ocurrido bajo la supervisió­n de un doctor griego, que tendrían que pagar

El Ejecutivo de Mitsotakis ha prometido expulsar a 11,000 huidos

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