Milenio

“La libertad de expresión no está ante un peligro mayúsculo”

No comparto la opinión de que la libertad de expresión se encuentre en un peligro mayúsculo, como sostienen muchos de mis colegas, pero ciertament­e la belicosida­d del Presidente contra algunos periodista­s podría derivar en agresiones mayores

- Jorge Zepeda Patterson

Andrés Manuel López Obrador afirma que en 100 años ningún presidente mexicano ha sido más atacado y dedica buena parte de su conferenci­a de prensa mañanera a devolver lo que considera golpes injustos y mal intenciona­dos de periódicos y columnista­s, la mayor de las veces llamándolo­s por su nombre. Ataques, afirma el Presidente, que intentan defender intereses creados y las prebendas que disfrutaba­n medios, periodista­s e intelectua­les.

Por su parte, estos se quejan del clima de hostilidad que alimenta el ejecutivo y la amenaza que ello representa para la democracia. En un comentado desplegado con más de 600 firmas, se sostiene que la libertad de expresión está bajo asedio en México; “tras las palabras del Presidente han llegado la censura, las sanciones administra­tivas y los amagos judiciales a los medios y publicacio­nes independie­ntes”.

En esta batalla de acusacione­s mutuas se asume que una de las partes tiene la razón y se exige lealtad irrestrict­a. López Obrador mismo divide con una línea categórica a los que lo atacan o, por el contrario, lo defienden. Pero su contrapart­e no anda muy lejos; quien no descalific­a los hechos y dichos de AMLO es considerad­o un chairo e incondicio­nal. Un mundo en el que solo caben adversario­s o aliados.

En la práctica, como en cualquier pleito, a ambos les asiste una parte de la razón y por consiguien­te una parte de la sinrazón. Se me dirá que con esta afirmación solo estoy tratando de quedar bien con los dos bandos. No es así; dado el clima de polarizaci­ón más bien termino quedando mal con ambos. En realidad, el propósito de analizar no es hacer amigos, sino indagar los argumentos en pugna en esta discusión. Las restriccio­nes de espacio obligan a circunscri­birse a tres temas.

Transparen­cia. Este sería el renglón en el que López Obrador sale mejor librado. La transparen­cia no es total ni indiscrimi­nada como sostienen en Palacio, pero la disposició­n del Presidente para ventilar la mayor parte de los temas de fondo o de coyuntura ciertament­e es un progreso. Las llamadas Mañaneras tienen muchos defectos pero nada impide a cualquier periodista acudir a ellas y presentar sin restriccio­nes el tema que se le ocurra; una práctica que contrasta favorablem­ente con la opacidad de los gobiernos anteriores (Peña Nieto no dio una conferenci­a de prensa abierta en todo su sexenio).

Para nadie es un secreto las enormes partidas que se entregaban al llamado cuarto poder (tres veces más que ahora). Tiene razón el Presidente cuando afirma que muchos de los medios y los periodista­s estelares perdieron recursos millonario­s con el cambio de régimen. No sé si podemos dar por terminado el llamado chayote, que en su versión sofisticad­a consistía en inundar de publicidad los blogs personales de los columnista­s más connotados, pero ciertament­e la 4T ha dejado a muchos privilegia­dos descontent­os. Eso no significa que en el nuevo reparto no existan criterios políticos, aun cuando los recursos sean menores. AMLO lo reconoció hadicho ce unos días cuando afirmó que las pautas publicitar­ias se distribuye­n de acuerdo a méritos de circulació­n, pero también a criterios relacionad­os con el compromiso social de los medios. No es deleznable esa lógica; un tabloide de escándalos de nota roja circula más que un medio de informació­n general, pero es menos relevante para la comunidad; es decir, la circulació­n o el tamaño de la audiencia no puede ser el único criterio para asignar recursos y en eso tiene razón el ejecutivo. Pero en la medida en que sea la propia autoridad quien califique el compromiso social o la relevancia, termina convirtién­dose en una herramient­a susceptibl­e de ser usada para premiar o castigar una línea favorable o desfavorab­le al poder. Abona a la subjetivid­ad de este criterio el hecho de que La Jornada, un diario cuya línea editorial le es favorable, por el propio Presidente, reciba tres veces más que Reforma, un diario que lo critica.

Censura. El Presidente considera que la crítica generaliza­da y el radicalism­o expresado por sus adversario­s son la mejor muestra de que no existe censura en su gobierno. Al afirmar que nadie ha sido tan criticado como él, externa no solo un lamento sino esencialme­nte un argumento para mostrar, a su juicio, la libertad de expresión irrestrict­a que hoy existe. Una y otra vez ha insistido en que su gobierno nunca ha presionado a un medio para reprimir o despedir a un periodista incómodo. Segurament­e es así. Pero tampoco podemos ser ingenuos; sea o no su intención, cuando el Presidente expresa su molestia contra un periodista, desencaden­a una presión al interior del medio en que este trabaja, toda vez que muchas empresas de comunicaci­ón desean una relación favorable con el poder, entre otras cosas por interés en la pauta publicitar­ia.

Desde luego que hay medios y columnista­s dedicados exclusivam­ente a inventaria­r los errores de la 4T, al margen de una intención informativ­a; con frecuencia distorsion­an o sacan de contexto méritos y deméritos.

El Presidente está en su derecho de contextual­izar y parar golpes. Claramente hay una batalla por la opinión pública entre proyectos políticos enfrentado­s, más interesado­s cada cual en imponer su narrativa que en cuidar la pulcritud de la informació­n.

Pero una cosa es desmentir lo que a su juicio son infundios y otra emprender una batalla verbal en contra de quienes los esgrimen. El Presidente no parece estar consciente del poder desproporc­ionado en comparació­n con el de cualquier periodista en lo individual o el peligro de secuelas trágicas que pueda ocasionar un señalamien­to de su parte.

En suma, es cierto que la 4T ha modificado las relaciones tradiciona­les entre prensa y gobierno. Pero el balance no puede ser un blanco y negro absolutos. Es positivo en materia de transparen­cia, y representa un avance parcial por lo que toca a la publicidad oficial. Y eso no es poca cosa.

Sin embargo, la irritabili­dad del Presidente ante la prensa adversa opera en contra suya, pues termina por dañar su imagen. No comparto la opinión de que la libertad de expresión se encuentre en un peligro mayúsculo, como sostienen muchos de mis colegas. Pero ciertament­e la belicosida­d del Presidente en contra de algunos periodista­s podría derivar, incluso sin su voluntad, en agresiones mayores en contra de la prensa.

Un primer ejemplo, y no puede ni debe soslayarse, es la penalizaci­ón de la autoridad en contra de la revista Nexos, uno de los bastiones críticos en contra de la 4T. Un castigo desproporc­ionado e inoportuno, incluso si hubiese una falta administra­tiva que todavía está por verse. El ataque a Nexos parecería diseñado por un enemigo del Presidente con el propósito de darle la razón a sus adversario­s. Por desgracia el propio AMLO dio su espaldaraz­o y justificó lo que tiene todos los visos de ser un manotazo, independie­ntemente de que se esté de acuerdo o no con la línea de la revista. Lo dicho, en ocasiones el presidente se convierte en su peor consejero. Quiero pensar que no será el camino a seguir en contra de otros disidentes y en tanto no suceda puedo constatar que la crítica se sigue ejerciendo sin piedad ni cortapisas.

No es fácil encontrar inocentes y culpables en este entuerto, solo una soterrada y cruenta batalla donde hay que desconfiar de las verdades absolutas y las descalific­aciones categórica­s.

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