El secreto de la comida chatarra para llegar a todas partes
En la Escuela de Negocios de Harvard hay una materia peculiar, está dedicada a estudiar a una empresa mexicana y, sobre todo, su capacidad logística y de telecomunicaciones, se llama Cemex way. En ella se explica cómo fue que esa empresa aprovechó su evolución tecnológica en el manejo de inventarios y en mejorar su cadena de abasto para convertirse en una empresa global.
Cemex fue pionera en conseguir un sistema que mejoró su capacidad logística para llegar a todo el país, primero, y a todo el mundo después. El resto de la industria ha seguido ese camino.
Las capacidades logísticas están detrás del éxito de las principales empresas de comida procesada y bebidas embotelladas. Su publicidad, rutas de distribución, centros de abasto, comunicaciones, planeación y un agresivo marketing lograron colocarlas como líderes en su ramo.
Hay bolsas de papas, refrescos de cola y cervezas al alcance del consumidor en cualquier ciudad mexicana, lo mismo que en cualquier pueblo o comunidad, no importa si apenas tiene unos cientos o miles de habitantes. Ojalá y pudiéramos decir lo mismo de la comida saludable.
Por el contrario, esa publicidad y esa capacidad de penetración de la comida ultraprocesada y las bebidas azucaradas han hecho que desde niños estemos sujetos a un ambiente alimentario nocivo, u obesogénico como le llaman los expertos.
Eso pone a millones de menores de edad frente a una oferta excesiva y omnipresente de productos no saludables, que los lleva a volverse niños y niñas con sobrepeso u obesidad, primero, y después adultos con hipertensión y diabetes, más las enfermedades y padecimientos que las acompañan: ceguera, pie diabético, amputación de miembros, diálisis, pérdida de riñones, hígado graso, azúcar en la sangre, enfermedades cardiovasculares, arteriosclerosis, ataques al corazón, embolias o derrames cerebrales, además de cáncer hepático y cirrosis.
Para contrarrestar esa situación hoy entra en vigor el nuevo etiquetado claro de alimentos procesados y bebidas azucaradas, la NOM 51, que tiene un horizonte de aplicación de cinco años y da a la industria tiempo de adaptación y al Estado de preparar y fortalecer sus capacidades de verificación.
No fue fácil llegar a ella, los intereses económicos estuvieron a punto de descarrilarla. Tampoco se logró para siempre, está sujeta a evaluación y los primeros en volverla a objetar y a cuestionar en sus primeros meses de aplicación serán los mismos cabilderos de las empresas. De hecho, su entrada en vigor provocó que el mismo CEO mundial de Coca Cola pidiera ser recibido por el presidente López Obrador, para cabildear los intereses de la refresquera.
Costará millones de pesos modificar sus etiquetas y envases, dicen los empresarios, pero si, como se prevé, esto lleva a reducir el consumo de estos productos y a que los productores modifiquen su composición para reducir el número de sellos y tratar de reconquistar el gusto del público, pues bienvenido sea, nuestra salud lo necesita.