¿Neoliberales, aquí? Para nada...
El asunto, según parece, es restaurar el orden de antes. O sea, reconstruir el México de los tiempos de Luis Echeverría y José López Portillo. No fue muy afortunada la gestión de estos dos sujetos todopoderosos, por cierto. Más bien, fue vagamente catastrófica y nebulosamente ruinosa, por decirlo con una mínima circunspección: endeudamiento, devaluaciones, crisis económicas y derrumbe generalizado del país. Hubo crecimiento en las décadas anteriores, es cierto, pero aquel régimen masacraba estudiantes, encarcelaba a intelectuales y artistas, perseguía a los opositores y acallaba las voces disidentes. Nada bonita la cosa.
Tampoco es que hubiéramos sido un país rico, oigan. Para nada. La pobreza siempre ha estado ahí y nuestros politicastros han sido dignísimos herederos de aquel tal (Venustiano) Carranza cuyo apellido, justamente, originó el muy mexicano palabro “carrancear”, un verbo que describe sin mayores ambages las prácticas de la caterva de saqueadores que nos ha gobernado.
Y, pues sí, luego de la ultima debacle financiera, el Gobierno de Miguel de la Madrid implementó, digamos, políticas tibiamente neoliberales. Simple cuestión de números, de cuadrar las cuentas públicas, de pagar a los acreedores y de relanzar la economía. Pero, con perdón, nunca adoptamos un régimen verdaderamente liberal
Nuestros yerros persistentes han sido, entre otros, el paternalismo, el corporativismo...
ni instauramos un sólido Estado de derecho –principio y fin de todas las cosas porque sin certezas jurídicas no hay bienestar posible— ni impulsamos un proyecto educativo de excelencia para todos los mexicanos ni promovimos la innovación o la competitividad.
El gran pecado de nuestro proyecto de nación no es el neoliberalismo. Nuestros yerros persistentes han sido, entre otros, el paternalismo, el corporativismo (entendido como una política dirigida al otorgamiento de privilegios excesivos a ciertos sectores laborales a cambio de votos), el asistencialismo, la consagración de la demagogia, la infantilización de los ciudadanos, la irresponsabilidad administrativa, la incompetencia, el burocratismo extorsionador y el maridaje de una parte de la clase empresarial con el poder político (y el consecuente impacto en la productividad por la segregación de otros grupos). Nada de esto tiene que ver con el neoliberalismo.