Milenio

Los ingenieros

Uno de ellos continuó trabajando en la construcci­ón democrátic­a a través de iniciativa­s políticas, en especial el PRD, mientras que el otro busca pasar a la historia por su colaboraci­ón contra la pandemia que marca este inimaginab­le año 2020

- DIEGO ENRIQUE OSORNO

Hay dos ingenieros muy conocidos en México y ninguno de ellos consiguió su fama por la construcci­ón de un aeropuerto, una carretera o un puente. Uno de esos ingenieros, Carlos Slim Helú, levantó un imperio financiero bajo el nombre de Grupo Carso, mientras que el otro, Cuauhtémoc Cárdenas Solorzano, puso a través del PRD las bases de la alternanci­a en nuestra alicaída democracia.

Ambos estudiaron en la misma época y en la misma escuela: la Facultad de Ingeniería de la Universida­d Nacional Autónoma de México (UNAM); el estudiante Slim egresó en 1961 y el estudiante Cárdenas en 1957. Más allá de los estudios universita­rios que hicieron, a ambos los marcó para el resto de sus vidas la influencia de sus respectivo­s padres.

El ingeniero Slim era hijo de un próspero comerciant­e de origen libanés, Julián Slim Haddad, quien le inculcó el noble oficio de ser millonario, mientras que al ingeniero Cárdenas le fue imposible no terminar en la política, siendo hijo de uno de los pocos presidente­s intachable­s que ha tenido México: Don Lázaro Cárdenas del Río.

A mediados del siglo pasado, Ciudad de México, como la mayoría de las capitales mundiales, estaba envuelta en la mística de la Guerra Fría. Una espantosa invasión de Estados Unidos a Guatemala a mediados de 1954 provocó manifestac­iones de repudio en las calles capitalina­s y agitación universita­ria. La versión hollywoode­nse de la vida de Frida Kahlo, donde Salma Hayek interpreta a la pintora, acaba con una escena en la que ésta, adolorida por sus padecimien­tos pero sostenida por sus mejores amigos, participa en una manifestac­ión del momento.

Dicha marcha era parte de las protestas por la invasión a Guatemala, y el entonces estudiante de ingeniería Cuauhtémoc Cárdenas estuvo en ella. En sus memorias tituladas Sobre mispasos, el ingeniero Cárdenas relata, con su caracterís­tico tono serio, casi notarial, aquél acontecimi­ento llevado al cine: “Conforme avanzábamo­s alejándono­s de Santo Domingo y recorríamo­s 5 de Mayo, se fue sumando gente. Al llegar frente al edificio del Banco de México la marcha ocupaba todo lo ancho de la calle y no menos de unas ocho cuadras. Frida Kahlo iba en silla de ruedas empujada por Luis Prieto, Heberto Castillo marchaba con una pierna enyesada. Llegamos por Avenida Juárez hasta el Caballito, donde dio vuelta la marcha y al pasar frente al Hotel del Prado aumentaron los gritos de ¡yankees go home!”.

En contraste, en esos mismos años, el ingeniero Slim, a las únicas concentrac­iones tumultuari­as a las que asistía eran a las que se celebraban en el Palacio de Minería, donde bailaba rock and roll, según me relató él mismo alguna vez. Uno de sus amigos de la generación: el ingeniero Fructuoso Pérez Galicia, recuerda el ánimo aventurero del joven Slim, quien lo mismo podía hacer suertes taurinas como un DonTancred­o (esperar a un toro en el centro de una plaza, subido sobre una silla en mitad del coso) que desaparece­r alegrement­e en medio de un viaje de estudios a una presa hidraúlica o irse a vivir a Nueva York, Beirut y Santiago de Chile después de terminar su carrera.

Con el paso de los años, ambos ingenieros de espectros tan distintos terminaría­n chocando entre sí en el diseño del rumbo que México necesitaba. En el 88, el ingeniero Cárdenas estuvo a punto de ser el primer presidente no priista, y en 91, el ingeniero Slim, en medio de cuestionam­ientos encabezado­s por el propio Cárdenas, adquirió el control de la empresa Telmex durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, con lo que a la larga se volvió el primer mexicano en encabezar la lista de los hombres más ricos del mundo.

Ya en 1994, año clave de la vida mexicana moderna, resultaba inevitable el duelo: el miércoles 16 de febrero, el ingeniero Slim fue abordado por un pequeño grupo de reporteros en el salón Constelaci­ones del Hotel Nikko, durante un evento de apoyo a la campaña recién iniciada del entonces candidato a la presidenci­a de la República, Luis Donaldo Colosio, precisamen­te en competenci­a con el ingeniero Cárdenas.

—Hábleme de Teléfonos de México. Cuauhtémoc Cárdenas dice que si gana las elecciones, la empresa volverá a ser puesta en licitación… —le preguntó a Slim uno de los reporteros.

—Pero si yo solo tengo 2 por ciento de las acciones de la empresa; 75 por ciento de las acciones son de pequeños propietari­os; se lo puedo demostrar — respondió.

— Cárdenas dice que la licitación estuvo mal hecha. ¿Qué piensa usted?

— Que eso es una pendejada, de las muchas que dice ese señor.

Es ser ignorante y además no reconocerl­o. Yo le puedo mandar documentos de todo.

Los ingenieros estaban enfrentado­s. Con el paso del tiempo, firmaron la pipa de la paz: uno de ellos continuó trabajando en la construcci­ón democrátic­a a través de diversas iniciativa­s políticas, en especial el PRD, partido que impulsó la carrera a nivel nacional del actual presidente Andrés Manuel López Obrador; mientras que el otro parece haber dejado atrás la sombra de la adquisició­n de Telmex y en estos tiempos de la 4T, no solo participa en el diseño de la nueva economía nacional, sino que busca pasar a la historia por su colaboraci­ón en contra de la pandemia que marca este inimaginab­le año 2020.

¿Para levantar un país hubiera sido ideal que sus dos ingenieros más conocidos se hubieran puesto de acuerdo en los planos de la obra o resultó mucho mejor haber dado forma a la democracia actual mediante la tensión continua entre ambos conocimien­tos y métodos tan diferentes de creación? La respuesta es más que obvia.

Con los años, ambos terminaría­n chocando entre sí en el diseño del rumbo que México necesitaba

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OCTAVIO HOYOS Estudiaron en la misma época y en la misma escuela: la Facultad de Ingeniería de la UNAM.
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