Milenio

El denunciant­e, el desertor y los gringos

Héctor Moreno Villanueva, quien junto con Luis Garza Gaytán desertó de Los Zetas antes de la masacre de Allende, subió a su esposa e hijos en una camioneta y los mandó rumbo a Monterrey; no quería que viajaran juntos por si llegaban a capturarlo

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El denunciant­e Héctor Pérez Iruegas, la primera persona en denunciar de manera oficial la masacre de Allende, estaba en la función de un circo llanero la noche del domingo 20 de marzo de 2011, cuando le avisaron que un comando zeta había entrado a la casa de su hermana Alma, casada con Víctor Manuel Garza Garza.

Salió apresurado del evento y se acercó a revisar con cautela. Desde una esquina presenció el ataque, durante el cual llamó por teléfono a su sobrino Víctor Manuel para avisarle. El joven le dijo que ya estaba enterado y que iba para Piedras Negras a buscar a Miguel y Omar Treviño Morales, líderes zetas, a quienes conocía de algunas cacerías a las que habían acudido antaño.

Víctor Manuel le contó a Héctor que lo acompañaba un tipo apodado Machín, ex policía federal bien conectado en el mundo zeta. Seis horas después, sonó el teléfono de Héctor y aunque el número del que le marcaban era el de su sobrino, quien hablaba era el tipo apodado Machín, pidiéndole que se presentara en el panteón de Allende para platicar en persona.

Héctor sospechó que algo andaba mal y no acudió. Además de la de su hermana, supo de otras siete familias completas desapareci­das en esos días (todas de apellido Garza), junto con sus bienes, entre los que había Mustangs, camionetas Tahoe, Mariner, Lincoln, Lobo y Cherokee, además de camiones de caja plana y máquinas Caterpille­r.

Fue hasta el martes 22 de marzo que Héctor logró salir de Allende con su hermano Javier. Se fueron en el carro de su hermano a Nava y ahí tomaron un camión en la central de autobuses con rumbo a Monterrey, pero se bajaron antes, en Sabinas, donde los recogió una amiga que los llevó en su auto hasta San Pedro, Nuevo León.

Héctor permaneció en San Pedro mientras que su hermano Javier se fue a buscar asilo político a EU, donde su esposa y e

El ex narco se enoja cuando dice que “nadie, excepto uno” de los desapareci­dos “era traficante”

hija lo recibieron, pero él quedó bajo revisión. Su otra hermana, Mariza Pérez, quien reside en San Antonio, Texas, le comentó que se comunicaba con su sobrino Víctor Manuel, y que en esas conversaci­ones, este le decía que su familia estaba bien, pero que para soltarla necesitaba­n pagar una desorbitan­te suma de dinero.

Al poco tiempo Víctor Manuel desapareci­ó.

Meses después, Héctor Pérez Iruegas, luego de poner la primera denuncia ante las autoridade­s, también desaparece­ría.

El desertor

Héctor Moreno Villanueva, quien junto con Luis Garza Gaytán desertó de Los Zetas una semana antes de la masacre de Allende, cuenta que el viernes 11 de marzo subió a su esposa Magda y a sus hijos en una camioneta y los mandó con un chofer rumbo a Monterrey.

Una hora después se fue él también en la misma dirección. No quería que viajaran juntos por si llegaban a capturarlo. Su esposa tenía pocos días de haber dado a luz. Permanecie­ron en Monterrey, moviéndose en diversos hoteles y el mismo viernes 18 de marzo que inició la matanza se iban enterando a distancia de esta.

Mientras Moreno rememora lo sucedido delante de la periodista Cecilia Ballí y de mí, sus ojos enrojecen.

Estamos reunidos en persona en algún lugar de EU, donde Moreno recibió protección oficial por un tiempo, tras su acuerdo con las autoridade­s extranjera­s. El antiguo narco está enojado cuando dice que “nadie, excepto una” de las personas desapareci­das “eran traficante­s”. Enumera amigos, asociados y se quiebra cuando dice “mis trabajador­es”, incluyendo a Rodolfo Sánchez Robles, el mecánico que solo manejaba camionetas para él. Dice que llamó a un número del Ejército para avisar lo que estaba ocurriendo, pero que los militares nunca actuaron, a pesar también de que en Allende hay un puesto militar.

Los gringos

El 30 de marzo de 2011, Moreno voló de Monterrey a Ciudad Juárez con su familia, porque así había acordado su entrega “con los gringos” a través de su abogado. Desde entonces no ha vuelto a México ni es probable que lo haga.

Cuando partieron de Monterrey, sus suegros se quedaron ahí. Moreno les pidió que no volvieran a Allende, pero su suegra, quien tenía cáncer, lo hizo unos días después y les avisó por teléfono. Esa fue la última vez que tuvieron comunicaci­ón con ella. También desapareci­ó. Moreno dice que siente una enorme carga con su esposa por lo sucedido, sin embargo, comenta que esa fue la única familiar que perdió, mientras que Güicho, como llama a Luis Garza Gaytán, el otro desertor de la banda, perdió a casi toda su familia.

Moreno asegura que ha tenido que empezar de cero en el otro lado. Saca su teléfono y empieza a mostrar imágenes: “Esta es mi casa”. “Esta es la casa de Güicho”. “Esta es mi casa”. Una casa con grandes arcos adentro. Y otra imagen: “Esta es mi casa”. Es un iPhone en una funda azul. “Aquí estaba la alberca y el patio”. En la última foto aparece un cuarto completame­nte incinerado, pero en una pared está pintado un cielo azul y hay unas princesas de Disney en la otra. “Este era el cuarto de mi hija”, dice.

Luego despliega en Google Earth el mapa de Allende. Comienza a indicar dónde estaba su casa de las afueras de la ciudad. Señala una construcci­ón en la que se alcanza a ver una piscina. Dice que la casa de su abuela está al otro lado del palacio municipal y que también la saquearon. Señala también la forrajera de Güicho. Mientras observa el mapa, agrandando y achicando con sus dedos, a pregunta expresa, dice que extraña Allende.

Según Moreno, la masacre fue realizada como “una especie de teatro o farsa, con el fin de generar una crisis” al interior de la organizaci­ón que dirigían entonces los hermanos Treviño (ahora presos) y Heriberto Lazcano (supuestame­nte fallecido).

CONTINUARÁ...

 ?? DIEGO ENRIQUE OSORNO ?? Llamó a un número del Ejército, pero los militares nunca actuaron.
DIEGO ENRIQUE OSORNO Llamó a un número del Ejército, pero los militares nunca actuaron.

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