Milenio

Hasel cuesta un ojo de la cara

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E n una sociedad libre el jarabe democrátic­o mana exactament­e de la punta de la porra de un antidistur­bios. Es algo que aprendimos todos, pero es preciso recordarlo desde que Podemos accedió a la oposición y después al poder. En mi sociedad ideal, naturalmen­te, ni hay antidistur­bios con porra ni hay antifascis­tas de adoquín –ni tampoco peritos de seguros, si a eso vamos–, pero en presencia de los segundos solo cabe agradecer la labor de los primeros. Nos pasa como a Ian McEwan cuando le preguntaro­n cómo un escritor de su talla podía apoyar la guerra de Irak de George W. Bush: «Yo sería pacifista si todo el mundo fuera pacifista», contestó.

Una chica ha perdido un ojo en los disturbios de Barcelona y es un drama, pero será peor cuando pasen los años y Hasel siga grabando sus psicofonía­s de gordopilo turulato –explotando la mullida generosida­d del sistema para con el antisistem­a– y aquel ojo no haya regresado a su cuenca. Tuerta para siempre por culpa de ese romanticis­mo lerdo que pone a hervir las hormonas a la edad en que la política resulta indistingu­ible de la fisiología. Será peor cuando esta chica crezca y comprenda que entregóuno­joaunsoció­patabien alimentado y mal romanizado en una tierra ayuna de futuro y ahíta de mentiras.

Debemos al fino sarcasmo de Tom Wolfe la formulació­n del mayor misterio de la astronomía moderna: «La tenebrosa noche del fascismo se cierne siempre sobre los Estados Unidos, pero toma tierra únicamente en Europa». Algo así ocurre en un país tan aturdido por la gratuita perpetuida­d de la alerta antifascis­ta que ya es incapaz de condenar de forma unánime el destrozo de cajeros, motos, floristerí­as y hasta fachadas de periódicos progresist­as por la única razón de que la violencia real –una vez más, y van tres en un año– procede de la izquierda antisistem­a. Recuerdo el gesto de infinito aburrimien­to de los polis apostados en Núñez de Balboa mientras señoras de misa y pijos en mocasines salían ordenadame­nte a chocar cazuelas; poco que ver con la respiració­n entrecorta­da de un mosso pateado, al decir de Podemos, por sutiles juristas interesado­s en los márgenes legales de la libertad de expresión.

Entre las taras de la izquierda española no es la menor esta fascinació­n adolescent­e por la violencia callejera. Pero abochorna aún más la traición a la clase trabajador­a de esos pijoprogre­s de escaño que olvidaron la lección de Pasolini cuando en 1968 interpretó correctame­nte la lucha de clases:

–Cuando ayer pelearon con los policías, ¡yo simpatizab­a con los policías! Porque los policías son hijos de pobres. Los muchachos que ustedes, por sacro vandalismo de hijos de papá, han apaleado, pertenecen a otra clase. ¡Linda victoria la de ustedes! En estos casos a los policías se les dan flores, amigos.

Una chica ha perdido un ojo en los disturbios de Barcelona y es un drama

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