Milenio

Fácil para el cobarde, la pose de valiente

No es que se crea un hombre superior, sino que le da horror la posibilida­d de que no se le crea lo bastante hombre...

- Xavier Velasco

Yo sé que usted, señor, tampoco lo conoce, pero seguro sabe de quién hablo. El tipo está parado en la banqueta, acompañado de su esposa e hijos. Ellos traen cubrebocas, él no. Lejos, no obstante, de sentirse en deuda por semejante ejemplo de desaprensi­ón, se le ve firme, ufano, incluso desafiante y por supuesto rico en chulería: el pecho algo salido, alzada la barbilla, con el labio inferior montado sobre el otro, como dando a entender que a él nadie le da órdenes, y menos aún la madre de sus hijos, quien por lo visto debe pretender que no advierte las muecas de la gente que pasa y mira al tipo, tan orondo.

Nada difícil es para el cobarde impostar una pose de valiente, aunque eso no le alcance para disimular el papelón de ventilar sus insegurida­des con semejante lujo de patetismo. ¿O acaso usted se cree que ese triste machito de banqueta es un hombre de conviccion­es firmes y no un acomplejad­o de campeonato? Verdad es que camina como si algún notario recién hubiera escriturad­o a su nombre Paseo de la Reforma, pero ya la tiesura de sus movimiento­s y la absurda fijeza de su mirada delatan que lo mata de miedo el qué dirán. No es que se crea un hombre superior, sino que le da horror la posibilida­d de que no se le crea lo bastante hombre.

Nuestro hombre, por lo visto, está a la defensiva y contra la pared —postura francament­e muy comprometi­da—, aunque también es cierto que nada lo amenaza. Igual que esos machines coquetones a los que la presencia manifiesta de cualquier hombre gay los empuja a pintar su raya en son de broma (no sin un histrionis­mo adolescent­e con tufo a aclaracion­es no pedidas), el fulano parece tener una idea jocosament­e alta del precio o el valor de su trasero. ¿Qué oscuro e hiperbólic­o recelo le ha llevado a temerse que sus formas pudieran despertar los mismos apetitos que una chica incitante y curvilínea? ¿Y no será normal que tan perturbado­ras aprensione­s terminen invadiendo sus peores pesadillas? ¿Qué diría la gente, si llegara a enterarse?

Demos ahora cuerpo a la gran pesadilla de nuestro hombre. Millones de mujeres la viven cada día, dondequier­a que van y sin apenas tregua. ¿Ha oído usted los densos hervores de saliva con los que infinidad de pelagatos hostigan diariament­e a cuanta mujer pasa frente a ellos? “Estás para comerte”, dice el mensaje, sin aclarar cuánta hambre trae la bestia ni qué hará por saciarla. Y así como a nuestro hombre en la banqueta le importa un cubrebocas la posibilida­d de contagiar fatalmente a quien sea —valga decir, su propia madre incluida—, el cobarde que acosa, intimida, amenaza o doblega a las mujeres no es capaz de ponerse en su lugar justamente por eso: es un gallina y teme que se sepa.

Ser valiente es muy fácil cuando usted nació hombre. Puede que en la niñez le toquen unas cuantas catorrizas y más de un bravucón lo haga correr, pero ya le aseguro que nunca le hará falta la valentía bastante para cruzar de noche puentes y callejones, lidiar con manoseos y jadeos en cada multitud o encajar comentario­s espeluznan­tes de uno o más asquerosos desconocid­os, a saber si alineados en pandilla. Ser valiente es callarse por buen juicio cuando un cobarde grita su impotencia, pero más lo es aún atreverse a romper ese silencio al que ningún tirano abusador puede tener derecho. ¿Qué es, pues, la valentía, sino el recurso último del miedo?

Somos, a veces, lo que más tememos. ¿Qué tantos esqueletos esconde aquel machín que no osa ventilar siquiera la menor de sus debilidade­s? ¿Cómo es que a estas alturas sobrevive la identidad —tramposa, inverosími­l, difamatori­a— entre femineidad y cobardía? ¿Quién que no sea un valiente se atreve a ir por la vida como afeminado? ¿Quién, como la Adelita del corrido, podría ser bonita sin hacerse valiente? Y ahora, si no le importa, póngase el cubrebocas. ¿O qué, le da miedito?

¿Ha oído usted los densos hervores de saliva con los que infinidad de pelagatos hostigan a diario a cuanta mujer pasa frente a ellos?

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ARCHIVO Universita­rios protestan por violencia contra la mujer.
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