AMLO: visión maniquea de la historia
Es conocida la visión aislacionista que tiene de México el presidente Andrés Manuel López Obrador. Declara su lema de campaña, “la mejor política exterior es la interior”, para rechazar, no sin razón, aquel otro extremo incoherente, “farol de la calle oscuridad de la casa”, tan practicado por gobiernos del PRI que aspiraban a convertir a México en líder del Tercer Mundo o en ejemplo mundial de modernidad, mientras dentro soslayaban la represión y la desigualdad.
Dicho slogan aislacionista lo utiliza AMLO como coartada para ocultar su mentalidad provinciana, una añoranza por las costumbres locales, una especie de guardián del paraíso, cerrado a las influencias externas, del cual solo se sale por necesidad, no por gusto.
La visión aislacionista de AMLO podría explicarse por factores objetivos y subjetivos:
El carácter endógeno de la civilización mexica sigue permeando dentro de una gran parte de nuestra mentalidad que aspira a ser autosuficiente.
Según expertos, la etimología náhuatl de México significa, en el ombligo de la Luna.
Y así muchos mexicanos se pasan la vida “mirándose al ombligo”, creyendo que México es el centro del mundo, sin conocer otras culturas, ni visitar otros países, ni hablar otros idiomas. “Como México no hay dos”, dicen con ciego orgullo.
En la cosmovisión mexica, la diosa de la Luna, Coyolxauhqui, es vencida cada día por su odiado hermano Huitzilopochtli, representación del Sol, en una eterna lucha entre el día y la noche. No hay matices lumínicos entre la luz y la oscuridad.
El temor por lo extranjero, el síndrome de Moctezuma, proviene del mito del regreso de Quetzalcóatl, lo que significó el fin del imperio mexica por parte de hombres blancos y barbados.
Y la filia por lo extranjero lo personifica la Malinche, juzgada con el estereotipo de traidora de los mexicas, cuando ella era originaria de un pueblo de Coatzacoalcos, sometido y esclavizado por los aztecas.
Como líder opositor, AMLO ha leído y escrito sobre historia de México. Ha sido importante fuente inspiradora de gobierno de gran aliento. Tiende a interpretar a la historia con una visión maniquea que podría beneficiar a sus fines políticos, pero no a la unidad del país que debe promover como presidente de todos los mexicanos. López Obrador es el presidente que mejor conoce a las comunidades indígenas. Su profundo conocimiento no proviene solo de la teoría, sino que es empírico. Vivió y convivió con chontales como director del Instituto Nacional Indigenista en Tabasco y entregó buena parte de su vida a protegerlos.
Aunque López Obrador es mestizo, de origen indígena y español, su corazón late por los pobladores originarios del país, a quienes, según él, la España de hoy les debe pedir perdón por las atrocidades de ayer, en una interpretación anacrónica de la historia.
Nunca un Jefe del Estado mexicano se había postrado ante un oficiante indígena que lo envolvió con el incienso del sahumerio, al ritmo del caracol y los teponaxtlis, en el Zócalo, el día de su toma de posesión.
Ni ascendido al Templo Mayor para erigirse en supremo sacerdote para sacrificar, con un moderno cuchillo de acero, a la historia de hace cinco siglos.
Lo utiliza como coartada para ocultar su mentalidad provinciana