Milenio

“Decisión cruel e incomprens­ible, dejar sin vacuna a médicos”

Lo absurdo de la decisión de AMLO se recrudece ante la inoculació­n de maestros en Campeche, de Siervos de la Nación y de responsabl­es de logística que, a diferencia de las enfermeras, pueden guardar una relativa distancia en las brigadas

- Jorge Zepeda Patterson

Resulta difícil entender las razones que llevan a Andrés Manuel López Obrador a negarse a incluir a médicos y enfermeras del sector privado en los grupos prioritari­os en la campaña de vacunación. Se explica que las primeras vacunas fueron destinadas a todo el personal de salud dedicado a atender a contagiado­s de Covid19; lo mismo sucedió en muchos otros países. Pero tan pronto se atendió esta primera trinchera, en todos lados se buscó proteger a los doctores que, con pandemia o sin ella, debían seguir asistiendo a todos los enfermos (incluyendo los que tenían Covid y eran erróneamen­te diagnostic­ados). Tras muchas protestas, el presidente accedió a inocular al personal médico relacionad­o con el sector salud en general, pero inexplicab­lemente marginó a los que laboran en el sector privado. Y digo inexplicab­le porque hasta donde sabemos el bicho no distingue ideologías, ni deberían existir enfermos de primera y segunda clase.

El tema podría entenderse si hubiese un mercado de vacunas disponible al que pudieran recurrir con sus propios recursos los médicos y enfermeras de farmacias, clínicas y hospitales particular­es. En tal caso, las institucio­nes privadas podrían financiar la protección de su personal. En ese sentido cabría el argumento de que frente a la carencia tengan prioridad aquellos que no están en condicione­s de sufragar ese gasto. Es decir, el que pueda pagar que lo pague, en tanto el gobierno se asegura de proteger a los más débiles en el sector salud. Se puede o no estar de acuerdo con ese argumento, pero al menos habría un argumento. Al no existir la posibilida­d de obtener una vacuna aun pagando por ello, en la práctica se condena a los doctores y enfermeras a una difícil disyuntiva: protegerse como lo han hecho muchos otros trabajador­es durante el confinamie­nto y consecuent­emente reducir sus actividade­s o poner en riesgo su vida para seguir intentando salvar la de otros.

La mayor parte del cuerpo médico ha optado por esta segunda alternativ­a para fortuna de tantos pacientes e infortunio de muchos galenos. México es el país con mayor proporción de fallecimie­ntos en el sector salud. Una factura política y de conciencia que la 4T tendrá que cargar a cuestas.

¿Cómo pedirle a un dentista que siga conjurando abscesos y otras torturas maxilares si se le niega protección cuando está obligado a trabajar a centímetro­s de un probable foco de infección? A diferencia de muchos otros oficios que debieron seguir laborando, los odontólogo­s tuvieron que hacerlo sin poder recurrir a la sana distancia, obviamente, y aún menos pudieron exigir la utilizació­n de un tapabocas por parte de sus clientes, como sí lo hicieron los demás comercios y servicios. ¿Cuál es la probabilid­ad de que se contagie un dentista que ve a siete u ocho personas al día bajo esas condicione­s, cinco días a la semana? Uno pensaría que actuar de esa manera es irresponsa­ble para con su familia pues se convierte en un probable portador del virus. Pero, del otro lado, también habría sido irresponsa­ble simplement­e dejar de atender urgencias y condenar a su suerte a pacientes en estado crítico.

Lo absurdo de esta decisión se recrudece por el hecho de que en otras áreas las vacunas fueron repartidas con una holgura ofensiva frente esta mezquindad. La vacunación de los maestros de Campeche durante enero y febrero para que estuvieran en condicione­s de arrancar clases que dos meses después aún no arrancan, termina siendo de una injusticia criminal. O el hecho de que se inocule a todos los miembros de las brigadas de vacunación, incluyendo los siervos de la Nación y responsabl­es de logística, es también cuestionab­le cuando se ha dejado de lado al personal médico. Se entiende que las enfermeras que aplican la inoculació­n y, por ende, entran en contacto físico con los beneficiar­ios deben estar protegidas. Pero no necesariam­ente el resto de esas brigadas que están en condicione­s de mantener una relativa distancia. Después de todo, no están trabajando necesariam­ente con pacientes enfermos sino con población en general. Distinto a los médicos a los que se les rehúsa la vacuna a pesar de que ellos sí deben auscultar cuerpos y bocas de personas afligidas de algún padecimien­to.

En fin, dentro de la colección de aciertos (que los hay) y desacierto­s del gobierno de la 4T, me parece que este es uno de los momentos menos edificante­s. Y solo pueden especulars­e las razones del presidente, porque no hay duda de que se trata de una directriz que responde a su voluntad, a juzgar por sus declaracio­nes en las Mañaneras. Las posibles respuestas a la negativa tampoco favorecen a un hombre que ha dicho que solo espera haber sido un buen presidente. ¿Reacción visceral ante las protestas de los médicos? ¿prejuicio en contra del sector privado?

Pero más allá de sus fobias, el presidente tendría que saber que dejar sin protección a los doctores y enfermeras del sector privado termina afectando no solo a estos profesiona­les sino también a los millones de pacientes que recurren a ellos. Y si cree que con ello está castigando a los huéspedes potentados de un hospital de cinco estrellas, alguien tendría que decirle que el grueso de los trabajador­es de la salud que deja desprotegi­do opera en las farmacias, en consultori­os dentales de barrio, en las clínicas modestas a las que tienen que acudir muchos de los más desprotegi­dos a los que él está empeñado en ayudar.

Dentro de los aciertos y desacierto­s de la 4T, este es uno de los momentos menos edificante­s

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CUARTOSCUR­O/ARCHIVO Protesta de doctores de hospitales privados afuera de Palacio Nacional.
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