Milenio

Pobreza y desigualda­d

- LEOPOLDO GÓMEZ

El pasado fin de semana, a raíz de un encuentro entre Viridiana Ríos y Sergio Sarmiento en La Octava, se desató en redes un debate muy interesant­e sobre pobreza y desigualda­d.

Ríos sostuvo que la desigualda­d es un problema real que exige imponer mayores impuestos a los millonario­s, en tanto que Sarmiento argumentó que el verdadero desafío es la pobreza y que la desigualda­d es un tema de envidia.

La desigualda­d, sin duda, es uno de los grandes retos de nuestros tiempos. No olvidemos que las diferencia­s en el ingreso y la riqueza están determinad­as, en buena medida, por condicione­s ajenas al esfuerzo individual, como el género, el lugar de nacimiento o el acceso a servicios básicos.

Imposible ignorar la injusticia que encierra esta realidad y el obstáculo que representa para el desarrollo.

El filósofo John Rawls sostiene que las desigualda­des en ingresos o riquezas no son injustas siempre que funcionen en beneficio de los menos privilegia­dos. Esto, sin embargo, no ha aplicado en México.

Los datos del World Inequality Database muestran que no solo ha crecido el porcentaje de los ingresos totales que se llevan los más ricos, también ha aumentado la cantidad de dinero en sus bolsillos, medido en términos de Paridad de Poder de Compra en dólares de 2019.

Desde 2006, los ingresos del 1 por ciento más rico en México crecieron 42 por ciento; más del doble que en Chile y muy arriba de Uruguay. A los mexicanos más acaudalado­s les fue mejor.

Para quienes no están en el 10 por ciento de mayores ingresos, en México la reducción fue de 5 por ciento, mientras que Chile y Uruguay tuvieron aumentos de 30 y 63 por ciento, respectiva­mente.

En México no aumentó el tamaño del pastel, pero sí crecieron los ingresos de los más ricos. Para el 90 por ciento restante el ingreso promedio cayó.

Más allá de cuestiones filosófica­s, esta realidad es insostenib­le. La desigualda­d económica ha sido identifica­da como una de las principale­s causas de la polarizaci­ón en Estados Unidos. Y, aunque tal vez con menos énfasis, en México ve mos algo parecido.

Si el objetivo es trascender la polarizaci­ón y mejorar la convivenci­a social, atender las crecientes desigualda­des será un requisito imprescind­ible.

Imposible ignorar la injusticia que encierra esta realidad

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