Mentir, fingir, ceder / I
Un libro referencial de Czeslaw Milosz, El pensamiento cautivo, popularizó en Occidente durante los años cincuenta del siglo pasado el concepto de Ketman, cuyo significado es ocultar o retener, acción que el Islam admite bajo ciertas circunstancias. “El que practica Ketman miente —escribe Milosz—. Pero, ¿sería menos deshonesto si pudiera decir la verdad?”
El gran poeta y escritor polaco conoció el término por una obra del diplomático y pensador francés Arthur de Gobineau sobre las religiones orientales publicada en 1865 después de la misión consular que aquel cumplió en Persia. Más allá de la reprobación que de Gobineau merece como teórico de la superioridad aria y precursor del racismo europeo, al hablar sobre el Ketman no se muestra como tal pues admira “el genio asiático”, celebra la coexistencia religiosa en Asia, la tolerancia de las devociones y credos que se influyen entre sí.
Dicha tolerancia, observa, “nos deja actuar según entendemos esas ideas cada uno a su manera si las condiciones sociales no se oponen”. Y al comparar los modos de pensar occidentales y orientales, contrasta la tendencia europea a la confrontación para imponer a los demás una verdad propia, con la sagacidad asiática que sin ser impositiva protege su verdad no manifestándola del todo o aun ocultándola entre matices y veladuras, entre misterios y enigmas. La noción de mentira no es igual para Oriente que para Occidente, donde la verdad se proclama y ostenta. Allá en cambio el sabio es un maestro de mano cerrada y calla o disfraza su verdad. Por eso la preserva y puede trasmitirla no como dogma sino como comprensión pues quien tiene acceso a ella debe inferirla, reconocerla, establecerla por sí mismo. Occidente predica la guerra como un arte frontal del exterminio. Oriente dice que la guerra se basa en el engaño y el mejor guerrero no tiene ni siquiera que combatir.
La noción de mentira no es igual para Oriente que para Occidente, donde la verdad se proclama y ostenta