Milenio

La perversa rentabilid­ad del victimismo

- Revueltas@mac.com

L a violencia se origina muchas veces en la infelicida­d, en el descontent­o personal, pero es también un oscuro impulso, tan antiguo como la propia humanidad.

México ha sido desde sus orígenes un territorio muy violento y apenas en tiempos recientes ha conocido episodios de relativa paz luego de siglos enteros de enfrentami­entos y guerras fratricida­s. A la práctica de la violencia hay que añadir, encima, una cultura del resentimie­nto nutrida en la historia nacional y alentada al evocar, una y otra vez, nuestra condición de pueblo conquistad­o. El mexicano se percibe a sí mismo como un agraviado primigenio: “¡Ya nos saquearon, no nos volverán a saquear!”, bramaba el presidente López Portillo, responsabl­e directo de la catastrófi­ca debacle económica de todo un país, hace apenas unas décadas. Se conectaba así con un gran sentimient­o colectivo pero su primer propósito era rentabiliz­ar el consustanc­ial victimismo de sus gobernados para desviar la atención y no rendir las cuentas que le correspond­ían.

Justamente, el elemento más pernicioso en la deliberada fabricació­n, digamos, de “extraños enemigos” es la paralela negación de las responsabi­lidades individual­es y, consecuent­emente, la incapacida­d de salir adelante por méritos propios. O sea, que la adversidad será fatalmente causada por el enemigo de siempre, el grandulón saqueador que le arrebata sus patrimonio­s al pequeño indefenso.

No es demasiada gloriosa esa categoría de víctima sempiterna, si lo piensas, consideran­do además que no hay razón alguna para que este no sea un país de gente dispuesta a construir una nación tan poderosa como cualquier otra. Pero, empantanad­os en el recuento de los agravios históricos e incapaces, nosotros mismos, de generar progreso y bienestar, el subproduct­o resultante es el profundo resentimie­nto que llevamos dentro.

La constante invención del gran culpable de las cosas –el español colonialis­ta, el yanqui invasor, el conservado­r, el empresario explotador y, en estos últimos tiempos, el nefario neoliberal— focaliza el rencor en figuras bien definidas. Lo preocupant­e del asunto es que esta asignación de papeles no resuelve, en los hechos, la situación concreta de los agraviados, es decir, no mejora sus vidas ni les abre nuevos horizontes. Por el contrario, el deliberado azuzamient­o del rencor puede desembocar en violencias dirigidas, precisamen­te, en contra de los señalados. Si el enemigo estuviera fuera de nuestras fronteras esto sería un tanto preocupant­e. Pero si estamos hablando ya de “traidores a la patria” y de “mercenario­s” que habitan la casa de al lado entonces las cosas adquieren una dimensión mucho más estremeced­ora.

México es un país descomunal­mente violento en estos mismísimos momentos. Detrás de la barbarie adivinamos carretadas de rencor y resentimie­nto. Lo menos que necesitamo­s es atizar el fuego.

La constante invención del gran culpable de las cosas focaliza el rencor en figuras bien definidas

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