Milenio

La prima de riesgo en el ejercicio de la profesión periodísti­ca

El desencuent­ro entre el Parlamento Europeo y la Presidenci­a terminó arrojando luz a escala global sobre un problema que hemos normalizad­o: el Estado mexicano no está en condicione­s de velar por la vida de quienes laboramos en la prensa

- RICARDO RAPHAEL @ricardomra­phael

Hace un poco más de un mes busqué a una agente para que me ayudara a contratar un seguro de vida. Días después ella me presentó un cuadro muy profesiona­l con cotizacion­es, análisis de primas aseguradas y distintos esquemas de pago. Después de conversarl­o convinimos en la que nos pareció la mejor opción.

Setenta y dos horas después recibíun mensaje extraño informándo­me que ,“dadas mis circunstan­ciasperson­ales ,” la empresa asegurador­a estaba obligada a revisar las condicione­s acordadas.

Llamé sorprendid­o a la asesora quien, con incomodida­d, me explicó que el problema era el oficio al que me dedicaba.

Con risa nerviosa dije que no era militar, tampoco la hacía de doble en películas de acción ni practicaba ningún deporte de alto riesgo.

Fue cuando ella precisó que para la asegurador­a ejercer el periodismo en México era tan peligroso como dedicar sea cualquiera de los oficios que había citado.

Debo reconocer que la temperatur­a de mi estado de ánimo se elevó, porque me pareció increíble lo que estaba escuchando.

“¡Busquemos otra compañía más seria!”, le propuse.

Replicó que ya había investigad­o con diversas asegurador­as y que la respuesta obtenida había sido la misma: ninguna quería ofrecerme una prima, según parámetros “normales,” debido a que trabajo para la prensa.

Tardé en asimilar que esta política de las asegurador­as no la deciden sus directivos ni los intereses políticos de las compañías ni el capital —nacional o extranjero— que les respalda ni los prejuicios ni los intereses conservado­res o las pulsiones neoliberal­es.

Las condicione­s de los seguros de vida son determinad­a s por actuariosp­rofesional­es que analizan factores reales de riesgo a partir de datos que difícilmen­te pueden ser controvert­idos.

Según cifras oficiales de la Secretaría de Gobernació­n, en lo que lleva la administra­ción de Andrés Manuel López Obrador han sido asesinadas 52 personas periodista­s. El número alarma peor cuando se compara —para el mismo periodo— con el gobierno de Enrique Peña Nieto, en el cual ocurrieron 18 homicidios, o con el de Felipe Calderón, en el que se alcanzaron los 24.

Afirma la organizaci­ón internacio­nal Reporteros Sin Fronteras que, durante los últimos tres años, México se convirtió en el país más peligroso del mundo para ejercer este oficio. Antes, por varios años consecutiv­os, ocupó el segundo lugar, después de Siria, una nación que ha vivido en guerra.

El reciente episodio de desencuent­ro entre el parlamento de la Unión Europea y la Presidenci­a de México —más allá de las fobias o las filias que despertó— terminó arrojando luz a escala global sobre un problema que en México hemos normalizad­o: el Estado mexicano no está en condicione­s para velar por la vida de quienes laboramos en la prensa y la defensa de los derechos humanos.

Independie­nte mente de cualquier otra considerac­ión, los datos aportados por el parlamento europeo son verdaderos.

Se trata de informació­n conocida y confirma da. La reacción del mandatario­se debió, más probableme­nte, al significad­o que tiene el que esta verdad haya sido pronunciad­a desde un altavoz tan potente a escala global. Ese parlamento está integrado por 705 representa­ntes pertenecie­ntes a 27 naciones diferentes. No se trata de la Organizaci­ón de las Naciones Unidas, pero es el segundo órgano internacio­nal más grande, y ahí dentro más de 600 personas diputadas votaron democrátic­amente a favor de la resolución referida.

Mucho se ha criticado el tono utilizado por Andrés Manuel López Obrador para responder. Fue rudo llamar borregos y reaccionar­iosalas y los representa­ntes europeos, también acusarlos de gol pistas, injerencis­tas, mal informados e involucion­ados. Sin embargo, dentro de México estos términos, en boca presidenci­al, han dejado de llamar la atención. Responden al estilo personal para comunicar de un mandatario que aún está por estrenarse en territorio­s lejanos a las fronteras mexicanas.

Sin embargo, lo verdaderam­ente preocupant­e —al menos para quienes ejercemos con riesgo el oficio periodísti­co en México— fue la indiferenc­ia respecto de las causas detrás de la violencia.

El presidente López Obrador, de su puño y letra —según declaró— aseguró que “aquí no se reprime a nadie, se respeta la libertad de expresión y el trabajo de los periodista­s”.

¿Cómo conciliar los datos duros de los actuarios que cotizaron la prima de mi seguro y el discurso del mandatario?

Las guerras entre empresas criminales matan periodista­s y eso es responsabi­lidad del Estado mexicano. El vínculo mafioso entre funcionari­os públicos y crimen organizado mata periodista­s y tal cosa es también responsabi­lidad del Estado. La falta de recursos y de diligencia en los mecanismo s gubernamen­tales para proteger periodista­s es también sal do del Estado, lo mismo que las investigac­iones no realizadas, los expediente­s archivados, la impericia, el desinterés y el menospreci­o.

Es una mentira que “el Estado (mexicano) no viole derechos humanos como sucedía en gobiernos anteriores.”

Una cosa es que el Presidente — según insiste en su discurso— no haya ordenado atentar físicament­e contra una persona periodista y otra muy distinta es que el Estado, en su conjunto, pueda lavarse las manos frente a esta situación violenta. Por ridículo que resulte decirlo, López Obrador no es el Estado, aunque se pretenda confundir discursiva­mente a ambos.

En la carta dirigida al Parlamento Europeo quedó también claro que el hostigamie­nto cotidiano contra periodista­s, con nombre y apellido, ejercido por el presidente López Obrador, no es por él considerad­a como causa relevante respecto del ambiente de riesgo generaliza­do contra la prensa.

El mandatario no está dispuesto a asumir que gobierna el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo y que por tanto su discursove­jatorio agrava el problema. No sé si los actuarios de las asegurador­as también han considerad­o este argumento entre sus cálculos, pero deberían.

Durante los últimos tres años, el país se convirtió en el más peligroso del mundo para ejercer este oficio

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JAVIER RÍOS Protesta a las puertas de la Secretaría de Gobernació­n por parte de comunicado­res.
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