Milenio

Misiles desde la central nuclear

Los rusos convierten la mayor instalació­n atómica de Europa en lanzadera de cohetes

- JAVIER ESPINOSA NIKOPOL (UCRANIA) ENVIADO ESPECIAL

Las explosione­s se sucedieron en cadena, con pocos segundos de intervalo. ¡Boom! ¡Boom! ¡Boom! Más de una docena de detonacion­es. Horas después –el bombardeo se registró a las 2:30 de la mañana– las autoridade­s dijeron que fueron hasta 30 proyectile­s que volvieron a dejar un trágico saldo: dos muertos y numerosos heridos, incluido un niño.

A Igor Bikov le salvó ese instinto especial que parecen tener los animales para anticipars­e a las tragedias. «Me despertó aullando. Me moví a una esquina y a los pocos minutos el cohete impactó contra el muro de la vivienda. Si hubiera seguido durmiendo me habrían sepultado los escombros», dice frente al viejo Lada acribillad­o por la metralla. Todo su entorno está plagado de cascajos de ladrillos y metal retorcido.

Otro misil provocó un enorme socavón sobre el asfalto de la carretera a pocos metros de distancia. La salva de Grad dejó un amplio rastro de destrucció­n en el arrabal. Algunas casas quedaron calcinadas o semiderrui­das. «No son hombres. Son unos cobardes. Se esconden en la central nuclear y se dedican a bombardear­nos sabiendo que no podemos responder», agrega el ucraniano de 31 años.

Instalada a orillas del río Dnipro, Nikopol había eludido hasta la semana pasada los efectos directos de la guerra que se libra en muchas regiones del país pese a su proximidad a la central nuclear de Zaporiyia NPP –la mayor de Europa–, que fue ocupada por las tropas rusas a principios de marzo. La urbe, de poco más de 100.000 habitantes, asistió con una enorme aprehensió­n a la confrontac­ión que se libró en marzo en la mayor planta atómica de Europa con el recuerdo que dejó la catástrofe de Chernóbil, pero su territorio tan sólo fue alcanzado por la artillería rusa en una ocasión y justo en los primeros días de la invasión en febrero.

Esa calma ficticia se acabó el pasado día 12. Los rusos han convertido la ZNPP (conocida así por sus siglas) en una base militar equipada con baterías de misiles que están golpeando la localidad vecina casi a diario desde esa fecha. Con las víctimas del miércoles, la reciente arremetida contabiliz­a ya al menos cuatro muertos y un largo listado de heridos. El nombre de Nikopol se suma ahora al de otras muchas localidade­s como Kramatorsk, Bakhmut, Mykolaiv o Járkiv de las que se ofrece un parte bélico diario.

Las edificacio­nes de la ZNPP se divisan claramente desde las mesas del Café Costa. En unas jornadas en las que la normalidad ya no es más que un recuerdo, la concejala de Nikopol, Natalya Gorbolis, ha tenido que incorporar a su conocimien­to lecciones que quizás nunca hubiera querido saber. «La central está a siete kilómetros y los Grad tardan 23 segundos en llegar. Lo mejor es protegerse entre dos muros», precisa señalando hacia el complejo que se extiende del otro lado de la amplia ribera.

Pese a la cercanía de las fuerzas rusas y el hecho de la costa muestra carteles que alertan sobre la presencia de minas, el Café Costa sigue siendo el destino de varios grupos de jóvenes que degustan una cerveza sin plantearse la posibilida­d de que las baterías del ejército enemigo abran fuego en cualquier instante. «¿Ves los seis reactores? Tienen los Grad escondidos entre los edificios», explica Yuri Goncharov, otro empleado de la municipali­dad.

El dueño del establecim­iento, Vladislav Yakushev, de 33 años, exhibe un vídeo en el que se observan los destellos de luz que dejan las lanzaderas de Grad en acción junto a la central.

Él también desafía a la lógica y no sólo mantiene abierto su negocio, sino que hasta hace dos días seguía viviendo en el edificio mientras que los cohetes pasaban por encima de él «y todo se estremecía», admite. «Por la noche tendíamos un colchón en la esquina (protegida por muros) y dormía aquí con los niños. Ahora los he mandado fuera de la ciudad», argumenta.

Los responsabl­es de la empresa pública que gestiona las cuatro centrales nucleares ucranianas ya habían alertado sobre el despliegue de medio millar de soldados en las instalacio­nes de la ZNPP y las fotos satélites confirmaro­n la presencia de vehículos militares en el interior del complejo, incluidas baterías de Grad. Trabajador­es consultado­s por el diario

Wall Street Journal dijeron en junio que los rusos tenían medio centenar de tanques en el lugar y habían construido trincheras en su entorno.

«Todo esto es un disparate. ¿Cuándo hemos escuchado que una central nuclear sea usada como base militar? Es puro terrorismo». La voz de Dimitri Zhirkov suena agitada al otro lado del teléfono. Quien fuera uno de los responsabl­es de la central nuclear de Zaporiyia, ahora ejerce como asesor de la Agencia de Energía Nuclear de Ucrania, y ratifica las informacio­nes sobre el uso de Grads desde el interior de la planta, «algo que contravien­e cualquiera de los manuales de seguridad de este tipo de construcci­ones. ¡Es algo inédito!». «Tienen miedo de alejarse de la central y la están usando como si fuera su refugio», añade.

Nadie encuentra una razón de peso para justificar el motivo actual que ha generado esta acometida, que comenzó de forma inesperada y que supone la caída cada jornada de decenas y decenas de cohetes sobre Nikopol. «Al principio, el objetivo eran posiciones militares y las dos principale­s factorías de la ciudad, pero en seguida empezaron a bombardear casas, un hospital, un centro de donación de sangre, colegios...», aclara Natalya Gorbolis.

Los suburbios más cercanos al río son los que están sufriendo los mayores daños. Al igual que ocurrió con Igor Bikov, tan sólo la fortuna ha evitado que el balance de víctimas sea mayor. Uno de los cohetes se incrustó en una vivienda dejando un enorme boquete en el cemento. «No explotó y se quedó clavado a metros de la cama de la dueña», indica Yuri Goncharov.

Galina Sorokina también puede considerar poco menos que un milagro que esté viva. Dormitaba plácidamen­te sobre su cama el pasado día 16 cuando explotó el Grad a pocos metros de su piso. La metralla y los cristales cribaron el cabecero, que se ve repleto de agujeros, pasando a centímetro­s de su cabeza. Algunos fragmentos de vidrio le hirieron en el cráneo aunque sin mayores consecuenc­ias. «Estaba todo oscuro y yo notaba que tenía la cara llena de sangre. Mi marido es ruso y ahora vienen nuestros hermanos a liberarnos», refiere con cierta sorna.

Esa misma jornada, una pareja de ancianos falleció aplastada en el lecho donde descansaba­n durante la noche. El misil cayó sobre el techo del apartament­o y hundió la estructura. «El nieto dormía en la habitación de al lado y al acercarse sólo pudo ver las piernas de sus abuelos entre los pedruscos», comenta Goncharov.

La repentina arremetida rusa amenaza con agravar los riesgos que en

«Empezaron a atacar casas, un hospital, un centro de donación de sangre, colegios»

traña la ocupación de la ZNPP y la ciudad donde está localizada, Energodar. La coexistenc­ia entre una significat­iva parte de la ciudadanía local, la mayoría de los empleados de la central, y los militares rusos nunca ha sido fácil. El presidente de la compañía pública que opera la ZNPP alertó en mayo sobre las detencione­s de funcionari­os de la planta e incluso el caso de uno de ellos que fue herido gravemente de un balazo, según dijo. «Los rusos saben que la cantidad de material nuclear que hay allí les protege. Ucrania no atacaría tal objetivo. Es una base militar ideal», manifestó el citado responsabl­e, Petro Kotín.

Otra parte de la población ha decidido aliarse con los uniformado­s de Moscú incluido uno de los concejales del ayuntamien­to, Andriy Shevchyk, que se proclamó nuevo jefe de la administra­ción local. El alcalde Orlov informó en mayo que Shevchyk había resultado herido en una explosión atribuida a las fuerzas ucranianas.

El pasado mes de junio otro grupo de personas asistió a las celebracio­nes prorrusas que se desarrolla­ron coincidien­do con el aniversari­o de la creación de la ciudad y el Día de Rusia. «Hay muchos traidores y colaboraci­onistas. Ya se han registrado hasta matrimonio­s entre soldados y chicas locales», relata Eugenia Shulym, de 33 años, una empleada de la ZNPP que huyó en mayo a Nikopol.

Kiev opina que Moscú pretende simplement­e apropiarse de la central nuclear para «robar» –expresión de Dimitri Zhirkov– la electricid­ad que produce y abastecer a Crimea, algo que ya hacía hasta que en 2015 los ucranianos interrumpi­eron la conexión después de que un año antes los militares leales a Vladimir Putin ocuparan ese territorio.

La pura casualidad ha evitado que casi un centenar de niños de la localidad se vean atrapados en esta arriesgada coyuntura al encontrars­e en Cataluña desde hace meses, gracias a la intervenci­ón de Terrassa Ajuda Nens Ucraína (Tanu) y el gobierno de esa autonomía. La ONG catalana mantiene una estrecha colaboraci­ón con el ayuntamien­to de Nikopol desde hace 23 años y suele acoger a decenas de menores en verano e invierno, como explica Montse Ortega, una representa­nte de esa asociación.

«Cuando ocuparon la central de Zaporiyia, la alcaldía nos pidió ayuda y mandamos un autobús a Polonia para sacar a todos los niños que pudiésemos. Llevan desde entonces aquí», comenta por teléfono. «Nuestra gran preocupaci­ón, claro, son sus padres, que siguen allí. Todos pensábamos que estaban a salvo, pero ya ves», agrega.

Ludmyla Vasina es una de las vecinas de Nikopol que asume que cometió «un grave error» al abandonar Terrassa y volver el pasado 30 de junio a su localidad junto a sus dos hijos de ocho y 15 años. «Habíamos estado allí desde marzo. Los niños aprendiero­n catalán y yo un poco de castellano. Yo quería volver para trabajar, pero los niños se tenían que haber quedado», relata. Los chiquillos han tenido que abandonar una vez más la población, esta vez en dirección a una aldea cercana. Vasina los envió a casa de unos familiares después de la primera noche de bombardeos, que pasaron casi en vela y durmiendo todos arremolina­dos en una misma habitación.

Nikopol es una de las pocas poblacione­s ucranianas que no habían asistido a un éxodo masivo al inicio de la guerra. El miércoles, algunos vecinos del barrio que sufrió el último ataque cargaban sus coches con enseres preparándo­se a abandonar sus domicilios. El propio alcalde reconocía en las redes sociales que «los bombardeos continúan y cada residente tiene que decidir si se queda o se va».

La concejala Natalya Gorbolis recuerda que tras la ocupación de la ZNPP se marcharon unas 20.000 personas, pero «la gente comenzó a regresar». «Era como un rayo de luz. Los negocios estaban reabriendo y ahora esto. Acabamos de descubrir el horror que es la guerra», concluye.

Un centenar de niños evacuados a Cataluña ha evitado el peligro ‘in extremis’

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ALBERT LORES Inna, habitante de la ciudad ucraniana de Nikopol, ante su casa destrozada durante un bombardeo nocturno ruso.
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