Rodar y rodar
La salud del Tour de Francia, uno de los pulmones del deporte mundial, está a salvo. Durante aquella etapa sombría, acosado por los fantasmas de la muerte y el dopaje, casi olvidamos por completo la dureza del ciclismo, lo peligroso que puede ser y lo difícil que es pedalear a este nivel.
Hace tiempo, en una buena plática entre amigos, nos preguntamos cuál de todas las pruebas deportivas era la más agotadora. Alguien dijo escalar el Everest, otro mencionó las clásicas invernales de 50 kilómetros en el esquí de fondo, al debate no faltaron maratón, triatlón, ironman y ultraman, y algunos recordamos las salvajes consecuencias del viejo boxeador que sobrevivía los 15 rounds de una pelea; pero todos coincidimos en algo: el Tour de Francia, donde los ciclistas corren, trepan, suben, bajan, caen y compiten a lo largo de 15 etapas, promediando 200 kilómetros diarios sin tregua, ni descanso; representaba la resistencia, consistencia, audacia, técnica, emotividad, pasión y arte, que debe tener una prueba para convertirse en la reina del deporte.
Con esa devoción por el Tour, aquel grupo de amigos lleva años dentro de un chat esperando un ciclista que rescate el honor de su carrera: la edición 109 ha estado llena de comentarios, discusiones, imágenes, videos, enlaces, anécdotas y opiniones por WhatsApp. Dos corredores, Pogacar y Vingegaard, recorrieron el Tour en reversa, llevándolo a su origen.
Ciclistas de madera, entraron en la montaña y al salir de ella, habían dado la vuelta al corazón de Francia.
Ayer, en el descenso del puerto pirenaico de Col de Spandelles, hay una escena que recupera la esencia de nuestro viejo Tour cuando Pogacar, segundo en la general, cae en la cuneta en persecución de Vingegaard: el suéter amarillo al sentir la ausencia de su perseguidor, se detiene para esperarle, darle la mano y continuar.
Los principios del ciclismo son muy sabios: rodar y rodar. _
Pogacar y Vingegaard recorrieron el Tour en reversa, llevándolo a su origen