Su seguro de vida
Mi cariño y gratitud para los jesuitas, por lo mucho recibido de ellos; y con respeto y reconocimiento a la gran comunidad judía en México.
“Yo también cuido a los delincuentes, porque ellos también tienen derechos humanos”, nos dice, reiteradamente, el hijo de Chico Che. Ante crímenes atroces, él apuñala con ese mensaje a las víctimas y a la sociedad; para eso le sirve su hipócrita santurronería. Está compelido a repetir esa infamia para mantenerla viva en la mente de los criminales. Su pacto tácito con ellos, de no agresión, es claro: “amor y paz”; cada quien a lo suyo, ambos en concierto, y con vasos comunicantes en cuestiones electorales. ¡Morena y el narco unidos, jamás serán vencidos!
En todo Estado de derecho la defensa de los derechos humanos la hacen los propios interesados, sus abogados (defensores particulares o de oficio), las comisiones de Derechos Humanos, las fiscalías y los jueces. No es actividad encomendada preponderantemente al Ejecutivo. El de México tiene y mantiene como algo prioritario la defensa de los malandros. Su pánico lo ha llevado al extremo de pedirle públicamente perdón al
Chapo por haberlo llamado Chapo. Con ellos sí, de verdad: ¡Uy, qué miedo!
Los millones de derechohabientes sin medicinas (incluidos los niños con cáncer) son invento de los corruptos y conservadores. El desastre de la educación pública, el derrumbe de la economía, el creciente número de pobres (y con mayor grado de pobreza), la fallida lucha contra la violencia, el desprestigio internacional y todo lo demás son un “compló” de las fuerzas del mal (por supuesto neoliberales) deseosas de hacer fracasar su proyecto transformador. “Vamos requetebién”, él tiene la consciencia tranquila, ya cumplió “con 98 de sus 100 compromisos de campaña”, y se mira en la eternidad, con guirnaldas y laureles sobre las orejas, acurrucado por Juárez y otros notables difuntos.
¿Pero por qué su obsesionada verborrea en defensa de los facinerosos? ¿Qué explica ese insulto a los dolientes desamparados, a las mujeres ultrajadas y asesinadas, y a los muchos miles de mujeres y hombres desaparecidos? ¿Qué motiva ese constante escupitajo sobre las tumbas de 135 mil seres humanos arteramente asesinados hasta hoy, incluidos policías, guardias, marinos y soldados? ¿Por qué no tiene la más mínima empatía por las víctimas, pero la prodiga a los victimarios?
La respuesta es una: ¡Tartufo tiene pánico insuperable al poder y brutalidad de los criminales! Los “abrazos, no balazos” y su cantaleta sobre los derechos humanos de los violentos, es su salvoconducto para andar mondo y lirondo, de pata de perro, por todo el país; y recibir de ellos protección y, por supuesto, apoyo electoral.
Ese ganar-ganar entre mafiosos es el proceder de un gobernante corrupto, traidor y cobarde.