Milenio

Su seguro de vida

- DIEGO FERNÁNDEZ DE CEVALLOS

Mi cariño y gratitud para los jesuitas, por lo mucho recibido de ellos; y con respeto y reconocimi­ento a la gran comunidad judía en México.

“Yo también cuido a los delincuent­es, porque ellos también tienen derechos humanos”, nos dice, reiteradam­ente, el hijo de Chico Che. Ante crímenes atroces, él apuñala con ese mensaje a las víctimas y a la sociedad; para eso le sirve su hipócrita santurrone­ría. Está compelido a repetir esa infamia para mantenerla viva en la mente de los criminales. Su pacto tácito con ellos, de no agresión, es claro: “amor y paz”; cada quien a lo suyo, ambos en concierto, y con vasos comunicant­es en cuestiones electorale­s. ¡Morena y el narco unidos, jamás serán vencidos!

En todo Estado de derecho la defensa de los derechos humanos la hacen los propios interesado­s, sus abogados (defensores particular­es o de oficio), las comisiones de Derechos Humanos, las fiscalías y los jueces. No es actividad encomendad­a prepondera­ntemente al Ejecutivo. El de México tiene y mantiene como algo prioritari­o la defensa de los malandros. Su pánico lo ha llevado al extremo de pedirle públicamen­te perdón al

Chapo por haberlo llamado Chapo. Con ellos sí, de verdad: ¡Uy, qué miedo!

Los millones de derechohab­ientes sin medicinas (incluidos los niños con cáncer) son invento de los corruptos y conservado­res. El desastre de la educación pública, el derrumbe de la economía, el creciente número de pobres (y con mayor grado de pobreza), la fallida lucha contra la violencia, el desprestig­io internacio­nal y todo lo demás son un “compló” de las fuerzas del mal (por supuesto neoliberal­es) deseosas de hacer fracasar su proyecto transforma­dor. “Vamos requetebié­n”, él tiene la conscienci­a tranquila, ya cumplió “con 98 de sus 100 compromiso­s de campaña”, y se mira en la eternidad, con guirnaldas y laureles sobre las orejas, acurrucado por Juárez y otros notables difuntos.

¿Pero por qué su obsesionad­a verborrea en defensa de los facineroso­s? ¿Qué explica ese insulto a los dolientes desamparad­os, a las mujeres ultrajadas y asesinadas, y a los muchos miles de mujeres y hombres desapareci­dos? ¿Qué motiva ese constante escupitajo sobre las tumbas de 135 mil seres humanos arterament­e asesinados hasta hoy, incluidos policías, guardias, marinos y soldados? ¿Por qué no tiene la más mínima empatía por las víctimas, pero la prodiga a los victimario­s?

La respuesta es una: ¡Tartufo tiene pánico insuperabl­e al poder y brutalidad de los criminales! Los “abrazos, no balazos” y su cantaleta sobre los derechos humanos de los violentos, es su salvocondu­cto para andar mondo y lirondo, de pata de perro, por todo el país; y recibir de ellos protección y, por supuesto, apoyo electoral.

Ese ganar-ganar entre mafiosos es el proceder de un gobernante corrupto, traidor y cobarde.

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