¿T-MEC o antiyanquismo?
El fin del socialismo real en el ocaso del siglo XX fue un acontecimiento venturoso que, sin embargo, suscitó un desequilibrio ideológico. Su derrumbe sepultó bajo los escombros el temor del capitalismo al “contagio” socialista y acabó revirtiendo la redistribución de la riqueza lograda por la socialdemocracia. La globalización trajo consigo privatización y reformas fiscales regresivas y, con ellas, menor Estado de bienestar y mayor desigualdad. Se entronizó así el neoliberalismo, con la trickle down economics, la desregulación y otras calamidades que mucho daño han hecho.
Dos de las prescripciones del consenso neoliberal, sin embargo, resultaron positivas. Los equilibrios macroeconómicos pararon el desastre inflacionario (y crediticio) en los países subdesarrollados, y el librecomercioimpulsóelcrecimiento.EnMéxico,en buena hora, el presidente López Obrador los adoptó, pero sin comprender que la forja de la economía global contemporánea no fue selectiva y que sus reglas desalientan el eclecticismo. Mantener el estatismo energético, por ejemplo, es difícil de compaginar con un tratado comercial. Cuando un país se asocia con otros para comerciar se compromete a dar trato igual a todas las empresas, y si ese país decide privilegiar a las “paraestatales” propias sobre las particulares extranjeras se mete en problemas. Se puede creer que la energía es una actividad estratégica y que debe estar sujeta a la rectoría del Estado (yo lo creo) pero no se puede ignorar el hecho de que el mundo va por otro camino, que cambiarlo presupone hilar muy fino en el ámbito internacional y que, lejos de hacerlo, AMLO se ha limitado a alegarle al umpire, para decirlo en términos beisboleros. Discrepar de la ideología globalmente correcta no exime del cumplimiento de lo que se firma. La clave es negociar con inteligencia (¿estipular que los hidrocarburos son de la nación y reafirmar la soberanía legislativa anula el compromiso del piso parejo para todos?) y entender que las empresas estatales de hogaño no pueden funcionar como antaño (¿y si aprendemos de la petrolera noruega Statoil y de la compañía de electricidad Électricité de France?). Ser de izquierda hoy implica reivindicar al Estado haciéndolo más eficiente. Porque de otro modo, por desgracia, la globalidad reforzará la preeminencia de lo privado sobre lo público.
Por el bien de los mexicanos, hago votos por una solución favorable a nuestro gobierno de la queja de Estados Unidos y Canadá. Pero la cuestión es ¿qué haría AMLO en caso de que el conflicto escalara? Su anuncio de que el 16 de septiembre dará un mensaje sobre el tema, ante un Zócalo lleno, suena a tambores de guerra. Antes, cuando Trump lo amenazó con los aranceles, destinó veintitantos mil elementos de la Guardia Nacional a hacerle el trabajo sucio en migración. Ahora enfrenta un nuevo dilema. ¿Fue capaz de mermar las fuerzas que cuidan nuestra seguridad y sería incapaz de ajustar su política energética en aras del T-MEC? ¿Pesará más la ideología que el motor de nuestra economía? ¿Cuántos votos quita una crisis económica y cuántos da una eclosión nacionalista? Hace tiempo preguntaba aquí si la adversidad llevaría a AMLO a recoger la bandera antiyanqui. Me temo que mi duda se ha vuelto más válida y preocupante.
Discrepar de la ideología globalmente correcta no exime del cumplimiento de lo que se firma