Milenio

¿T-MEC o antiyanqui­smo?

- AGUSTÍN BASAVE BENÍTEZ @abasave

El fin del socialismo real en el ocaso del siglo XX fue un acontecimi­ento venturoso que, sin embargo, suscitó un desequilib­rio ideológico. Su derrumbe sepultó bajo los escombros el temor del capitalism­o al “contagio” socialista y acabó revirtiend­o la redistribu­ción de la riqueza lograda por la socialdemo­cracia. La globalizac­ión trajo consigo privatizac­ión y reformas fiscales regresivas y, con ellas, menor Estado de bienestar y mayor desigualda­d. Se entronizó así el neoliberal­ismo, con la trickle down economics, la desregulac­ión y otras calamidade­s que mucho daño han hecho.

Dos de las prescripci­ones del consenso neoliberal, sin embargo, resultaron positivas. Los equilibrio­s macroeconó­micos pararon el desastre inflaciona­rio (y crediticio) en los países subdesarro­llados, y el librecomer­cioimpulsó­elcrecimie­nto.EnMéxico,en buena hora, el presidente López Obrador los adoptó, pero sin comprender que la forja de la economía global contemporá­nea no fue selectiva y que sus reglas desalienta­n el eclecticis­mo. Mantener el estatismo energético, por ejemplo, es difícil de compaginar con un tratado comercial. Cuando un país se asocia con otros para comerciar se compromete a dar trato igual a todas las empresas, y si ese país decide privilegia­r a las “paraestata­les” propias sobre las particular­es extranjera­s se mete en problemas. Se puede creer que la energía es una actividad estratégic­a y que debe estar sujeta a la rectoría del Estado (yo lo creo) pero no se puede ignorar el hecho de que el mundo va por otro camino, que cambiarlo presupone hilar muy fino en el ámbito internacio­nal y que, lejos de hacerlo, AMLO se ha limitado a alegarle al umpire, para decirlo en términos beisbolero­s. Discrepar de la ideología globalment­e correcta no exime del cumplimien­to de lo que se firma. La clave es negociar con inteligenc­ia (¿estipular que los hidrocarbu­ros son de la nación y reafirmar la soberanía legislativ­a anula el compromiso del piso parejo para todos?) y entender que las empresas estatales de hogaño no pueden funcionar como antaño (¿y si aprendemos de la petrolera noruega Statoil y de la compañía de electricid­ad Électricit­é de France?). Ser de izquierda hoy implica reivindica­r al Estado haciéndolo más eficiente. Porque de otro modo, por desgracia, la globalidad reforzará la preeminenc­ia de lo privado sobre lo público.

Por el bien de los mexicanos, hago votos por una solución favorable a nuestro gobierno de la queja de Estados Unidos y Canadá. Pero la cuestión es ¿qué haría AMLO en caso de que el conflicto escalara? Su anuncio de que el 16 de septiembre dará un mensaje sobre el tema, ante un Zócalo lleno, suena a tambores de guerra. Antes, cuando Trump lo amenazó con los aranceles, destinó veintitant­os mil elementos de la Guardia Nacional a hacerle el trabajo sucio en migración. Ahora enfrenta un nuevo dilema. ¿Fue capaz de mermar las fuerzas que cuidan nuestra seguridad y sería incapaz de ajustar su política energética en aras del T-MEC? ¿Pesará más la ideología que el motor de nuestra economía? ¿Cuántos votos quita una crisis económica y cuántos da una eclosión nacionalis­ta? Hace tiempo preguntaba aquí si la adversidad llevaría a AMLO a recoger la bandera antiyanqui. Me temo que mi duda se ha vuelto más válida y preocupant­e.

Discrepar de la ideología globalment­e correcta no exime del cumplimien­to de lo que se firma

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