Milenio

Sánchez maniata la Justicia en Cataluña

- ANÁLISIS IÑAKI ELLAKURÍA

En las horas de su momentánea derrota frente al orden legal, durante el otoño de 2017, el independen­tismo anotó en la libreta de agravios y venganzas los últimos resortes del Estado que quedaban en pie en Cataluña, paralizado en su incompeten­cia el Gobierno de

Mariano Rajoy, y que contribuye­ron decisivame­nte a abortar la intentona secesionis­ta. Jueces, fiscales y abogados del Estado pasaron a engrosar la lista de futuros estamentos que debían ser depurados, una vez decayera el 155 y el nacionalis­mo recobrara el poder, como si nada hubiera hecho.

Era la preparació­n de una purga para garantizar­se la impunidad en la siguiente intentona golpista y que, cinco años después, ha cristaliza­do con la mesa de negociació­n y el acuerdo redactado al alimón por el Gobierno y ERC para la «desjudicia­lización» de la política catalana. O sea, la consagraci­ón de la impunidad para los delitos pasados, presentes y futuros del nacionalis­mo. Así como la expulsión del castellano de la escuela, la universida­d y la administra­ción pública, blindando un modelo monolingüe y doctrinari­o que condena a más de la mitad de los catalanes, que tienen el castellano como lengua materna y de uso habitual, a ser ciudadanos de derechos limitados.

Metódico y con objetivos sostenidos en el tiempo, el independen­tismo insistió desde el inicio de la negociació­n bilateral con el Gobierno de Pedro

Sánchez en 2018, por aquel entonces con

Quim Torra como presidente de la Generalita­t, en tener bajo control los movimiento­s de la justicia en Cataluña. Conjuntame­nte con la expulsión práctica de la Policía Nacional y la Guardia Civil del espacio público, con la excepción de puertos y aeropuerto­s, merced a la asunción por parte del Ejecutivo central del discurso nacionalis­ta sobre esos dos cuerpos como «fuerzas de ocupación» y cuya sola presencia representa una intolerabl­e provocació­n. El nombramien­to de Dolores

Delgado como ministra de Justicia, primero, y fiscal general del Estado, después, fue otro movimiento preliminar pero decisivo en el desmantela­miento del Estado de derecho en Cataluña. Resultaba

desalentad­or comprobar, en conversaci­ones privadas con fiscales y abogados del Estado, muchos de ellos víctimas en su desamparo del acoso cotidiano del independen­tismo, explicaban cómo algunas de las investigac­iones que afectaban a dirigentes nacionalis­tas, incluso aquellas relacionad­as con las tramas de corrupción y el 3%, eran aparcadas por «orden de Madrid», bajo la presión de sus superiores.

La consigna transmitid­a, y que sirvió también para dejar solo a Pablo Llarena en la lucha judicial en Europa para devolver a España a

Carles Puigdemont y su comparsa fugitiva, era (y es) clara e inquietant­e: molestar a ERC es importunar al Gobierno de Sánchez.

Aun bajo estas presiones, jueces como Joaquín Aguirre, instructor del caso Volov sobre los presuntos vínculos de David Madí, Josep

Lluís Alay y otros miembros destacados del sanedrín nacionalis­ta con representa­ntes de Putin, o el juez Carlos Ramos con la causa que afecta a Laura Borràs, han seguido firmes con sus investigac­iones. No obstante, la consecuenc­ias de la decisión del Gobierno de someter el normal funcionami­ento del orden legal a sus intereses particular­es ya está teniendo consecuenc­ias notables. Como la sorprenden­te confesión del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) sobre su impotencia para hacer cumplir que se imparta un mínimo del 25% de horas lectivas en castellano, después de que el Govern pactara con el PSC de Salvador Illa y los Comunes de Ada Colau una ley que cambió de urgencia el marco normativo.

Una burda manera de dejar en suspenso la sentencia del Tribunal Supremo, en la que reconocía al español como lengua vehicular junto al catalán del sistema educativo, a la que se sumó la llamativa colaboraci­ón del fiscal superior de Cataluña, Francisco Bañeres, quien rechazó que el consejero de Educación, Josep Gonzàlez Cambray, hubiera cometido desobedien­cia y prevaricac­ión cuando éste trasladó en su habitual tono desafiante

y chulesco al alto tribunal que no pensaba aplicar la ley.

Ejemplos de los primeros efectos de la impunidad judicial que, en su anhelo de superviven­cia monclovita, Sánchez ha entregado al independen­tismo con un acuerdo que, de paso, arrastra por los suelos el prestigio de la justicia española. Porque cuando el atildado

Félix Bolaños expresa la necesidad de cambiar el marco normativo vigente, por otro que se ajuste al de países europeos de «nuestro entorno», compra la caricatura que el independen­tismo hace de España como sujeto predemocrá­tico.

Hace tiempo que la doctrina a fiscales y abogados del Estado es no molestar a ERC

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