La apuesta del cisma en Morena
A la memoria de Juan Federico Arriola, jurista, filósofo, gran amigo
La crítica a las comparaciones de Morena con el PRI me parece ociosa. Es obvio que hay diferencias —las analogías históricas señalan similitudes, nunca identidades— pero también lo es que la 4T reconstruye en más de un sentido la hegemonía priista gestada desde el callismo y consolidada en el presidencialismo cardenista. Más aún, yo creo que hay otra semejanza. Desde el inicio del antiguo régimen se pensó que solo una escisión en “la familia revolucionaria” podría abrir paso a la pluralidad y, si bien las candidaturas presidenciales disidentes de Almazán en 1940 y de Henríquez en 1952 fueron sofocadas, la vía cismática resurgió con fuerza en 1988, con Cuauhtémoc Cárdenas como candidato, precursor del PRD y uno de los artífices de la transición democrática mexicana.
La apelación al cisma como fuente de democratización suele darse cuando un partido es dominante al grado de marginar a la oposición. Y es justamente la visión de que el morenismo es tan poderoso que las probabilidades de un triunfo opositor son mínimas —que en los hechos es una suerte de resignación— la que ha llevado a algunos a apostar a que Ricardo Monreal y sobre todo Marcelo Ebrard rompan con el presidente López Obrador y busquen la silla del águila desde otra plataforma partidista. La idea proviene de personas o grupos que no quieren que continúe la 4T y que piensan que Monreal o Ebrard pueden cambiar el rumbo.
La premisa es creíble. Ambos políticos tienen discrepancias —uno abiertas, el otro subrepticias— con AMLO. Ninguno de ellos representaría continuidad, como sí lo hacen Claudia Sheinbaum o Adán Augusto López. Las dos preguntas que los apostadores cismáticos deben hacerse, sin embargo, son si sus prospectos se atreverían a romper con AMLO y si tendrían la capacidad de vencer a Morena. A mi juicio las respuestas son sí y no, en el caso de Ricardo, y no y sí en el de Marcelo: el senador luce listo para dejar las filas oficialistas, aunque las encuestas no le auguran éxito como abanderado presidencial, y el canciller da la impresión de estar renuente al rompimiento, pese a que los sondeos de intención de voto lo muestran competitivo. Los malpensados podrían conjeturar que la verdadera aspiración del primero es la jefatura de gobierno de CDMX y que la del segundo es llegar a la boleta en una candidatura B —con otro partido pero con la solapada bendición de AMLO, en una ruptura pactada—; lo cierto es que la sombra del cisma ronda a la 4T, como al PNR/PRM/PRI, y crece al son de las elecciones de consejeros de Morena, un déjà vu de las guerras tribales perredistas.
Con todo, yo no recomendaría poner fichas sucesorias en la casilla cismática. Por un lado, AMLO es un político sumamente hábil a quien, además, el poder de la Presidencia de la República dota de instrumentos para disuadir la deserción —ojo: no se ha dado carpetazo al asunto de la Línea 12 del Metro—; por otro, importar un candidato de la 4T debilitaría aún más a la oposición. Espero que la apuesta por el cisma —¿realismo inteligente o esperanza de desesperados?— no haga que los opositores se confíen y abandonen su tarea, de por sí rezagada, de construir una buena candidatura propia para la elección presidencial del 2024.
Quienes no quieren que continúe la 4T piensan que Monreal o Ebrard pueden cambiar el rumbo