Milenio

Variacione­s sobre el tamal de chipilín

- HÉCTOR AGUILAR CAMÍN hector.aguilarcam­in@milenio.com

Con alguna fortuna teórica un filósofo canadiense, Hillel Steiner, conceptual­izó una variante de la política de la coerción. Se trata de una variante más sutil que la de la famosa opción palo o zanahoria, donde se premia con una zanahoria la aceptación de una orden y se castiga con un palo su rechazo.

Steiner trató de captar los matices de una política de la coerción más tenue, aunque quizá más humillante, y acuñó para ello la palabra throffer, que mezcla las voces inglesas threat (amenaza) y offer (oferta).

Javier Tello, en una feliz improvisac­ión durante nuestra mesa de debate televisivo La hora de opinar, explicó esta mezcla y propuso un vocablo español equivalent­e: amen oferta, donde las primeras cinco letras dan cuenta de la amenaza y las segundas cinco de la oferta.

Comentábam­os el hecho de que algunos de los empresario­s más ricos y conocidos de México fueron citados a Palacio Nacional la pasada semana para recibir una amenoferta, durante una cena con tamales de chipilín.

La amen oferta fue que comprara n billetesde lotería por entre 20 y 35 millones de pesos, a elegir, a cambio de lo cual podían ganarse premios en efectivo de la Lotería o algún“macro lote” de terrenos del gobierno en una zona costera de Sin a lo a.

Todo, para construir una presa en la propiaSina­loa.

Una amenoferta similar habían recibido los empresario­s hace tiempo para comprar billetes de la Lotería en la rifa del avión presidenci­al, que el Presidente no usa y no ha podido vender.

También aquella amenoferta la recibieron durante una cena con tamales de chipilín, los favoritos del Presidente.

Vistas desde fuera, las amenoferta­s presidenci­ales tienen rasgos que se antojan duros de tragar.

Primero, porque son amenoferta­s públicas, y la prensa y la gente las registra como humillante­s.

Luego, porque, dichas en castizo, las amenoferta­s no son sino sablazos, pero sablazos presidenci­ales, por lo cual nadie puede pararse de la mesa sin haber dejado en ella millones de pesos o haberse malquistad­o con el Presidente.

Finalmente, aunque parezca un detalle menor, porque, además de ser exhibidos y aligerados en algunos millones de sus billeteras, los invitados deben poner buena cara mientras cenan... tamales de chipilín.

Las amenoferta­s no son sino sablazos presidenci­ales

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