Un poeta en el callejón
Antes de desaparecer, Samuel Noyola publicó en 2007 Las vueltas que da La Maraka,1, en el portal de Letras Libres; fue este texto de apenas una cuartilla el que guió mi investigación en la zona con el fin de encontrar alguna pista sobre su paradero
Con el fin de encontrar alguna pista sobre el paradero del poeta Samuel Noyola, llegué a La Maraka, el salón de baile conocido también como El Palacio de la Salsa, asentado en la colonia Narvarte de la Ciudad de México.
Antes de desaparecer, el propio Samuel publicó en octubre de 2007, en el portal de Letras
Libres, un texto titulado Las
vueltas que da La Maraka, 1, en el cual relataba su trabajo como franelero del estacionamiento del lugar, tras llegar ahí penando “entre la frontera del amor y el desquicio callejero”.
Fue este texto de apenas una cuartilla el que guió mi investigación en la zona. Leí una y otra vez cada oración para tratar de encontrar claves secretas brindadas por el poeta en sus últimas palabras publicadas.
Junto a un equipo visité los alrededores durante meses hasta que encontramos en el cercano Callejón de Xoco a Guillermo Castro, artista escultórico mejor conocido como Memo Peyotero, quien se convirtió en centinela de mi misión.
Peyotero tenía casi 50 años de edad cuando lo conocí. Había pasado prácticamente toda su vida en ese callejón donde Samuel vide vió también, primero en un cuarto de azotea de la casa del escultor (donde empezamos nuestra conversación), después en una Suburban ponchada que el poeta bautizó como “Hotel Noyolotzin” y finalmente en un viejo vehículo modelo Caribe al que llamó “Caribe Suite”.
“Tengo el orgullo de conocer a Samuel Noyola y lo tuve varios años en este lugar conmigo —me cuenta Peyotero—. Un día estuve en una exposición del pintor Jorge Moedano y ahí empecé escuchar a todos hablar de una persona que le decían ‘La Leyenda’.
“Mi curiosidad me llevó a preguntar quién era esa leyenda y me entero que Samuel Noyola era la leyenda. Ese mismo día me lo presentaron. Concordamos con muchas ideas porque la escultura que yo hago tiene que ver con la recolección peyote y a Samuel encantó tanto eso que me hizo una poesía ese mismo día acerca de lo que yo le estaba contando del peyote.
¿Qué le contaste de la recolección de peyote?
Le contaba que mis estudios de campo me llevaron a la investigación de lo que me inspiraba siempre: ver a los huicholes que recolectaban peyote, y yo tenía siempre la curiosidad de poder hacerlos en escultura. Samuel me decía que le mostrara lo que yo había hecho porque le gustaría hacer una poesía de eso.
El día que lo conocí fue un viernes de 1999, entonces al día siguiente llegó aquí a mi casa. Se interesó en una escultura que yo había hecho de un hombre comiendo peyote y ese mismo día me llevó a conocer a un galerista que se llama Alexis Covacevich y me lo presentó. Fue su intuición y visión del arte la que lo motivó a promover mi obra.
¿Y cómo es que finalmente se queda a vivir contigo?
Una semana después me lo encontré durmiendo en el piso de la entrada del Salón La Maraka, un espacio al que Samuel le llamaba “Recámara Maraka”. Pero yo lo traslade aquí para que estuviera más tranquilo.
¿Y de que hablaron esos primeros días?
De la inspiración. Samuel me preguntabade dónde la tomaba yo, y yo le platicaba de mis estudios en Real de Catorce. Él me decía que ese pueblo estaba cerca de Monterrey —dedondeélera—yqueéltambién había ido recolectar peyote. De hecho, después hice una escultura en la que Samuel hizo una pose de recolección para mí. Él me decía que quería modelar, entonces yo lo modelé e hice esa escultura.
¿Cuánto tiempo vivió por aquí?
Muchos años. Llegó por el 99 y se quedó unos nueve años viviendo en el callejón.
¿Cómo lo encontraste en La Maraka?
Estaba muy crudo porque había tomado bastante y yo sentí que no tenía que estar ahí. Para ese entonces yo ya admiraba la poesía de él. Había leído Tequila con Calavera y sabía que tenía un artista en mi casa, un gran poeta, por eso lo traje de la “Recámara Maraka” a este lugar donde estamos.
¿Y qué rastros de él quedan aquí?
Ese colchón es donde dormía y esta cobija azul es lo único que hay de Samuel aquí (señala los objetos colocados a sus espaldas).
En esa época yo le subía agua y de comer, le apoyaba porque sabía que estaba carente de cosas, pero él siempre se la pasaba escribiendo y eso me parecía admirable. Me gustaba mucho verlo escribir y que dijera poesías; a veces me decía que le trajera algo de beber y él me hacía un soneto. Me lo actuaba aquí mismo, me actuaba el soneto, lo hacía en vivo…
¿Cómo era su proceso de escritura?
En la mañana salía de aquí porque iba en busca de su bebida, ya por las tardes, como a las cuatro de la tarde, tocaba la puerta y le abríamos. Subía y no salía ya de aquí. Aquí se quedaba la tarde y en la noche, hasta que, ya casi madrugada, salía otra vez a buscar bebida y le teníamos que dejar la puerta abierta. A veces se escuchaba que estaba afuera, porque decía poesías al aire libre, entonces, los vecinos sabíamos que era Samuel deleitando al callejón con su poesía.
¿Qué significaba para ti apoyar a alguien que además de ser un gran poeta estaba en situación de calle?
Yo no era como su tutor, era más amigo de él, pero me causaba una gran impresión ver que un gran poeta estuviera en la calle; además, yo había pasado por una situación casi igual en la frontera, donde una familia de artistas me adoptó. Ayudando a Samuel yo sentía que estaba pagándole a la vida ese favor que habían hecho conmigo antes.
¿Por qué crees que necesitaba ese tipo de apoyo?
Samuel empezó a beber porque decía que estaba deprimido porque había fallecido Octavio Paz. Yo le pregunté que por qué bebía tanto y él me llegó contestar que no podía controlar la muerte de su padrino. Yo traté siempre darle ánimos para que dejara de beber, pero le ganaba más la depresión. Samuel no podía entender que Octavio Paz ya había muerto.
Y eso a mí me molestaba, porque Samuel era un artista súper
underground que te maravillaba con sus poesías. No pude hacer nada en la situación de la bebida, pero pude hacer por él otras cosas, como mantenerlo durmiendo. También lo ayudaban los vecinos.
Alguna señora de aquí siempre le decía :“Samuel ya deja de beber, acá tenemos una casa para que te puedas venir y puedas escribir”, pero nunca quiso irse con nadie. Tenía una idea muy libre de la vida.
“Empezó a beber porque decía que estaba deprimido; no podía entender que Octavio Paz ya había muerto”