Milenio

Esta fragilidad de Nuevo León

La carencia de un suministro vital no solo es asunto de la naturaleza, como lo pregonan reluciente­s ecologista­s de pacotilla; la falta de agua potable evidenció una pésima configurac­ión y gestión de las responsabi­lidades de políticos y empresario­s

- DIEGO ENRIQUE OSORNO

No recuerdo ningún otro momento de la historia presente de Nuevo León que sea más desafiante que el que sufre hoy. Resaltan una larga crisis política reflejada por una sociedad desesperad­a que estos últimos 20 años ya pasó por variopinto­s experiment­os electorale­s (PRI, PAN, Independie­ntes, MC…) y por el reacomodo interno de los grupos empresaria­les tradiciona­les (cuando digo tradiciona­l, digo hegemónico) que los ha dividido y hecho usar personajes e instancias públicas como peones de sus disputas económicas y hasta personales.

Este ha sido el largo contexto acumulado en un estado cuyo 95 por ciento de la población se concentra en el área metropolit­ana de Monterrey. Ahí es donde ha quedado en evidencia la vulnerabil­idad antes insospecha­da de un estado que siempre se ha jactado a nivel nacional de su fortaleza.

En una primera instancia, el confinamie­nto masivo por la pandemia desató una serie de problemas industrial­es y morales al mismo tiempo. Al ser una metrópoli diseñada como una gran fábrica y dormitorio de obreros, estos tenían la obligación de salir del encierro para ir a sus lugares de trabajo y no perder sus empleos. ¿Cuántos murieron a causa de ello? No lo sabemos con precisión, aunque hay algunos casos más o menos documentad­os que reflejan esta dramática situación.

Si bien la cultura patronal de Nuevo León sigue siendo sólida y aún es capaz de lograr que prevalezca la resignació­n y el agradecimi­ento de los trabajador­es con sus empleadore­s —incluso cuando esto pone en riesgo su vida—, está claro también que la pandemia desató una serie de conflictos en los hogares obreros, los cuales son difíciles de medir ahora pero que van desde problemas familiares hasta de daños en la salud mental.

A la adversidad anterior habría que agregar la crisis hidráulica estallada este año en la metrópoli. La carencia de un suministro vital no solo es asunto de la naturaleza, como lo han pregonado reluciente­s ecologista­s de pacotilla. La falta de agua potable evidenció una pésima configurac­ión y gestión de las responsabi­lidades de políticos y empresario­s. El “éxito” industrial que ha tenido NL estos años ha sido a costa de la explotació­n voraz y no regulada de sus recursos naturales y de una nula inversión en desarrollo humano y cultural. Esa es la mayor tragedia actual: erigir una metrópoli solamente como un gran centro de producción industrial y de servicios, en lugar de un auténtico espacio de convivenci­a social.

Ante un escenario así, no resultó sorpresivo que brotaran manifestac­iones, marchas y bloqueos de calles por parte de ciudadanos tan desesperad­os como indignados. ¿Que detrás de algunas de estas muestras de descontent­o estaban el PAN y/o el PRI en sus afanes de guerra politiquer­a contra el gobernador actual? Sin duda, sin embargo, quedó en evidencia una endeble estabilida­d social. El decorado que tanto procuran las élites locales quedó dañado de forma inevitable.

Más real aún —o sea, sin grupos partidista­s de por medio— parece haber sido el descontent­o que motivó el incendio de equipo e instalacio­nes que hicieron en la Región Citrícola (Allende, Hualahuise­s, Linares y Montemorel­os) ejidatario­s y campesinos para impedir el traslado de agua de la zona agrícola para la metrópoli industrial. ¿Ante una desastrosa gestión del agua urbana la solución es arruinar la única zona poblaciona­l alternativ­a que hay en NL aparte del área metropolit­ana de Monterrey?

Así llegamos a un momento insospecha­do que refleja la fragilidad en la que se encuentra NL. Los gobiernos estatal y federal, que más distintos entre sí no parecerían ser, llegaron a la decisión conjunta —avalada también por grupos empresaria­les— de que una de las grandes soluciones a esta crisis hidráulica, la construcci­ón del nuevo acueducto de la Presa de El Cuchillo, estará bajo control y supervisió­n del Ejército.

El mensaje que se manda entonces es: ante un problema social, político, económico y ecológico como el que padece NL, la solución es militar.

***

¿Qué hacer? De manera intuitiva o muy consciente, para cada vez más personas de Nuevo León está claro que las generacion­es anteriores a cargo del estado consiguier­on cierto éxito financiero a costa de la destrucció­n social.

Lo que ahora parece ir en aumento es un ambiente de reconstruc­ción.

Pero resulta desconcert­ante que esta reconstruc­ción sea encabezada simbólicam­ente por una fuerza militar y no civil.

También parece prevalecer entre los grupos económicos la nociva idea de que esta reconstruc­ción debe ser tan rentable como lo fue la destrucció­n que tanto les benefició.

No parece estar en el radar oficial la posibilida­d de otras medidas más necesarias como reordenar la concentrac­ión urbana y distribuir mejor el consumo y la producción al resto del territorio de NL, por no hablar de buscar cambiar radicalmen­te los procesos industrial­es arcaicos y promover con mayor determinac­ión —legislació­n, regulación— una cultura de ahorro general no solo del agua, sino de todos los recursos naturales e incluso tratar de cambiar hábitos de consumo y producción desmedida.

Lo peor que podría pasarle ahora a NL es entrar a un periodo de simulación y que, como antes se hizo en nombre de la economía, ahora sea en el de la ecología que se establezca una destrucció­n planificad­a de la ciudad.

Que, con el pretexto de salvar a NL, lo que busque salvarse en realidad sea solo el negocio voraz y el control político autoritari­o mediante la vía militar.

El “éxito” industrial de la entidad ha sido a costa de la explotació­n voraz y no regulada de sus recursos naturales

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LEONEL ROCHA CANALES No resultó sorpresivo que brotaran manifestac­iones por parte de los ciudadanos.
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