Las cuentas del señor Don Veto
Sin novedad. Desde junio de 2018 pasa lo mismo de distintas maneras. Los biempensantes suspiran por un ultimísimo e imposible giro al centro de Sánchez que restaure el socavón que ha provocado. Sánchez fio su destino a sus alianzas, a las que torea en lo accesorio para perseverar conjuntamente en lo fundamental: para él, es su supervivencia; para sus socios, la mutación constitucional. Sánchez sabe que sus aliados no le abandonarán porque no tienen alternativa.
Esteban, portavoz del PNV, le advirtió dos veces. En el debate sobre el estado de la nación le galleó volteando sin éxito el argumento: «Quien no puede permitírselo es usted. Usted no puede prescindir de sus socios». A los pocos días se quejó decaído: «El presidente sólo mira la siguiente curva». Para Sánchez, el PNV es un mero peón cuya flaqueza no es sólo numérica. Sánchez lo mantiene a raya porque el PNV cree que no puede cambiar de bloque dejando que Bildu campe a sus anchas por el lado confortable del espectro. Sánchez es un pegamento de fuerzas menores e identitarias que succionan las arcas públicas.
El gran atributo de Sánchez es haber hecho de su menesterosidad potencia. Fue presidente con 84 diputados; hoy lo es con 120 y calcula tenaz que lo puede volver a ser con entre 90 y 110. O sea, ya que su mayoría parlamentaria es precaria, presidencializa el sistema para dotar a su mandato de funciones ceremoniales y efectivas. Entre las efectivas, abusa de tres: el decreto ley, la tramitación vertiginosa de leyes –hurtando a la sociedad el debate sobre las mismas– y, en este caso, el oficio de no conformidad con enmiendas presupuestarias, una suerte de derecho de veto que trastoca sin rubor.
Sánchez impedirá la votación de casi 1.000 enmiendas de todos los grupos a los Presupuestos subvirtiendo el espíritu de la función del instrumento, destinado a evitar que supongan un incremento de gasto –aumento de créditos o disminución de ingresos–. Sánchez [no escribo Gobierno porque, en otra disfunción propia de nuestro tiempo, el Ejecutivo no actúa como órgano colegiado] veta las votaciones que comprometan la consistencia de su conglomerado parlamentario, muestren la debilidad de su amasijo y le supongan cierta incomodidad, derivada de la pugna dialéctica con sus socios.
En 2021, durante la tramitación de los últimos Presupuestos, hizo lo mismo con otro buen puñado de enmiendas pese al informe contrario de los letrados de las Cortes, que luego desestimó la Mesa. El TC ya expuso claramente en 2018 las exigencias y requisitos sobre los que el Gobierno debe fundamentar su veto. Los letrados invocaron esa sentencia. Dio igual. Cuando Sánchez incorpora mecanismos presidencialistas a su desempeño lo hace además con una ventaja añadida, pues los sistemas presidencialistas activan los controles parlamentarios precisamente para forzar algún tipo de equilibrio.
En este caso, Sánchez se concede máximos poderes con mínimos controles, según su proceder durante los estados de alarma. Se lo permite porque lo único que necesita Sánchez es que todos los demás lo necesiten. Y todos los demás lo necesitan porque han interiorizado otro rasgo del presidencialismo, que las elecciones son de suma cero: la ganancia de Sánchez es la de todo su bloque –independientemente de menudencias–, y coincide exactamente con las pérdidas del bloque adversario. Así que el señor Don Veto se mantiene sentadito en su tejado gracias a la fortaleza que se otorga con su debilidad, la concepción binaria de la política y falta de contención institucional. A lo lejos, la calle del pescado. Mañana será otro día.