Después de la marcha
Vaya regalo de cumpleaños que le dio México al Presidente. De por sí llevaba más de una semana de echar espuma por la boca en sus mañaneras, donde abría el tema con su sonrisita condescendiente diciendo que los manifestantes podían llegar hasta el Zócalo si querían, que en su gobierno había libre expresión, que la marcha lo dejaba indiferente. La aparente serenidad le duraba apenas unos segundos, pasados los cuales comenzaba a torcérsele la boca y a fruncírsele el ceño con denuestos, agresiones e insultos, rescatando su odioso mensaje de 2004, cuando era jefe de Gobierno
y calificó un movimiento contra la inseguridad y los secuestros como de pirrurris, la palabra que entonces usaba para fermentar sus resentimientos sociales y que ahora cambió por fifís. Ese año López, enfurecido, acusó al miedo y al dolor ciudadano vertido en las calles de la capital de responder a una “mano negra”, como hoy hace con los padres de los niños con cáncer y con las mujeres violentadas. Porque claro que podía saberse.
El asunto es que no hubo contingencia ambiental que valiera. Los ciudadanos salieron a la calle, a lo largo y ancho del territorio nacional —y hasta en el extranjero, frente a embajadas y consulados— en rechazo a la intentona de López de regresarnos a las épocas de gloria del partido que lo parió, el más rancio PRI de la dictadura, cuando el licenciado Bartlett controlaba las elecciones y se le caía el sistema cada que al presidente en turno le resultaba conveniente.
López Obrador quiere vendernos que el instituto sale muy caro —en su último presupuesto el INE solicitó 24.696 millones de pesos—, pero su justificación hace más agua que Dos Bocas. Porque el tabasqueño nunca ha tenido escozor alguno en tirar nuestro dinero a carretadas, y no solo en proyectos faraónicos sino en ejercicios todavía
Temo que el Presidente haga del reclamo que la gestó lo mismo que en 2004: nada
más inútiles: la consulta donde se preguntaba si queríamos enjuiciar a los ex presidentes corruptos, que ya vimos para lo que sirvió, costó más de 500 millones de pesos. Por no hablar de los 233 millones que pagamos por la mencionada refinería o los 116 mil millones del aeropuerto Felipe Ángeles, a los que hay que sumarle las pérdidas por la cancelación del de Texcoco, inicialmente estimadas por la Auditoría Superior de la Federación en 332 mil millones de pesos, más las pérdidas que acumula mensualmente, que arañan los 30 millones. Pero para López lo que sale caro, bien caro, es el instituto electoral más confiable y seguro del mundo, el que nos garantiza elecciones limpias y se erige como un dique contra el regreso de una dictadura que, pensábamos, ya habíamos dejado atrás.
Porque es bien sabido que el verdadero motivo por el cual López Obrador quiere aniquilar al INE es para perpetuarse más fácilmente en el poder, querámoslo o no los mexicanos, y si en corto no puede hacerlo por sí mismo al menos será mediante sus solovinos y corcholatas. Lo que temo es que, a pesar del entusiasmo ciudadano y de la contundencia de la marcha, el Presidente haga del reclamo que la gestó lo mismo que hizo cuando la otra, la de 2004: absolutamente nada.