Van Gogh: última llamada / y II
Íbamos hacia lo global pero ya no hay dónde llegar. Volvemos a lo local pero ya no existe más. Tres fenómenos políticos, analizados por Bruno Latour en su imprescindible Dónde aterrizar (Taurus, 2019), explican coherentemente la incoherencia del momento actual, cuando pareciera no haber más un mundo común para compartir.
Después de la caída del Muro de Berlín, al inicio de los años noventa, comenzó una globalización mundial celebrada como el alcance
Han hecho todo lo posible por omitir “la relación entre pobreza y desastre ecológico”
de la libertad y el progreso ininterrumpidos para todas las sociedades del planeta, que ante el capital trasnacional debieron desmontar los mecanismos de soberanía y protección sobre sus recursos naturales y sus costumbres culturales. Esa globalización fomentará de manera explosiva y simultánea un ascenso de las desigualdades sociales aquí y allá, aun en las naciones desarrolladas. Y será acompañada por un ocultamiento ideológico y mediático criminal: “La empresa de negar sistemáticamente la existencia de la mutación climática”. Negar que la relación entre los humanos y la naturaleza estaba rota.
Salvo unos cuantos científicos, intelectuales, periodistas y activistas desacreditados sistemáticamente como profetas de la catástrofe, la operación negacionista ha inoculado a cualquiera. Desde los católicos y cristianos hasta las izquierdas y derechas, como observa Latour, han hecho todo lo posible por omitir “la relación entre pobreza y desastre ecológico”, fomentando masivamente la ignorancia, la indiferencia, el nihilismo suicida para que el fin civilizatorio ocurra sin comprenderse. Y las élites, los gobiernos, la gente marchando ciegas hacia él.
¿Qué queda por hacer? “La destrucción atenta, sutil y metódica de toda política que se desentienda del mundo sensible”. La construcción de una conciencia humana común para retomar el control y la esperanza, para reestablecernos con el planeta. ¿Lo veremos? No lo sé.