El chapulín de Chapultepec
Visitante y conocedor del Bosque de Chapultepec por mi condición chilanga desde temprana edad, ha llamado sin embargo hasta hace unas semanas mi atención su emblema, ese chapulín de perfil que representa la felicidad para tantos niños y corredores que suelen pasar grandes días entre sus pastos y arcillas, sus árboles y sus atracciones.
Y ha llamado mi atención porque en más de medio siglo de visitas para ejercitarme algunas veces, admirar su fauna en el zoológico en otras, recorrer el Museo de Antropología, sorprenderme ante exposiciones como la de las serpientes más venenosas del mundo, con una cobra reina expandiéndose, o la de las arañas más imponentes, entre las que conocí a la Goliat de Madagascar, nunca he visto un triste chapulín, cuyo nombre viene del náhuatl.
Evoqué esos paseos al gran bosque y su emblema cuando leía el arranque de la novela Darwin o el origen de la vejez (Alianza Editorial, 2022), del argentino Federico Jeanmaire, quien dice: “No hay tortugas en Galápagos. Ni de las gigantes ni de las otras: las ordinarias, las más pequeñas. O al menos no las veo durante el corto trayecto que hago en un incómodo autobús que me lleva desde del aeropuerto de Baltra hasta el canal de Itabaca”.
Y añade: “Lo que sí alcanzo a observar, en cambio, son un par de carteles que exigen del chofer cierta precaución ante el posible paso de tortugas”.
Quizá sea que uno pone poca atención al contexto. En una carretera de Canadá recuerdo haber visto carteles que advertían del eventual paso de alces, a una calle de la casa de mi hermana en Monterrey alertan de la irrupción de osos justo en las rejas de una instalación universitaria (y vaya que ahí sí están documentados varios encuentros y cada vez son más constantes) y hay caminos en las afueras de Melbourne en los que vi señales que piden precaución por la presencia de canguros, animalitos que jamás aparecieron en la subida a una famosa colina donde, dicen, abundan.
Habrá que poner más atención en la siguiente incursión al Cerro del Chapulín.
En más de medio siglo de visitas nunca he visto un triste chapulín, cuyo nombre viene del náhuatl
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