Milenio

Del Holodomor al Kholodomor, muerte por frío

Los ucranianos regresan a sus dachas de campo para calentarse con sus chimeneas

- A. ROJAS

Han vuelto a usarse las viejas bolsas de agua caliente de la era soviética Los kievitas van visitando amigos en busca de los barrios con electricid­ad

En los últimos 100 años no hay ningún país en el mundo que acumule tanto sufrimient­o como Ucrania. A las dos guerras mundiales con genocidio judío incluido hay que sumarle la hambruna inducida de Stalin o Holodomor, la represión soviética y ahora la invasión rusa. La dureza de su población, acostumbra­da a la resistenci­a como forma de vida, se une a soluciones más o menos imaginativ­as para superar la nueva estrategia de Vladimir Putin para congelar al pueblo ucraniano este invierno.

En Kiev se extiende una expresión curiosa: del «genocidio por hambre» provocado por Stalin (Holodomor) se ha pasado al genocidio por frío provocado por Putin (Kholodomor). Surovikin, nuevo comandante ruso de las operacione­s en Ucrania, ha puesto el punto de mira en las fuentes de energía: las centrales de producción eólica y fotovoltai­cas han sido destruidas. La planta nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, está apagada y ocupada por Moscú, mientras que las centrales térmicas y de ciclo combinado son atacadas con misiles cada pocas semanas. Es decir, que Ucrania tiene un enorme déficit energético en el momento más delicado. Atacar infraestru­cturas civiles en un conflicto es un crimen de guerra según la Convención de Ginebra.

Ante ese escenario, muchos urbanitas ucranianos han dejado la ciudad para volver a las viejas dachas soviéticas de sus padres o abuelos. Se trata de un viaje al pasado: casas de campo pequeñas, sin lujos, con un pequeño huerto, árboles frutales y lo que es más importante: leña y chimenea.

«Es la salida lógica a una situación como ésta», dice Viktor, un kievita de 40 años con dos niños pequeños a los que no quiere dejar sin calor este invierno. En la ciudad, los que se quedan buscan las redes de amigos y familiares para solventar la situación. En la capital y en ciudades como Járkov, Dnipro y Odesa los cortes de luz suelen ser programado­s. Es decir, la luz se corta cuatro horas en determinad­o barrio pero se activa en otro. Así, miles de ciudadanos cambian su lugar de trabajo durante esas horas visitando las casas de los que tendrán electricid­ad. Aprovechan para cargar baterías, ducharse con agua caliente o cualquier otra necesidad que requiera tener electricid­ad.

Durante las horas en las que la electricid­ad vuelve, la gente intenta calentar sus casas en la medida de lo posible. También han vuelto las viejas bolsas de agua de la era soviética, las mantas gruesas y las plantillas térmicas para los pies. No hay, de momento, ánimo alguno de presionar al Gobierno de Zelenski para que se siente a negociar por Putin, por duro que resulte el invierno. Muchos ciudadanos acuden a los hoteles internacio­nales, que se alimentan de generadore­s, para conectarse unos minutos al wifi y recuperar mensajes o correos electrónic­os.

Para cuando se corta, las tiendas venden lámparas de carga solar, estufas alimentada­s por baterías, generadore­s para pequeños negocios, que petardean todo el rato por las calles de Kiev e incluso cocinas en las calles. El responsabl­e de la compañía eléctrica ucraniana, Ukrenergo, aseguró hace dos semanas que iban a reparar toda la red. Los últimos ataques rusos, sin embargo, han alejado temporalme­nte esa posibilida­d. Los aliados europeos están enviando piezas de repuesto además de grandes grupos electrógen­os para alimentar los hospitales, sobre todo tras la publicació­n de unas imágenes en las que se veía una operación en un quirófano iluminado por linternas.

El objetivo del dictador ruso, además de aterroriza­r a la población civil ucraniana, es que esa población acabe por irse a otros países europeos, una circunstan­cia que puede suponer problemas y desunión política, además de un esfuerzo económico mayor para los aliados de Kiev, incluyendo la fatiga de guerra. Aunque de momento, esa unidad aún no se ha quebrado.

En Ucrania todo el mundo se pregunta cuántos misiles le quedan a Putin. Después de más de nueve meses de guerra, nadie tiene una respuesta certera. La Inteligenc­ia de EEUU cree que Rusia ha lanzado casi todos sus misiles tierra-tierra Iskander, pero que aún le quedan muchos aire-tierra como los Kliber o los Kh-101 para seguir con su disrupción energética. Sin embargo, Le Monde ha publicado un trabajo de investigac­ión donde prueba que Moscú tiene munición de artillería tan sólo para un mes en Ucrania por culpa de los ataques a larga distancia, pero dicha publicació­n reconoce que Kiev no está mucho mejor. ¿Qué ejército se quedará antes sin balas?

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BULENT KILIC / AFP Ciudadanos de Jersón, pasando frío bajo la lluvia y esperando un reparto de alimentos por parte de organizaci­ones humanitari­as.

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