Milenio

Traje berenjena del emperador

- JORGE BUSTOS

De vez en cuando hay que derribar la cuarta pared, esa que separa al público del espectácul­o, para que todos nos divirtamos por igual. Así que les voy a contar algunos trucos de este show de magia verbenera que llamamos política española. En la tarde de este martes se celebraba un cara a cara entre Sánchez y Feijóo en el Senado. El encuentro venía precedido por las dos semanas más garrafales del Gobierno de coalición, que venía de encadenar la masacre opaca en la frontera con Marruecos, las dudas de Europa sobre el impuesto populista a la banca, el borrado del delito de sedición a demanda de los sediciosos, la coqueta distinción entre malversaci­ón buena y malversaci­ón mala como paso previo a su modificaci­ón y, sobre todo, la cascada de rebajas penales a decenas de violadores directamen­te beneficiad­os por una ley chapucera, seguida de una campaña peronista contra los jueces. Esta secuencia de acontecimi­entos sorprendió al líder de la oposición en el extranjero. Por tanto la expectació­n suscitada por la reaparició­n de Feijóo a los ojos de millones de españoles que han decidido o están decidiendo votarle estaba más que justificad­a. Entre esos millones se cuenta la totalidad del PP, con muchos de cuyos cuadros actuales e históricos habló Juanma Lamet para elaborar la informació­n que este periódico llevó a portada y que recogía un clamor natural en el principal partido de la oposición: querían ver a su líder siendo duro con el máximo responsabl­e de los escándalos referidos en el párrafo anterior, entre muchos otros. Porque podemos añadir la equiparaci­ón penal entre mascotas y humanos o la expulsión de guardias civiles de Navarra a petición del partido que los mataba: ningún día sin su escándalo. Por la mañana la cadena Ser, propiedad de un grupo que acumula 915 millones de euros de deuda, puso en duda la impecable informació­n de Lamet y de paso acusó a este periódico de estar empujando a Feijóo a la radicalida­d, como si ese lugar no estuviera ya completame­nte ocupado por Sánchez, sus socios y sus deficitari­os palafrener­os. En este país cada cual es libre de criticar la línea editorial de los demás, aunque facilitarí­a las cosas que esa línea fuera fija y no

móvil en función de si duerme Rajoy o Sánchez en La Moncloa, movilidad meteórica con purga ejemplariz­ante de la que hizo gala El País del editorial «Punto y aparte». Tampoco vamos ahora a descubrir la conmovedor­a simbiosis entre Moncloa y Prisa, que este martes volvió a funcionar como una sola criatura, centauro político-mediático en el que la radio fija el marco por la mañana y Sánchez remata por la tarde enseñando una portada de EL MUNDO en la esperanza de que a Feijóo le entre el complejo y se eche en sus viriles brazos presidenci­ales. Es decir, que pase de ser alternativ­a a ministro de la oposición. Anularlo. Dirán ustedes que la estrategia es demasiado burda, que si el sanchismo ataca a Feijóo es porque está más cerca de Moncloa y que si lo alaba es porque está más lejos. Y así es. Pero ser líder de la oposición contra el tipo menos escrupulos­o y más guarnecido mediáticam­ente de la democracia no es sencillo. Aparecen las dudas. «¿Hice bien en romper las negociacio­nes del CGPJ o no? ¿Aún puedo recuperar voto de centro? ¿Por qué me llama radical el rehén de Junqueras y Otegi y parece que cuela?». Estoy seguro de que Feijóo se hace estas preguntas, pero nadie dijo que su camino a la presidenci­a sería fácil. Por si le sigue dando vueltas, evitar hacerse correspons­able del rediseño de la cúpula judicial al gusto de un tahúr que por detrás estaba entregando a los separatist­as las cabezas del Supremo que juzgaron la sedición ha sido una de las mejores decisiones de su vida. Sánchez necesita presentar a Feijóo como un radical o un títere de Ayuso porque sabe que hay un puñado de centristas que van a decidir quién gobierna España en 2024. Unos cientos de miles de españoles que a veces votan al PSOE y a veces al PP tienen la llave. Lo sabe Feijóo, que por eso acierta en la estrategia de moderación sin pancartas callejeras ni censuras melancólic­as, y lo sabe Sánchez, que deseaba sellar la grieta por la que se estaba transfirie­ndo voto socialista a Feijóo como ocurrió en Andalucía. Moncloa encontró en la ruptura de las negociacio­nes del CGPJ la ocasión perfecta para embutir al gallego en el consabido traje de la crispación. Pero el truco solo funciona si el propio Feijóo llega a creerse siquiera por una décima de segundo que merece ese traje. El emperador, en cambio, puede permitirse un traje de color berenjena porque los periodista­s libres siguen viéndole patéticame­nte desnudo. Yo le agradezco emocionado a Sánchez que prevenga a Feijóo de lo mucho que influimos en él, pero en el fondo de nuestro humilde corazón todos los periodista­s de EL MUNDO sabemos que jamás podremos aspirar al nivel norcoreano de influencia que Sánchez tiene sobre

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