Traje berenjena del emperador
De vez en cuando hay que derribar la cuarta pared, esa que separa al público del espectáculo, para que todos nos divirtamos por igual. Así que les voy a contar algunos trucos de este show de magia verbenera que llamamos política española. En la tarde de este martes se celebraba un cara a cara entre Sánchez y Feijóo en el Senado. El encuentro venía precedido por las dos semanas más garrafales del Gobierno de coalición, que venía de encadenar la masacre opaca en la frontera con Marruecos, las dudas de Europa sobre el impuesto populista a la banca, el borrado del delito de sedición a demanda de los sediciosos, la coqueta distinción entre malversación buena y malversación mala como paso previo a su modificación y, sobre todo, la cascada de rebajas penales a decenas de violadores directamente beneficiados por una ley chapucera, seguida de una campaña peronista contra los jueces. Esta secuencia de acontecimientos sorprendió al líder de la oposición en el extranjero. Por tanto la expectación suscitada por la reaparición de Feijóo a los ojos de millones de españoles que han decidido o están decidiendo votarle estaba más que justificada. Entre esos millones se cuenta la totalidad del PP, con muchos de cuyos cuadros actuales e históricos habló Juanma Lamet para elaborar la información que este periódico llevó a portada y que recogía un clamor natural en el principal partido de la oposición: querían ver a su líder siendo duro con el máximo responsable de los escándalos referidos en el párrafo anterior, entre muchos otros. Porque podemos añadir la equiparación penal entre mascotas y humanos o la expulsión de guardias civiles de Navarra a petición del partido que los mataba: ningún día sin su escándalo. Por la mañana la cadena Ser, propiedad de un grupo que acumula 915 millones de euros de deuda, puso en duda la impecable información de Lamet y de paso acusó a este periódico de estar empujando a Feijóo a la radicalidad, como si ese lugar no estuviera ya completamente ocupado por Sánchez, sus socios y sus deficitarios palafreneros. En este país cada cual es libre de criticar la línea editorial de los demás, aunque facilitaría las cosas que esa línea fuera fija y no
móvil en función de si duerme Rajoy o Sánchez en La Moncloa, movilidad meteórica con purga ejemplarizante de la que hizo gala El País del editorial «Punto y aparte». Tampoco vamos ahora a descubrir la conmovedora simbiosis entre Moncloa y Prisa, que este martes volvió a funcionar como una sola criatura, centauro político-mediático en el que la radio fija el marco por la mañana y Sánchez remata por la tarde enseñando una portada de EL MUNDO en la esperanza de que a Feijóo le entre el complejo y se eche en sus viriles brazos presidenciales. Es decir, que pase de ser alternativa a ministro de la oposición. Anularlo. Dirán ustedes que la estrategia es demasiado burda, que si el sanchismo ataca a Feijóo es porque está más cerca de Moncloa y que si lo alaba es porque está más lejos. Y así es. Pero ser líder de la oposición contra el tipo menos escrupuloso y más guarnecido mediáticamente de la democracia no es sencillo. Aparecen las dudas. «¿Hice bien en romper las negociaciones del CGPJ o no? ¿Aún puedo recuperar voto de centro? ¿Por qué me llama radical el rehén de Junqueras y Otegi y parece que cuela?». Estoy seguro de que Feijóo se hace estas preguntas, pero nadie dijo que su camino a la presidencia sería fácil. Por si le sigue dando vueltas, evitar hacerse corresponsable del rediseño de la cúpula judicial al gusto de un tahúr que por detrás estaba entregando a los separatistas las cabezas del Supremo que juzgaron la sedición ha sido una de las mejores decisiones de su vida. Sánchez necesita presentar a Feijóo como un radical o un títere de Ayuso porque sabe que hay un puñado de centristas que van a decidir quién gobierna España en 2024. Unos cientos de miles de españoles que a veces votan al PSOE y a veces al PP tienen la llave. Lo sabe Feijóo, que por eso acierta en la estrategia de moderación sin pancartas callejeras ni censuras melancólicas, y lo sabe Sánchez, que deseaba sellar la grieta por la que se estaba transfiriendo voto socialista a Feijóo como ocurrió en Andalucía. Moncloa encontró en la ruptura de las negociaciones del CGPJ la ocasión perfecta para embutir al gallego en el consabido traje de la crispación. Pero el truco solo funciona si el propio Feijóo llega a creerse siquiera por una décima de segundo que merece ese traje. El emperador, en cambio, puede permitirse un traje de color berenjena porque los periodistas libres siguen viéndole patéticamente desnudo. Yo le agradezco emocionado a Sánchez que prevenga a Feijóo de lo mucho que influimos en él, pero en el fondo de nuestro humilde corazón todos los periodistas de EL MUNDO sabemos que jamás podremos aspirar al nivel norcoreano de influencia que Sánchez tiene sobre