La batalla de Kiev: generadores e ingenio para ganar a Putin
* Los tres millones de habitantes de la capital, sin apenas luz y calefacción, se enfrentan al frío y la oscuridad * Se espera otra ola de refugiados ucranianos a Europa: «No podemos vivir así»
Yuris Yandemirov, responsable del bar Grails del barrio de Podil, en Kiev, asegura que siempre ha sido un decidido defensor del reciclaje. Por eso nada mejor en estos días de oscuridad generalizada que transformar el casco vacío de ron Plantation o de ginebra Thorn en velas para iluminar a sus clientes. «Estamos a la espera de poder comprar un generador así que la única manera de alumbrar un poco el bar es con velas. Eso sí, sólo se puede pagar en efectivo. No funcionan las tarjetas», indica.
«No sé ni cómo me voy a ir a casa, porque no funcionan el móvil ni las aplicaciones de taxis», agrega el barman con cierta resignación. Pero enseguida se atrinchera en el tradicional sentido del humor local y eleva un pequeño vaso de vodka que ingiere de un único trago al grito de «¡por la electricidad!». A su lado, uno de los clientes confiesa que también está aferrado a la botella «porque me aburría en casa, sin luz y sin nada que hacer». «Así que me vine a beber», dice para justificarse.
La penumbra apenas quebrada por los cirios del Grail se torna negrura casi absoluta al recorrer las calles de este suburbio. Los viandantes se iluminan con sus teléfonos o lámparas portátiles enganchadas con gomas elásticas a la cabeza. Uno de ellos ha colocado un collar fluorescente a su perro, que alerta sobre su presencia –los accidentes de tráfico se han incrementado un 25%, según la estadística oficial– y a la vez le muestra por donde camina. El principal sonido que domina estas travesías es el de los innumerables generadores que asisten a los restaurantes que permanecen abiertos.
Pese al apagón generalizado, los hay que podrían encuadrarse en el grupo de irreductibles. A Julia Kohinshenko, de 27 años, no se le ha ocurrido suspender su clase de «ejercicios para reafirmar los glúteos» que dirige en el gimnasio del mismo enclave. Para conseguir ver algo han instalado un acumulador de electricidad que les otorga tres horas. Casi justo el tiempo que han utilizado para la última sesión, a la que asistieron cuatro alumnos. La batería comienza a lanzar un pitido constante –señal de que se está agotando– y se extingue en plena conversación.
«La vida tiene que continuar», dice la instructora. El mismo supuesto que defiende Yuris Yandemirov. «Y, además, lo único que consiguen los rusos con estos ataques es que cada vez estemos más cabreados», añade.
El barrio de Podil forma parte de ese 60% de la capital que se quedó sin suministro de electricidad tras el último ataque masivo de misiles rusos del pasado miércoles. Kiev –donde habitan unos tres millones de personas– se ha visto sacudida significativamente por las sucesivas oleadas de cohetes y drones que comenzó a lanzar Moscú a partir del primero de estos ataques el pasado 10 de octubre. Según el primer ministro, Denys Shmyhal, los bombardeos han causado daños en la infraestructura energética por valor de 1.800 millones de euros. Sólo una de las empresas eléctricas estatales, Dtek Energo, informó el jueves de que sus instalaciones han sido golpeadas por los proyectiles rusos en 14 ocasiones en los últimos dos meses, lo que no sólo ha generado daños sino la muerte de tres de sus empleados.
Según Hans Henri P. Kluge, director en Europa de la Organización Mundial de la Salud, la mitad de la infraestructura energética local ha sufrido daños o ha sido completamente destruida, dejando al menos a 10 millones de ucranianos sin luz. El mismo directivo anticipó el desplazamiento de entre dos y tres millones de personas a causa de esta realidad, que dijo amenaza la «supervivencia» de un ingente número de ciudadanos de un país donde las temperaturas pueden descender hasta 20 grados bajo cero. En este sentido, el ministro de Asuntos Internos de Polonia, Mariusz Kaminski, alertó hace días de que su país espera la llegada de cientos de miles de nuevos huidos, un flujo al alza que también se está registrando ya en Eslovaquia.
El alcalde de Kiev, Vitali Klitschko, reconoció recientemente que los capitalinos deben hacer acopio de suministros para un escenario que no es descartable: «No habrá ni electricidad ni agua ni calefacción». La hipótesis de una posible evacuación de la ciudad, siguiendo el ejemplo que ya se puso en marcha en Donbás y más recientemente en el sureste del país, sigue sin concretarse aunque son muchos los vecinos de la urbe que estudian esta posibilidad. «Tengo familia en una aldea a 40 kilómetros de Kiev. Me voy a llevar a mis hijos allí y yo vendré a trabajar en coche a la ciudad. Vivimos en un piso 25 y no tenemos electricidad, agua ni calefacción. No podemos vivir así», lamentaba Olena Hudyn, de 38 años.
La mujer se había congregado junto a otras docenas de personas en un centro comercial del barrio de Obolón equipado con generadores. Allí se arremolinaban en torno a los enchufes donde recargaban otros tantos teléfonos, linternas y ordenadores. En otro recinto comercial cercano, los ingenios que proporcionan electricidad desaparecían de las estanterías a un ritmo frenético. Días atrás, el jefe del Ejecutivo estimó que se importaban 8.500 generadores por jornada en todo el país.
Obolón es una sucesión de bloques de apartamentos con decenas de pisos. La nueva circunstancia a la que se enfrentan los locales ha llevado a que muchos tengan que recurrir por enésima vez al ingenio. En algunos edificios los ascensores han sido equipados con «agua, galletas y medicinas para los ataques al corazón» ante la eventualidad de que sus ocupantes se queden atrapados durante un apagón, como ocurre en el habitáculo donde trabaja Valentyna Alexandrovna. «¡Por favor, tráiganos algo de te caliente, hace mucho frío!», pide la conserje de 66 años, que se protege de los tres grados bajo cero embutida en un abrigo de la era soviética.
El bloque de Olena Hudyn ha sido incluso más previsor. El equipamiento de emergencia de su ascensor incluye una botella vacía. «Para que los hombres hagan pis», dice sonriendo.
En Obolón y otros muchos distritos de la capital se han multiplicado las imágenes de lugareños recogiendo agua de la nieve que se derrite –el suministro de este líquido también quedó interrumpido en varias zonas–, del río o haciendo cola con ga
tuvo que sufrir un penoso cautiverio de casi dos años a partir de enero de 2016 tras ser capturado por las milicias afines a
Moscú de su región. Sus captores le torturaron con electricidad, le colgaron del techo, le estrangularon hasta casi asfixiarle y le rompieron varios huesos a golpes. Le hacían dormir en el suelo en una celda subterránea con ventanas rotas por las que se colaban la nieve y las ratas.
Igor ha conseguido una provisión de velas gracias a las donaciones de sus amigos pero enfatiza que no dejará Kiev. En ningún caso «Putin quiere que Ucrania retroceda 100 años, pero se equivoca, los bombardeos refuerzan nuestra motivación para seguir peleando», declara. han preparado para rememorar el Día del Holodomor, la devastadora hambruna que provocó Stalin en 1932 y 1933, que causó la muerte de millones de ucranianos.
El panel muestra cinco trozos de pan en recuerdo de la terrible ley
de las cinco espigas, adoptada el 7 de agosto de 1932. Cualquier campesino al que se le encontrara una cantidad de grano superior a esa cifra era fusilado. El collage incluye fotos estremecedoras de los cadáveres esqueléticos que se prodigaban en esas jornadas. «También entonces nos asesinaban sólo por ser ucranianos», apunta Tcherby. «Antes queríamos la paz, ahora sólo exigimos la victoria», añade.
Las privaciones no son una cuestión que sorprenda a Igor Kozlovsky. El conocido filósofo y teólogo ucraniano de 69 años, nativo de Donetsk, una crisis durante dos meses (en primavera), pero tuvieron que desistir al ver que conseguíamos restablecer poco a poco el suministro», puntualiza.
El colegio número 58 ha sido designado como uno de los llamados
puntos invencibles que la administración local establecerá en todo el país para lidiar con esta compleja coyuntura. Las autoridades han comenzado a erigir tiendas de campaña en centros escolares, instalaciones oficiales o bancos que se dotarán de generadores y calefacción para uso del vecindario.
«Nos traen el generador dentro de una hora», explica Galina Tcherby, vicedirectora del recinto educativo. «¿Por qué Putin ataca a los civiles en vez de pelear en el campo de batalla?», inquiere al tiempo que muestra la pequeña exhibición que de forma muy específica sus puntos vulnerables.
«Nuestro sistema depende por ejemplo de transformadores de 750kv (que pesan 1.300 kilos y miden casi dos metros). En Europa casi no se usan y por tanto conseguir un reemplazo para los que han destruido puede llevar meses. Los rusos están atacando principalmente el sistema de distribución. Por ejemplo, los puntos que conectan con las centrales nucleares», aclara Andrian Prokip, un experto en energía del Instituto Ucraniano para el Futuro.
El resultado es que Ucrania, un país que era capaz de exportar electricidad a las naciones del entorno, ahora tiene un importante déficit de producción, como aclara Prokip. El experto intentaba ser optimista. «Los rusos también intentaron dejarnos sin combustible y sufrimos rrafas en fuentes públicas, escenas impensables en la que era hasta ahora una urbe moderna a la par de otras villas europeas. De cara a las festividades de fin de año, los responsables de la municipalidad han prohibido el uso de las tradicionales luces, aunque Vitali Klitschko ha prometido que Kiev dispondrá como cada año de su árbol de Navidad, esta vez «simbólico». Algunos restaurantes han comenzando a reducir su oferta popularizando lo que llaman menús de
apagones, consistentes mayoritariamente en ensaladas, quesos y varios platos fríos.
El obvio quebranto que está generando la arremetida rusa se basa en el hecho de que Moscú está aprovechado su conocimiento del diseño de la logística vinculada a la producción y distribución de energía en el país –que data de la era soviética– y ataca