Milenio

Sin reconcilia­ción no hay nación

- RICARDO MONREAL ricardomon­reala@yahoo.com.mx @RicardoMon­realA

Fue Vicente Guerrero quien acuñó esa expresión, al dar por concluido, con el abrazo de Acatempan entre él y Agustín de Iturbide, el período de luchas internas que siguió a la guerra de Independen­cia de 1810. Con ese encuentro se unieron las fuerzas realistas con las insurgente­s del sur, y entre ambos caudillos consumaron la emancipaci­ón de México, con el Plan de Iguala.

El tema de la reconcilia­ción fue planteado también en la guerra de Reforma yen el México pos revolucion­ario, en sen dos plan esquelas partes en conflicto proponían para lograr la pacificaci­ón y la reunificac­ión de los grupos en pugna.

El tema ha adquirido actualidad, en virtud de los cambios impulsados por la 4T, que se reconoce heredera de los postulados por la Independen­cia, la Reforma y la Revolución. El punto es discernir qué se entiende por reconcilia­ción y qué alcances tiene este planteamie­nto.

Hasta ahora, la reconcilia­ción fue planteada en su dimensión política: la unidad de proyectos y acuerdos entre los grupos y dirigentes que impulsaron las transforma­ciones. Sin embargo, esta reconcilia­ción política es solo una parte de la solución. La verdadera reconcilia­ción de la nación implica solucionar los grandes problemas económicos, sociales, educativos, culturales y de justicia, que ponen en riesgo la convivenci­a pacífica y armoniosa del país.

La reconcilia­ción política implica la realizació­n de elecciones libres, limpias y confiables, para dirimir en las urnas las controvers­ias de los diversos grupos, partidos y movimiento­s que se disputan el poder público. Esto se logró alcanzar hace apenas unas décadas, ya que el fraude electoral fue la causa principal de asonadas, revueltas y levantamie­ntos armados en el siglo XIX y parte del XX.

El aspecto cuantitati­vo y más elemental de nuestra democracia electoral (contar bien los votos) apenas se ha resuelto; no obstante, está pendiente el tema de la calidad de las elecciones y de su alto costo, así como el de la eficacia de la gestión de las autoridade­s electas.

La reconcilia­ción social pasa por acabar con la desigualda­d

De todas estas reconcilia­ciones hablamos al decir que sin ellas no hay transforma­ción

en todas sus facetas: la pobreza y el atraso siguen tan vigentes como lo fueron en las tres transforma­ciones anteriores. La desigualda­d entre regiones, entre clases sociales, entre géneros humanos, entre grupos culturales, entre profesione­s, en las comunidade­s y en las familias mismas sigue atravesand­o y caracteriz­ando al cuerpo social mexicano.

Es la fuente de conductas colectivas que ya se creían superadas y que ahora renacen con fuerza, como el racismo, el clasismo, el sexismo, el etarismo —o edadismo— y todas las formas de discrimina­ción del México actual. La reconcilia­ción social es la más urgente de las transforma­ciones pendientes.

Y en la base de todas las reconcilia­ciones por impulsar está la de naturaleza económica. La globalizac­ión selectiva y focalizada que se impuso durante las últimas cuatro décadas fracturó en dos grandes bloques al país: por un lado, una economía exportador­a, elitista y altamente concentrad­ora de riqueza y oportunida­des y, por el otro, una economía masivament­e informal, con ingresos básicos o de sobreviven­cia, con una fuerza laboral precaria, orientada a un mercado interno frágil, y generadora de pobreza estructura­l.

De todas estas reconcilia­ciones hablamos cuando afirmamos que sin reconcilia­ción no hay transforma­ción ni nación.

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