Masas… movilizadas por el Estado
Hace poco más de dos semanas, cientos de miles de ciudadanos salieron espontáneamente a las calles en defensa del ente público que organiza las elecciones en este país. Fue una manifestación en favor de la institucionalidad y la democracia. El aparato gubernamental minimizó la protesta social y hubo inclusive un funcionario que, teniendo delante de sus narices las pantallas en las que cualquier observador podía advertir lo pletórico de la asistencia, redujo el número a unos diez o doce mil participantes. Tales son los modos, de comisario soviético, de los sectarios que manejan ahora la cosa pública.
Al día siguiente, la cifra difundida en la cotidiana ceremonia propagandística matinal era ya sustancialmente más alta :60 mil conservadores personados en la plaza de la República pero de ninguna manera esos 100 mil cuya mera presencia hubiera llevado a contrastar la promesa, hecha en su momento por quien lleva ahora las riendas de Estados Unidos Mexicanos, de renunciar de golpe si tal fuere la cantidad visible de gente descontenta con su gestión.
Uno pensaría que hasta ahí hubieren llegado las cosas y sanseacabó. Después de todo, en cualquier país democrático tienen lugar protestas y precisamente por ello, llegadas las elecciones, los votantes salen de nuevo a las calles, pero no a vociferar su enojo sino a cambiar de gobernantes
Al régimen de la 4T no le gustó nada que sus opositores se manifestaran abierta y públicamente
en las urnas. Algo perfectamente normal y hasta deseable en tanto que los que detentan el poder se sienten obligados a dar buenos resultados, por no hablar de que sean acotadas sus atribuciones en oposición a los autócratas que no le rinden cuentas a nadie.
Pues no, qué caray: al régimen de la 4T no le gustó nada que sus opositores se movilizaran abierta y públicamente. Sus pregoneros habían ya descalificado a los manifestantes. Pero, ante la evidencia de que no fueron los diez mil divisados por la interesada miopía del señor Batres ni tampoco los 60 mil admitidos con más magnanimidad en la tribuna del supremo palacio republicano sino muchos más, el oficialismo se sintió obligado a mostrar músculo, es decir, a contratar cientos de buses para llevar manifestantes al Zócalo, a proveerlos de sus correspondientes refrigerios y pagarles una propina.
Por lo visto, no bastaba con convocar simplemente a sus adeptos para juntar gente. Ah…