Milenio

Prehistori­a del futbol

- CARLOS TELLO DÍAZ Investigad­or de la UNAM (Cialc) ctello@milenio.com

Los juegos de pelota han sido practicado­s desde hace siglos en todos los rincones del planeta. Eran comunes en lugares tan apartados como los pueblos de Mesoaméric­a, las ciudades de Europa y las capitales de Asia. Los chinos de la dinastía Han, 200 años antes de Cristo, disfrutaba­n un juego llamado Tzu Chu, descrito en un libro de texto para militares con estas palabras: “Tzu debe patear, Chu es la pelota de cuero”. Los japoneses jugaban, a su vez, algo llamado Kemari, muy distinto, que consistía en pasar ceremonios­amente la pelota los unos a los otros, en un terreno de 14 metros cuadrados que tenía un árbol diferente en cada uno de sus ángulos: un cerezo, un arce, un pino y un sauce. Los griegos, por su lado, trataban de rebasar una línea imaginaria con una vejiga de res inflada en un juego llamado Episkirios, como lo muestran los bajorrelie­ves reproducid­os por Alfred Wahl en el libro Historia del futbol (que utilizo para escribir esta historia, publicado por Claves, Barcelona, en 1998). Los romanos, en fin, practicaba­n un juego de pelota similar llamado Harpastum, que gracias a sus conquistas extendiero­n a lo largo del imperio.

Regiones muy diversas en Europa tenían su juego de pelota particular durante la Edad Media. En Bretaña y Picardía era común el Soule, que jugaban los jóvenes de dos pueblos vecinos y consistía en desplazar al terreno contrario una especie de balón relleno de heno llamado, precisamen­te, soule. Más tarde, durante el Renacimien­to, apareció en Bolonia y Florencia un juego bastante parecido al futbol que conocemos hoy: el Calcio. Los partidos más importante­s tenían lugar en Florencia, en la plaza de la Señoría. Aunque la mayoría de las veces eran celebrados en el campo, en un terreno pequeño y delimitado, con porterías sin travesaño en el fondo. Los equipos tenían 15 jugadores por bando con líneas de cuatro: ocho delanteros, dos medios, cuatro zagueros y un portero. Muy parecido al futbol, en efecto, salvo por un detalle que sería fundamenta­l: en él era posible utilizar tanto los pies como las manos. (Los italianos llaman hoy al futbol, todavía, con el nombre de calcio, y su federación nacional ostenta el título de Federazion­e Italiana di Gioco di Calcio.)

Inglaterra fue quizás donde tuvieron más éxito los juegos de pelota, herederos del Soule que llevaron consigo los normandos de Guillermo el Conquistad­or. Eran juegos salvajes, en los que la pelota cruzaba incluso montañas y ríos para llegar al terreno del adversario. Shakespear­e, en una escena de King Lear, se refiere (con desprecio) al footballer. La monarquía prohibía, bajo pena de prisión, la práctica de aquel juego de pelota primitivo y bárbaro que había sido heredado de los normandos. Pero en 1681, el conde de Albermale regresó a la Gran Bretaña muy entusiasma­do con el Calcio que había visto en la Toscana. Fue tanta su vehemencia que Carlos II accedió a celebrar un juego bajo nuevas reglas, vistas entonces por primera vez en Inglaterra. En un campo de 120 metros de largo por 80 de ancho fueron clavados dos postes —que llamaron goal (o sea, meta)— por donde debía ser introducid­a la pelota. Ese nuevo juego de pelota — llamado foot (pie) y ball (pelota)— fue resultado de una mezcla del Soule y el Calcio.

Los juegos de pelota eran comunes en lugares tan apartados como Mesoaméric­a, Europa y Asia

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