Lápices Pellicer
Aparece (TLS, 23/11/23) una historia del cuaderno. Nada de remontarse al papiro egipcio o al eunuco chino Cai Lun, inventor del papel. Todo empezó a finales del siglo XIII en Florencia y Amatino Manucci fue el primero que en una libreta de contabilidad llevó escrupulosamente las transacciones de su jefe Giovanni Farolfi, mercader radicado en Nîmes.
Al vuelo: la historia incluye a Erasmo que colectaba citas hasta volver al cuaderno un instrumento de “información tecnológica”. En 1608 Francis Bacon revisaba sus muchos proyectos y vio que los había repartido en 28 cuadernos. Charles Darwin fue un gran cuadernero lo mismo que Isaac Newton,
quien mezclaba en ellos observaciones científicas con recetas de cocina y registros de sus pecados (como “hacer pays el domingo en la noche”). Benjamin Franklin usaba un cuaderno para seguir su desarrollo diario rumbo a la perfección moral. Leonardo da Vinci es el más famoso cuadernero.
(Y al vuelo, aquí entre nos. Salvador Elizondo: Cuaderno de escritura; David Huerta: Cuaderno de noviembre. Las libretas de Jaime Sabines, de las que arrancaba sin piedad poemas si al cabo no le latían. José Agustín escribió en la cárcel en un cuaderno de 200 hojas el primer borrador de Se está haciendo tarde).
El reseñista abunda en las ausencias del libro. Añado una, segura: Borges, cuadernero desde su libro de poemas Cuaderno San Martín (una marca) y los cuadriculados que prefería antes de su ceguera para escribir con letra menudísima cosas como El Aleph o Kafka y sus precursores.
Un ausente es Ludwig Wittgenstein. Lástima. Lo mejor que he encontrado al respecto es de él: “Tengo eldeseodellenarloantesposibleunbonitocuaderno”. ¿Y qué tal, pienso, una historia del lápiz? No
_ importa a quién trajera o qué excluyera; en este caso lo mejor que recuerdo es de Carlos Pellicer (Deseos): “… y escribir con un lápiz muy fino mi meditación”. Así, me digo, una marca de cuadernos merecería llamarse Wittgenstein; de lápices, no hay más: Pellicer.