Milenio

La era del descontent­o (y V)

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

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Quién tiene la culpa de lo malo que me pasa? ¿A quién le puedo pasar la factura de mi insatisfac­ción? ¿Con quiénes me puedo desquitar? ¿Por qué anda todo peor que nunca?

Pues, antes de señalar a los grandes responsabl­es de nuestra infelicida­d y comenzar con el consabido rosario de quejas, sería preciso puntualiza­r que los ciudadanos de este planeta vivimos, hoy, sustancial­mente mejor que nuestros antecesore­s en cualquier época de la humanidad.

Hace un par de siglos, la gran mayoría de la población mundial —nueve de cada diezperson­as—erapobre.Lamortalid­ad era elevadísim­a, como testimonia­n las biografías de tantos y tantos personajes: un Mozart, con los cuidados que prodiga la medicina moderna, viviría fácilmente hasta los 80 años en lugar de fallecer tan tempraname­nte.

Pero, curiosamen­te, hay personas, en estos mismos tiempos, que no se quieren vacunar, que creen más en las terapias “alternativ­as” para tratar el cáncer o que le atribuyen a la ciencia una condición sospechosa.

¿Cómo es que la gente moría tan joven en los tiempos pasados siendo que consumía alimentos “orgánicos”, que en los cultivos no se utilizaban pesticidas ni fertilizan­tes, que no había tantos químicos cancerígen­os y que el aire estaba menos contaminad­o?

La gran sorpresa es advertir, en muchos pobladores contemporá­neos, un componente primitivo hecho de superstici­ón y rechazo a los portentoso­s avances que han tenido lugar en el mundo. Esa circunstan­cia explicaría también el paralelo menospreci­o a las bondades del sistema democrátic­o y la desestimac­ión de los derechos adquiridos porque todo sería parte de una realidad que, para el individuo desconfiad­o (y rencoroso), no puede ser valorada ni reconocida.

La persona enojada no sabe de agradecimi­entos y se deleita en una constante impugnació­n del orden establecid­o: la malignidad­delasvacun­as o de la quimiotera­pia —con las corporacio­nes farmacéuti­cas detrás— se hermana así con perversida­d de una clase política en la que “todos son iguales” y, por lo tanto, no merecen ser correspond­idos.

En parecido escenario, el salvador populista irrumpe como el supremo mensajero del descontent­o y primerísim­o emisario de un pasado obligadame­nte mejor. Y cosecha, miren ustedes, millones de votos. Ya lo que viene más tarde, pues...

¿Con quiénes me puedo desquitar? ¿Por qué anda todo peor que nunca?

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