Geoingeniería
Hay un acuerdo en el sentido de que es posible reducir la radiación que absorbe el planeta con la inyección de químicos en la estratósfera. Hay un consenso en que, si fracasa todo lo demás, esto puede ser un remedio temporal para evitar niveles peligrosos de calentamiento. Hay también enormes dudas sobre el impacto social, ambiental y ecológico que puede tener en el planeta la geoingeniería. Por todo ello, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático concluyó hace cinco años, en 2018, que era indeseable su uso en el futuro próximo, aunque concedió que la urgencia para usarla crecería con el tiempo. Así ha sucedido.
La geoingeniería tiene el objetivo de enfriar al planeta disminuyendo la cantidad de luz solar que llega a su superficie, por medio de la difusión de partículas de azufre en la estratósfera. Ha sido estudiada con seriedad por la ciencia, pero rechazada por los políticos y los ambientalistas. Esto ha comenzado a cambiar. En años recientes, la geoingeniería ha sido discutida en documentos elaborados por la Comisión Europea, el gobierno de Estados Unidos, la Organización de las Naciones Unidas… El común denominador de todos ellos es que, al no haber sido capaces de cortar a la velocidad necesaria la emisión de gases de efecto invernadero, debemos examinar con seriedad los riesgos y beneficios de la geoingeniería.
Cuando la luz del sol llega a la Tierra, explica The Economist en un artículo en torno a la COP 28, alrededor de 70 por ciento es absorbida, y el resto es reflejada por las nubes y los hielos de los polos. La energía que es absorbida, eventualmente es expulsada del planeta en forma de radiación, pero no toda llega de vuelta al espacio: los gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, atrapan parte de esa radiación, lo cual hace que la temperatura suba. La geoingeniería no trata de cortar los gases de efecto invernadero, para que la radiación del planeta pueda salir con facilidad al espacio: trata de limitar la llegada de energía a la Tierra, aumentando el albedo del planeta, o sea, su capacidad de reflejar la luz solar. Sabemos que el albedo de la Tierra puede ser alterado temporalmente por la erupción de los volcanes, que expulsan al aire partículas de dióxido de azufre (la erupción en 1991 del Pinatubo en Filipinas bajó 0.5 grados la temperatura del planeta durante un año entero). La geoingeniería está basada en el mismo mecanismo: inyectar dióxido de azufre no en la tropósfera sino en la estratósfera, que comienza a 20 kilómetros de la superficie del planeta, donde las partículas pueden ser mejor distribuidas y permanecer por más tiempo. “Según algunos cálculos, la inyección anual de alrededor de 2 millones de toneladas de azufre en la estratósfera sería suficiente para bajar la temperatura del planeta por 1 grado centígrado”, dice The Economist.
Pero las dudas persisten. Algunos temen su posible efecto en el clima, alterando los patrones de lluvia en los trópicos; otros temen su posible efecto en la capa de ozono, permitiendo la llegada de más rayos ultravioleta; unos más temen su posible efecto en la acidez de los océanos, que seguirá empeorando si no son cortadas las emisiones. Por eso se considera que representa un riesgo aún inaceptable para el medio ambiente.