Milenio

De la guerra y la democracia

- EPIGMENIO IBARRA

@epigmenioi­barra

La guerra es fango, llanto, lodo, sangre, mierda. La guerra es la antítesis de la democracia, de la convivenci­a civilizada. Solo la voz del fusil — que silencia todas las demás voces— se escucha en ella. No hay, en ese estruendo de las bombas, cabida para la pluralidad. La guerra uniforma; todo en ella son órdenes, bandos, juicios sumarios. La guerra, además, es siempre sucia. No hay nobleza alguna en el combate.

Siendo la guerra como es, un quehacer esencialme­nte humano, de lo humano nos despoja siempre.

Yo conozco la guerra; la he vivido y puedo decir, como Blas de Otero, que “cuando se miran de frente los vertiginos­os ojos claros de la muerte se dicen las verdades, las bárbaras, terribles, dolorosas crueldades”.

No la quiero para mi patria y maldigo a quienes como Felipe Calderón y Genaro García Luna nos la impusieron como destino siguiendo las órdenes de Washington y para hacerse de una legitimida­d de la que de origen carecían.

A ellos responsabi­lizo por la sangre derramada, por las familias rotas, por las heridas que habrán de tardar generacion­es en cerrarse.

A ellos hago responsabl­es también de la inaudita crueldad del crimen organizado; a golpes de sangre, con masacres y fusilamien­tos masivos la forjaron. Con sus propios actos delictivos y con sus traiciones la alimentaro­n. De la corrupción y la impunidad la hicieron hija predilecta.

Solo ellos y quienes todavía hoy los siguen, justifican y defienden quieren que ese cáncer se extienda de nuevo; que sea la guerra la tarea en la que se empeñen el Estado y las fuerzas armadas.

Dicen los conservado­res que ya es tiempo de balazos y no de abrazos. Llegó la hora, según ellos, de la aplicación estricta de la ley del Talión.

A la “fuerza” invocan continuame­nte. Con la “fuerza” identifica­n incluso a su candidata.

No comprenden que sin ojos, ni brazos, ni piernas. Que sin cabeza habremos de quedarnos si se desata de nuevo la barbarie.

Se rehúsan a entender que la guerra que tanto desean solo beneficia a los cárteles norteameri­canos de la droga, a los comerciant­es de armas, a los que son los “dueños de la última milla”; a esos capos de capos que manejan el gran negocio de la droga en EU.

Esos mismos que la policía, los fiscales y jueces norteameri­canos ni nombran ni persiguen. Los que surten de droga a las estrellas de Hollywood, a los ejecutivos de Wall Street, a los políticos de Washington.

Los dueños de las grandes bodegas —nunca incautadas— donde se almacenan las toneladas de droga que inundan las calles de Los Ángeles, Nueva York o Chicago.

Los capos que jamás menciona —como si no existieran— la prensa norteameri­cana, esos que ningún diario, ninguna cadena televisiva, ningún reportero, en aquel país, investiga.

Más cara se venderá la cocaína, las anfetamina­s, el fentanilo en las calles de las ciudades norteameri­canas. Mayor será el negocio con la guerra y en consecuenc­ia más difícil será derrotar a ese enemigo.

Vienen las elecciones. Tratará el narco de influir en ellas. La extrema derecha que, a mi parecer, mantiene con algunos cárteles al menos cierta coordinaci­ón operativa, sacará raja política —ya lo está haciendo— de las masacres.

A la guerra y al pasado querrán los conservado­res llevarnos de nuevo. Guerra y no contienda pacífica son para ellas y ellos las elecciones de 2024. Ya comenzaron a

_ sembrar el miedo, a esparcir el odio, les viene bien la violencia; como no tienen argumentos ni propuestas la necesitan desesperad­amente.

La disyuntiva, a mi juicio, es clara; hay que pronunciar­se en las urnas pero no por la fuerza y la guerra, sino por la paz, la justicia y la vida.

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