La Navidad en el país de la violencia
L os hogares devastados por el inclemente azote de los criminales —organizados en verdaderos ejércitos o, en el polo opuesto, simples espontáneos que se lanzan al ruedo de la delincuencia por cuenta propia pero, eso sí, tan temibles y amenazantes los unos como los otros— no van a celebrar estas Navidades con la nostálgica alegría de quienes no hemos sido víctimas de la barbarie mexicana.
No es tal vez el momento, ahora, de evocar la desgracia de los miles de compatriotas que viven tan irreparable desconsuelo, siendo días de sentimentales cancioncitas y enternecidas efusiones, pero en este país la violencia no sabe de treguas ni aplazamientos.
El tema de las atrocidades es tan incómodo en la realidad nacional que los ciudadanos hemos elegido mirar al otro lado y, no siendo parte de la estadística de sacrificados –por afortunada intervención de los dioses encargados de procurar resguardo a la gente de bien— nos arrogamos el privilegio de creernos pobladores de una nación medianamente habitable.
Pero, festejando justamente la natividad de Jesucristo y siendo el suyo un mensaje de paz, nuestro rechazo al horror debe de manifestarse, más que nunca, en estos días.
La Navidad acapulqueña no va a ser la arcadia prometida por el oficialismo. Para empezar, no había manera de reparar en tan poco tiempo la devastación causada por un terrible fenómeno natural. Pero, sobre todo, la consustancial inoperancia de un régimen, el de la 4T, que no reparte las supremas responsabilidades a los más capaces sino a los más obedientes, ha llevado a que las ayudas e intervenciones públicas para socorrer a la población hayan sido declaradamente insuficientes.
En el caso de los habitantes de Guerrero estamos hablando del mismo abandono y dejadez que han merecido millones de compatriotas nuestros, naturales de entidades como Colima, Zacatecas, Chiapas y otras tantas, en las cuales la delincuencia ha desplazado al Estado para convertirse en un auténtico poder paralelo.
Ahí, en zonas enteras del territorio nacional, el asombroso y soberbio impulso hacia la vida de nuestros connacionales los llevará, sin embargo, a celebrar, contra viento y marea, estas entrañable festividades.
Pero, pasada la magia, la avasalladora fuerza del dolor humano volverá a brotar a la superficie para clamar que esta tierra, habitada por humanos necesitados de amparo y seguridad para vivir sus vidas, no sea ya un infierno sino el México amable y armonioso que todos merecemos.
Feliz Navidad, amables lectores.
“El tema de las atrocidades es tan incómodo en la realidad nacional que hemos de mirar al otro lado”