Una pregunta
El partido era en estas fechas, todo un acontecimiento por su calidad, su repercusión, su exclusividad y su organización: ningún organismo regulador metía la mano en el juego. La vieja Copa Intercontinental junto al Mundialito de selecciones, la Copa del Rey Fahd y los Match’s Ball de UNICEF entre Europa y resto del mundo, forma parte de una colección clandestina de campeonatos, torneos y títulos de gran prestigio que el futbol organizaba de motu proprio excluyendo a FIFA, UEFA, Conmebol o cualquier organismo escrito con la solemnidad y altura de las letras mayúsculas que catalogaron a estos encuentros con la dudosa etiqueta de “extraoficiales”. Antiguamente los partidos extraoficiales nacían a partir de desafíos muy honorables que se organizaban en la redacción de algún semanario, sobre la barra de un buen bar o en la mesa de un típico café.
Un día a alguien se le ocurrió la idea de que el campeón de América desafiara al de Europa y les mandó un telegrama; más adelante la gente decidió llamarle a ese partido Copa Intercontinental y busco en Japón una sede neutral; después la alquilaron y el inquilino la bautizó como Copa Toyota, que siempre colocaba un coche detrás de la portería, a un lado de la pista del Olímpico de Tokio, en la zona del campo donde se lanzaba el martillo, la bala y la jabalina.
Era un Toyota último modelo que entregaban al mejor jugador del partido con una gigantesca llave para la foto. Aquel detalle tan comercial, permitió que empezara a verse a la Intercontinental como un gigantesco negocio del que FIFA, UEFA y Conmebol, no formaban parte: digamos que aquel futbol era un acuerdo entre particulares.
Este espíritu es el que ha llevado a la justicia europea a determinar que los organismos “reguladores” no regulan, sino obligan, monopolizando el mercado del futbol que mantienen los clubes.
La pregunta es: ¿El futbol sería mejor sin ellos? Ya veremos.
Los organismos “reguladores” no regulan, sino obligan, monopolizando el mercado del futbol