Lo que de verdad ofende a las mujeres
Lasredessocialesestánplagadas de insultos, comentarios rabiosos y acusaciones. Un lector de diarios de otros tiempos debía redactar cuidadosamente una carta dirigida al director para expresar su opinión sobre algún artículo aparecido en las páginas editoriales. Hoy, el sujeto más zafio, ignorante y violento puede publicar con totaldescarosusinsultosencualesquiera de los sitios que frecuentan los navegantes del ciberespacio.
Curiosamente, este festival de infamias florece de manera paralela al descomunal incremento de la susceptibilidad de las personas: no hay ya cosa que no las ofenda pero, peor aún, el hecho de sentirse agraviadas por esto o por lo otro no sólo las lleva a exigir airadamente reparaciones sino a perseguir, como verdaderos inquisidores, al presunto ofensor.
Ya ningún politicastro se atreve a comenzar sus discursos sin referirse a sus connacionales (y connacionalas) distinguiéndolos (y distinguiéndolas) entre ellas y ellos — “las y los” mexicanos— así sea que el artículo femenino de número plural no concuerde con el enunciado gentilicio masculino, como si la gramática fuera en sí misma una construcción sexista perpetuadora de un orden discriminatorio. ¿Qué tan vejatorio es mascullar “los ciudadanos de Estados Unidos Mexicanos” en una alocución cualquiera? Pues, se ha vuelto una ofensa inadmisible.
El escribidor de estas líneas es un feminista declarado pero, con perdón, le llama mucho la atención que la tal “violencia
TACHO/CIERRE DE PRECAMPAÑA
política de género” sea invocada cuando una mujer es objeto de los ataques que suelen sobrellevar, justamente, los individuos de la especie que incursionan en los territorios de la cosa pública. ¿No se puede entonces señalar yerros? ¿No están permitidas las burlas y las ridiculizaciones de siempre? ¿Las ofensas, de ocurrir, se vuelven delitos punibles?
Los feroces comisarios que se arrogan la defensoría de los ofendidos son en realidad unos ejecutores, siniestros y temibles, de la intolerancia. El asunto es que su cruzada purificadora, al ocuparse sobre todo de las formas, no atiende los problemas de fondo, a saber, los derechos que verdaderamente importan.
En el caso de las mujeres, lo que ofende, ahí sí, es que no les sea reconocida su plena soberanía: no disfrutan todavía de la debida igualdad salarial, ni de seguridad física, ni de respeto absoluto como ciudadanas. Los otros posibles agravios, miren ustedes, se tramitan a muy bajo costo en los discursos.