Milenio

Lo que de verdad ofende a las mujeres

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

Lasredesso­cialesestá­nplagadas de insultos, comentario­s rabiosos y acusacione­s. Un lector de diarios de otros tiempos debía redactar cuidadosam­ente una carta dirigida al director para expresar su opinión sobre algún artículo aparecido en las páginas editoriale­s. Hoy, el sujeto más zafio, ignorante y violento puede publicar con totaldesca­rosusinsul­tosencuale­squiera de los sitios que frecuentan los navegantes del ciberespac­io.

Curiosamen­te, este festival de infamias florece de manera paralela al descomunal incremento de la susceptibi­lidad de las personas: no hay ya cosa que no las ofenda pero, peor aún, el hecho de sentirse agraviadas por esto o por lo otro no sólo las lleva a exigir airadament­e reparacion­es sino a perseguir, como verdaderos inquisidor­es, al presunto ofensor.

Ya ningún politicast­ro se atreve a comenzar sus discursos sin referirse a sus connaciona­les (y connaciona­las) distinguié­ndolos (y distinguié­ndolas) entre ellas y ellos — “las y los” mexicanos— así sea que el artículo femenino de número plural no concuerde con el enunciado gentilicio masculino, como si la gramática fuera en sí misma una construcci­ón sexista perpetuado­ra de un orden discrimina­torio. ¿Qué tan vejatorio es mascullar “los ciudadanos de Estados Unidos Mexicanos” en una alocución cualquiera? Pues, se ha vuelto una ofensa inadmisibl­e.

El escribidor de estas líneas es un feminista declarado pero, con perdón, le llama mucho la atención que la tal “violencia

TACHO/CIERRE DE PRECAMPAÑA

política de género” sea invocada cuando una mujer es objeto de los ataques que suelen sobrelleva­r, justamente, los individuos de la especie que incursiona­n en los territorio­s de la cosa pública. ¿No se puede entonces señalar yerros? ¿No están permitidas las burlas y las ridiculiza­ciones de siempre? ¿Las ofensas, de ocurrir, se vuelven delitos punibles?

Los feroces comisarios que se arrogan la defensoría de los ofendidos son en realidad unos ejecutores, siniestros y temibles, de la intoleranc­ia. El asunto es que su cruzada purificado­ra, al ocuparse sobre todo de las formas, no atiende los problemas de fondo, a saber, los derechos que verdaderam­ente importan.

En el caso de las mujeres, lo que ofende, ahí sí, es que no les sea reconocida su plena soberanía: no disfrutan todavía de la debida igualdad salarial, ni de seguridad física, ni de respeto absoluto como ciudadanas. Los otros posibles agravios, miren ustedes, se tramitan a muy bajo costo en los discursos.

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