Milenio

Pecados capitales

- LIGIA URROZ @ligiaurroz

Comenzamos un año nuevo, una libreta de vida con páginas limpias, sin tachaduras ni enmendadur­as. Hacemos una lista de propósitos, entre los cuales, los más populares son: “Ahora sí haré ejercicio”, “me pondré a dieta”, “seré más conciliado­r”, “reconoceré mis errores”, “perseguiré esos sueños que he estado procrastin­ando” y en ese mar de buenos deseos prevalecen en el fondo las anclas que nos han impedido lograrlos en años anteriores: flojera, antojos (por la comida, las bebidas alcohólica­s, otras personas), arrogancia, narcisismo, ambición, celos. Esa lista de actitudes y sentimient­os —la mar de humanos— fue escrita en el siglo IV por el monje Evagrio Póntico y más tarde reescrita por los monjes Casiano y Cipriano: necesitaba­n nombrar los vicios a los cuales habría que prevenir a los monjes para poder alcanzar una vida anacoreta. En el siglo VI el papa Gregorio Magno la compendió en los temidos pecados capitales: la ira, la soberbia, la avaricia, la envidia, la lujuria, la gula y la pereza, yerros que cometemos insistente­mente por nuestra naturaleza humana y que detonan una lista infinita de otros males. (Es curioso que en castellano los pecados tengan género femenino).

Deberíamos de equilibrar nuestros deleites para que sean satisfacto­rios y no se conviertan en grandes males

Tomás de Aquino escribió: “Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivame­nte deseable, de manera tal que, en su deseo, un hombre comete muchos pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal”. ¡Y es que así venimos de fábrica! pero para que no se armara una bacanal mundial se puso orden a través del miedo — no de la reflexión y de la enseñanza— y se cocinaron en la misma olla de horrores las palabras: carne, concupisce­ncia, vicios, pecados, demonio, placeres humanos y se elaboró un caldo de enemigos del espíritu y del alma. Ese concentrad­o de pavores potenciado por un gran ingredient­e —la culpa— ha sido una roca con la que hemos colmado nuestros días.

Considero que los encargados de la educación moral de la humanidad —en vez de habernos metido un miedo paralizant­e a vivir con una lista de pecados capitales— nos deberían haber enseñado a disfrutar lo mejor de nuestra condición humana, a no satanizar el placer, tan necesario para la felicidad de los seres humanos. Para Aristótele­s la virtud era el hábito de actuar según el “justo término medio” entre dos actitudes extremas llamadas exceso y defecto, la cantidad apropiada de una virtud era “la media de oro” y se lograba equilibran­do la razón y los sentimient­os. Miguel de Unamuno escribe: “Hay que sentir el pensamient­o y pensar el sentimient­o”.

Como un buen ingeniero de audio —que mezcla y balancea la música que sale de los instrument­os de una banda— así deberíamos de equilibrar nuestros

_ deleites para que sean satisfacto­rios y no se conviertan en grandes males; una comida sibarita acompañada de un gran vino, sesiones magistrale­s de amor, un día de pereza en la cama deben ser mezclados con inteligenc­ia y con la conciencia de que, si lo hacemos bien, nos durará el gusto.

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