Irene Vallejo
“La literatura me sirve a mí para huir de la desapropiación que hace el dolor de nuestras mentes y de nuestros pensamientos”, dice la autora de El infinito en un junco en entrevista con el escritor Juan Cruz para El Periódico de España...
Entre los libros que recibe Gil Gamés en el amplísimo estudio, uno de ellos llamó poderosamente su atención (ya quedamos en que si no hay llamado del poder, no viene la atención). Se trata de la versión en cómic, o novela gráfica, como selediceahorauntantorumbosamente,del magnífico libro de Irene Vallejo, colaboradora de MILENIO diario y del suplemento Laberinto: El infinito en un junco (Debate, octubre, 2023). Las ilustraciones, buenísimas, son producto del trabajo de Tyto Alba. A propósito del lanzamiento de este cómic y del relanzamiento en Siruela del libro de cuentos Las mareas mansas, ilustrado por Lina Vila, el escritor Juan Cruz entrevistó a Vallejo para El Periódico de España. Gil ha subrayado esta entrevista y arroja a esta página del fondo algunas tabletas efervescentes. Aquí vamos.
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El dolor y el duelo son fases que no puedes obviar. No puedes borrarlo, no puedes evitarlo, no puedes acelerarlo ni impedirlo. Pero la literatura sí me ha acompañado siempre en todos los momentos difíciles, y también en los más felices. Soy pudorosa con el verbo salvar, pero creo que me han acompañado, me han hecho sentir menos sola los libros que leo. Leer y escribir están relacionados y me dan una puerta de escape a la obsesión que suele acompañar esos momentos tan difíciles. Los hospitales, la muerte, el duelo, el vacío, la angustia, tienden a absorberte como un agujero negro. Así que la literatura me sirve a mí para huir de la desapropiación que hace el dolor de nuestras mentes y de nuestros pensamientos.
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Fue una larga época la que hubo desde la muerte de mis padres. Después vino el nacimiento de mi hijo con sus graves problemas de salud. Un tiempo muy exigente. Necesité todos los apoyos, todas las muletas, entre ellos los que siempre he necesitado más: la creación y la palabra. Porque realmente en esa época me parecía imposible haber salido del duelo de mi padre para encontrarme con la enfermedad de mi hijo y volver a empezar otra vez con el ciclo de los hospitales, de los cuidados. Casi una década cuidando primero a mi padre y después a mi hijo. Fueron momentos muy difíciles porque ambos me necesitaron, cada uno en su tiempo, y yo tenía miedo porque el cuidador tiene que mantenerse sano y fuerte para acompañar y mantener el rumbo de modo que no te arrastren las mareas… Todavía no hemos verbalizado todo lo que nos ha sucedido durante la pandemia. Hay muchas despedidas y duelos pendientes que no hemos elaborado por la prisa que teníamos de regresar a la vida cotidiana. Yo creo que la literatura ayuda a encauzar esas conversaciones, que quizá son difíciles, sobre nuestro propio dolor.
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La escritura es una actividad profundamente colectiva, a través de los libros creamos comunidades.
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Cuando escribo yo trabajo para que haya una dimensión oral en el registro escrito, de manera que quien lea, o al menos eso me gustaría, se sienta acompañado, que haya una presencia a su lado que habla, que le dirige la voz suavemente, con una cercanía de tú a tú. Me gustaría que eso lo sintieran quienes lean. Por eso trabajo tanto sobre la oralidad y leo lo escrito en voz alta para asegurarme de que lo que les doy a leer tiene una cierta musicalidad. Y sí, ojalá se sintieran acompañados por quienes en nuestras sociedades tenemos un grave problema de soledad.
“Estadísticamente hay muy poca gente normal y somos casi todos raros de alguna manera”
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Lo más anómalo es la normalidad. Estadísticamente hay muy poca gente normal y somos casi todos raros de alguna manera.
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Esa pasión por los clásicos quizá me ha dado unos referentes distintos a los que tienen en común los bagajes de otros escritores de mi generación. Pero, bueno, al final quien escribe siempre tiene una mirada peculiar, original y singular sobre el mundo. Entonces somos una hermandad de raros.
*** Escuchar. Escuchar para encontrarse. Escuchar a la gente, aunque sea en momentos fugaces. Escuchar, escuchar, escuchar.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la charola que soporta el Glenfiddich 15, Gamés pondrá a circular la frase de Elias Canetti: “Sin libros se pudren las alegrías”.
Gil s’en va