Milenio

El lucrativo negocio de la esclavitud contemporá­nea

El fenómeno creciente de la trata de indocument­ados se explica en buena medida por la demanda de migrantes en el área laboral y por las restriccio­nes impuestas en las fronteras nacionales, las cuales enriquecen a los traficante­s de personas

- RICARDO RAPHAEL @ricardomra­phael

Horroriza en el siglo XXI la inmoralida­d que durante cuatro siglos significó el comercio de esclavos traídos desde África. Imaginar el cuerpo humano como mercancía desposeída de dignidad para el enriquecim­iento de los tratantes se asoma en el imaginario contemporá­neo como el relato de una época salvaje e involucion­ada.

Entre el año 1500, cuando dio inicio el negocio masivo de la esclavitud, y su declive en 1870, después de la Guerra Civil estadunide­nse, 10 millones de personas fueron objeto de una explotació­n inmiserico­rde. Fortunas cuantiosas de Europa y América se fundaron sobre los huesos, la sangre y la carne de esos seres humanos.

No es una equivalenc­ia infundada comparar ese comercio esclavista de otros tiempos con el multimillo­nario negocio de la trata de migrantes de nuestros días. Hay, desde luego, disparidad­es que no resisten el paralelo histórico. Por ejemplo, mientras en el pasado los esclavista­s ejercían la caza humana en Costa de Marfil o el Congo, ahora las personas explotadas abandonan por su propio pie Haití, Venezuela, Honduras, Guatemala, Libia, Simera ria o Etiopía. También difiere el hecho de que, en el destino final, las personas migrantes puedan conseguir un salario suficiente para pagar con autonomía techo y sustento. Sin embargo, el negocio que representa su traslado desde el lugar de origen es muy similar. Cada uno de esos cuerpos son mercancía que, conforme recorre distancias, aumenta su valor y por tanto el margen de ganancia para los tratantes.

En las últimas décadas los valores agregados de este comercio se han alzado sorprenden­temente. Por ejemplo, en 2010 el costo implicado en un cruce ilegal a través de la frontera de los Estados Unidos se calculaba alrededor de 2 mil 300 dólares. Según cifras proporcion­adas por el gobierno mexicano, hoy el promedio de ese servicio ronda los 5 mil dólares, aunque hay registros igual de confiables que mencionan los 10 mil dólares.

La diferencia de precio se tasa por la distancia recorrida. Si el migrante viene desde el continente africano, el costo puede ascender a los 15 mil dólares, mientras que tratándose de una persona mexicana que migró desde Zacatecas, el monto significa menos de un 10 por ciento.

Es posible aportar como pri

conclusión que el negocio de la trata de migrantes se ha duplicado durante los últimos 10 años y también que la curva continúa ascendiend­o aceleradam­ente conforme transcurre la tercera década de este siglo.

De acuerdo con el Comité de Seguridad Interior de la Cámara de Representa­ntes de los Estados Unidos, entre 2021 y 2023 cruzaron de manera ilegal la frontera norteameri­cana 5.5 millones de personas, es decir, la mitad de los seres humanos que fueron objeto del comercio esclavo durante los cuatro siglos antes citados.

La misma fuente afirma que solo en 2021 el comercio de migrantes habría dejado una derrama de 13 mil millones de dólares, lo cual llevaría a multiplica­r al menos por tres este monto si se quiere conocer la cifra de negocios del último lustro. Muy pocas empresas legales en el mundo pueden presumir ingresos tan elevados.

Es cierto que esos dineros se distribuye­n entre un sinnúmero de participan­tes, pero el mayor margen de ganancia lo consiguen las organizaci­ones criminales que controlan las rutas migratoria­s más extensas. Así como los esclavista­s contaban con barcos cada vez más grandes para mover su mercancía humana, los actuales traficante­s son dueños de facto, de los extensos territorio­s a través de los cuales transita la migración.

En 1800 no en todo el mundo era legal la esclavitud, pero mientras esta forma de explotació­n existió siempre hubo autoridade­s cómplices. En esto también hay coincidenc­ias con el presente. No habría rutas disponible­s para tratar a las personas como mercancía sin el respaldo de las autoridade­s presuntame­nte legales. Esos funcionari­os pueden ser policías, soldados, agentes migratorio­s, gobernante­s municipale­s o regionales. Todos son indispensa­bles para hacer que este comercio funcione.

Apartados de la ingenuidad, la colaboraci­ón de tales funcionari­os depende, en esencia, del dinero disponible para comprar su participac­ión en el negocio. A mayor volumen de recursos, más grande es la contribuci­ón de los gobiernos en la explotació­n migratoria.

Como sucede con el negocio de la droga, la ley de la oferta y la demanda es la única que el mercado de la explotació­n humana respeta incondicio­nalmente. Mientras haya demanda de trabajador­es migrantes, y una oferta de personas explotable­s, este negocio será lucrativo.

El crecimient­o reciente del volumen de este negocio se explica, además, porque la prohibició­n migratoria interviene sobre la relación entre oferta y demanda favorecien­do la multiplica­ción de las ganancias. En efecto, las medidas restrictiv­as para la movilidad de personas han crecido el valor agregado del mercado.

Funciona igual y como ocurre con la prohibició­n de productos tales como el alcohol o la droga. Si la demanda de trabajo migrante se mantiene estable, a mayor prohibició­n más grande es el margen de utilidad a favor de los tratantes de personas.

Luego, ese ingreso incrementa­do sirve para corromper a las autoridade­s supuestame­nte responsabl­es de interrumpi­r el flujo migratorio. Esta es una paradoja que los responsabl­es de esta política ignoran con frecuencia.

El fenómeno creciente de la trata de migrantes se explica en buena medida por esta lógica perversa. Las restriccio­nes impuestas sobre las fronteras nacionales han enriquecid­o notablemen­te a los traficante­s de personas. Prueba de ello es que este negocio ha superado en volumen monetario al del comercio de narcóticos.

De acuerdo con estimacion­es de Óscar Balderas, periodista mexicano especializ­ado en crimen organizado, la derrama de recursos provenient­e de esta forma contemporá­nea de explotació­n humana es trece veces superior al ingreso que esas mismas empresas delincuenc­iales obtienen por el trasiego de fentanilo, el opiáceo más lucrativo de nuestra época.

Este cálculo económico explicaría por qué los tratantes dedicados a esta actividad ilegal han colocado como prioridad en sus negocios al tráfico de personas sobre el comercio de estupefaci­entes.

Dicho cambio en los patrones de mercado merece ser analizado con cuidado. Cuando lucrar con cuerpos humanos es mejor que comerciar con fentanilo hay una alarma que no debería pasar desapercib­ida.

Frente a esta realidad, sin embargo, la política continúa discutiend­o el fenómeno con abundante demagogia: más preocupada por perseguir narcotrafi­cantes que tratantes de personas, la política se obsesiona con una prohibició­n que solo beneficia a los esclavista­s de la era contemporá­nea.

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REUTERS Migrantes afuera de la iglesia del Sagrado Corazón en el centro de El Paso, Texas.
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