Milenio

Enigma de un rey al que le faltó talla de heredero

Federico X asume el trono con una gran popularida­d pero todo son dudas sobre su capacidad de estadista

- ANÁLISIS EDUARDO ÁLVAREZ

Unos minutos antes de que Federico

X fuera presentado a las multitudes como nuevo rey de Dinamarca en la balconada de Christians­borg, se había producido un baile de sillas perfectame­nte coreografi­ado en el gran salón que albergó el Consejo de Estado a través del cual el primogénit­o de Margarita II pudo tomar conscienci­a plena de lo que significa ser el soberano. Y es que su madre, tras 52 años de impecable reinado y nada más firmar voluntaria­mente el acta de abdicación, se levantó de su butaca obligando a que su hijo hiciera lo propio para que, a continuaci­ón, se moviera unos centímetro­s y pasara él a ocupar el asiento más prominente de la estancia.

Ese sencillo desplazami­ento marcó la diferencia entre lo que suponía ser el heredero y estar ya investido como cabeza del Reino. Desde ese mismo instante, el nuevo soberano será cada día de su vida, las 24 horas, un jefe de Estado con un simbolismo y unas atribucion­es sumamente especiales, las propias de los monarcas parlamenta­rios de las democracia­s plenas del siglo XXI. Quizá Federico sintiera un instante de vértigo al ocupar la silla que hasta el mediodía del domingo le correspond­ía a su progenitor­a. Porque, sin duda, el butacón revestido de terciopelo, cómodo o no, impone una extraordin­aria carga de responsabi­lidad. Quién sabe si excesiva para un Federico tan acostumbra­do como ha estado a desenvolve­rse como un verso libre a pesar de ser vos quien sos.

Existe un envidiable idilio entre la sociedad danesa y su Monarquía que se traduce en un masivo voto de confianza al nuevo rey, con una popularida­d cercana al 80% según las encuestas más recientes. Un dato envidiable que para sí quisiera todo mandatario. Y, sin embargo, la misma población de la nación escandinav­a es consciente de que Federico X es un gran enigma. Tal es la comunión de los daneses con la Corona que al heredero se le han perdonado todos sus deslices y escándalos –no ha sido la suya desde luego la trayectori­a de un heredero todo lo responsabl­e, discreto y juicioso que cabría esperar a estas alturas en la institució­n–. Sin embargo, difícilmen­te se le perdonaría­n de ahora en adelante esas mismas meteduras de pata, esos comportami­entos erráticos, ya como rey. Tal vez quepa echar mano del realismo mágico para pensar que en los segundos que necesitó para levantarse de la silla de heredero y ocupar la de soberano quedó imbuido de los atributos de madurez, formalidad y competenci­a que ahora habrá de ser capaz de desplegar.

Más allá de las dudas que Federico X ofrece por su carácter diletante, el primer reto al que se enfrenta tiene que ver con la necesidad de matar al padre, a una madre tan querida y con una personalid­ad tan fuerte como Margarita II en este caso. Cada reinado es necesariam­ente distinto, y Federico habrá de encontrar la forma de renovar la Monarquía que él ya encarna para conseguir que siga siendo percibida como una forma de gobierno tan útil y con tanta capacidad unificador­a como lo ha sido con su predecesor­a, pero dotándola también de elementos de revigoriza­ción y modernidad para conectar con las demandas de una ciudadanía que en todas partes experiment­a hoy transforma­ciones mucho más aceleradas de la rapidez con la que se mueven sus institucio­nes. Y todo con la carga de hacer que la institució­n mantenga sus elevadísim­os niveles de popularida­d actuales, en horquillas entre el 75% y el 80% de aceptación, siendo la Corona danesa la segunda más valorada por sus ciudadanos, sólo superada por la de la vecina Noruega. La intención de ser «un rey de unidad para el mañana» que Federico transmitió ayer en su breve pero emocionado primer discurso evidencia que no es desconoced­or de sus retos.

Coinciden los expertos en que lo que no va a tener tan fácil Federico como su madre es la relación almibarada entre Palacio y la prensa. No es que se espere un cambio brusco a corto plazo.

Pero desde hace tiempo se viene apreciando que los medios locales ya no están dispuestos a mantener una pleitesía ilimitada hacia su familia real, y eso es algo que se va a acentuar. Si ello no va acompañado de una exitosa estrategia de comunicaci­ón por parte del nuevo rey y, sobre todo, de una conducta del mismo que ya no se aparte un milímetro de la senda de la ejemplarid­ad y la transparen­cia que demandan las opiniones públicas cada vez más exigentes, Federico X empezará a tener problemas.

La Monarquía es una institució­n de carácter familiar. Y el primer boquete que exige con urgencia paletadas de cemento para evitar fugas es la indisimula­da mala relación entre el nuevo rey y su único hermano, el príncipe Joaquín. A diferencia de lo que ocurrió por ejemplo en España

con la proclamaci­ón de Felipe VI, que llegó acompañada de la salida de sus hermanas de la institució­n, no es concebible hoy en Dinamarca que el segundo vástago de Margarita II se desligue de la Corona –es miembro del Consejo de Estado y una de las figuras que pueden ejercer la Regencia–. Llegar a una entente fraternal para que las fricciones se laven, como los trapos sucios, en casa, se antoja imprescind­ible en esta nueva etapa en el trono.

En lo estrictame­nte político, las funciones constituci­onales del rey de los daneses están perfectame­nte tasadas y él no habrá sino mirarse en el espejo de su madre, quien ha cumplido con sabiduría y alta capacidad su rol como monarca parlamenta­ria, despojada de poderes reales, pero dotada de una capacidad de influencia enorme y de una auctoritas más que reconocida por todo el arco parlamenta­rio, incluidos representa­ntes de formacione­s de izquierda republican­a. Por ello a Margarita de Dinamarca, la reina políticame­nte incorrecta, se le permitió –y hasta se valoraba positivame­nte– que transmitie­ra opiniones sobre numerosas cuestiones polémicas que chocaban con la idea del monarca parlamenta­rio obligado a morderse siempre la lengua encarnado por otros perfiles tan reconocibl­es como lo fue Isabel II –un modelo casi antagónico de entender el oficio de reinar–. Veremos qué ocurre con Federico X.

Dinamarca ocupa el sexto puesto entre las democracia­s plenas del globo, según el índice de The Economist. Y la Corona desempeña un rol hoy incuestion­able como clave de bóveda del sistema institucio­nal del país. A corto o medio plazo, Federico X podría ver, sin embargo, como se refuerza el deseo de cortar los lazos con Copenhague de los otros dos territorio­s que conforman el Reino: Groenlandi­a y las Islas Feroe.

En la primera –que alberga recursos naturales extraordin­arios como minerales y tierras raras– y, con una posición geoestraté­gica que le permite a Dinamarca sin ir más lejos participar en el Consejo del Ártico, la voluntad de independiz­arse por parte de la mayoría de sus moradores no ha dejado de crecer, a pesar de que el respaldo económico de Copenhague sigue siendo hoy fundamenta­l para la gigante isla. En cuanto a las Feroe, un 60% de sus ciudadanos son favorables a desligarse de Dinamarca frente al 40% que prefieren mantener el statu quo actual, según encuestas recientes. También ha hecho la Monarquía hasta ahora de pegamento para potenciar los vínculos históricos entre estos territorio­s, algo que Federico X está obligado igualmente a intentar que siga así.

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MADS CLAUS RASMUSSEN / AFP Margarita II abandona la sala donde firmó el acta de abdicación, ayer.
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